Sus hijos, ¿mis hijos?

Sus hijos, ¿mis hijos?
Sus hijos, ¿mis hijos?

Las familias y las parejas ya no son como "debían" ser: papá, mamá, hijos, felices y juntos para siempre. Las calles y las pantallas están llenas de historias que reflejan la forma en que la gente está adaptándose una y otra vez a las nuevas perspectivas sociales, económicas y culturales. Particularmente, hay una situación relativamente nueva que a muchas mujeres nos está tocando vivir: hacer pareja con papás solteros, divorciados o separados.

Ocurre que una mujer conoce a un hombre. Se gustan, hablan de sus vidas. Él está separado y tiene dos hijos pequeños. Salen varias veces, ella conoce a sus hijos, hay buena química de ambas partes. Para él, ella pasó "la prueba de fuego"; para ella, los hijos no son groseros ni monstruosos, no le hacen malas caras, son educados, le caen bien.

Así que él y ella deciden empezar una relación. En cuestión de días, ella pasa de soltera a cuasi madrastra. De entrada, la denominación no le resulta muy agradable. En los cuentos que leía de niña, la madrastra siempre es un poco bruja, una mujer celosa y llena de mañas que quiere destruir o maltratar a los niños del nuevo marido. Y es que antes, la mujer debía pelear con los hijos no sólo por el amor del hombre de la casa, además tenía que "luchar" contra el fantasma de la madre fallecida (en los cuentos, el galán siempre es viudo) y pelear por el dinero de la herencia. Pero ese no es su caso: ella tiene un buen trabajo, alquila un departamento, tiene una vida propia, amigos... Pensándolo bien, no hay nada que temer. Incluso la etiqueta de "madrastra" está pasada de moda. Los niños la llaman "la novia de papá".

Al cabo de unos meses se da cuenta que los chicos sienten celos de vez en cuando, pero ella los entiende, ella es el adulto. A veces les da regalos o tiene detalles con ellos, no porque quiera comprar el amor de su padre a través de ellos. Simplemente, le caen bien los niños.

En su interior, ella agradece que tengan una buena madre y que la separación haya sido en términos más o menos civilizados. Eso la pone a ella en una situación menos compleja. Ven a los niños los fines de semana, ella le ayuda a su novio a cuidarlos. No se cansa de ellos, incluso se encariña. Pero hay algo... una luz de emergencia se enciende: "Yo elegí a mi pareja, él me eligió a mí, nos amamos. Los chicos no son mis hijos, no lo serán nunca... pero forman parte de él".

Llegan las vacaciones. Estará con su novio y los niños una semana en la playa. Entonces ocurre el choque cultural. Sí, así de categórico: la educación, la alimentación, las horas de televisión, las llamadas continuas de la mamá de los niños, las peleas, la disciplina, el ritual a la hora de dormir, la idea misma del mundo... ¿Hasta dónde hacerse cargo, dónde debe dar un paso atrás, dónde debe desaparecer de la escena? Ella sabe que la vida en pareja no es fácil, pero no se compara con lo que está viviendo ahora... Toda la experiencia es nueva, pero no quiere salir corriendo.

Cada quien hace lo mejor que puede, hay un compromiso previo que fue asumido en completa libertad: así llega el día de la boda. Segundas nupcias para él, primera vez para ella. Ahora, su marido le pide que se involucre más con los chicos, confía en ella, en sus valores, en su cariño, porque la conoce y ha visto cómo es con ellos a lo largo de esos mese de noviazgo. Los niños la quieren genuinamente. Ella, una vez más, agradece en su corazón que la madre no les haya inculcado el odio a las demás mujeres. Acepta, pero pide paciencia.

Ella se angustia, se llena de preguntas: ¿Realmente tengo ganas de involucrarme en la crianza de los niños? ¿Es normal que a veces no quiera ni verlos? ¿Eso me convierte en la bruja del cuento?

A pesar de todo, no se arrepiente de su decisión. Está feliz con la vida que ha elegido. Los chicos se ponen contentos de verla los fines de semana y los jueves, cada quince días. Le han dicho "te quiero" algunas veces. Ya han comenzado a formar un vínculo real. Sin embargo, no le han faltado motivos para sentir dudas: la madre de los chicos a veces es un poco invasiva, quizás teme que su vínculo con los chicos sea demasiado fuerte; es probalbe que se sienta "amenazada" por "la nueva esposa de papá". Ha hablado con ella, siempre en son de paz y con el objetivo de criar a los niños con amor. Pero a veces, sólo a veces, parece que el fantasma de la madre ausente ronda por su casa. A veces, muy pocas, ella se siente desplazada por los chicos, pero es que están entrando en la adolescencia. Aunque exigen menos tiempo, requieren más atención.

Pasan los meses, el matrimonio va bien, igual que la relación con los niños. Entonces llega la pregunta: ¿Es tiempo de que tenga mis propios hijos? Antes de casarse ya sentía ese deseo, pero lo veía como algo lejano. Ahora no. Por un lado, a veces se siente rebasada con la crianza compartida de los dos chicos. Por otro, se pregunta si tendrá el coraje y la paciencia para sus propios hijos...

Esta historia (bastante optimista, por cierto) está construida con muchos fragmentos de otras historias, casos cercanos y no tanto —incluso hay un poco de mi propia historia con un ex—. Salvo si una viene de un hogar reconstituido (es decir, que haya tenido una madrastra o un padrastro), el rol de "la novia de papá" es algo relativamente nuevo. Los ejemplos que conocimos cuando éramos niñas no eran muy optimistas. Y si lo eran, siempre había que establecer un parámetro de excepción o sentirse "suertuda" porque mamá había elegido a un novio simpático o porque "papá" tenía una nueva esposa que era muy linda.

Y aunque la situación ahora esté cambiando, aunque los modelos familiares comiencen a reacomodarse, hace falta que nos sentemos a dialogar y a escuchar más casos, no sólo para poder hacer mejores acuerdos de pareja, también para replantear las expectativas que se tienen acerca de la familia y la pareja. Uno no experimenta en cabeza ajena, es cierto, pero estoy segura de que algo se puede aprender de los demás.

¿Conocen algún caso así? ¿Qué ocurre cuando llegan los hijos "propios" en este nuevo esquema de pareja? ¿Cómo se hace para asumir una paternidad/maternidad compartida, y no matar la relación en el intento?