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'Blonde' omite un detalle de la vida de Marilyn Monroe que le destruye el discurso

El regodeo de victimismo que impone Blonde sobre la figura de Marilyn Monroe no está sentando muy bien que digamos. Solo hay que darse una vuelta por sitios de recopilación de críticas como RottenTomatoes o redes sociales, para corroborar que la película de Netflix está recibiendo un aluvión de reacciones negativas. Y es comprensible. Ver a un icono cultural siendo arrastrado a lo más profundo de la miseria emocional, abusada y humillada sin levantar cabeza en casi tres horas de metraje, resulta en una experiencia cinematográfica convulsa. Puede ser tan emotiva, reflectiva como exasperante. Según la percepción de cada uno.

Sin embargo, creo que el problema va un poco más lejos cuando observas bajo la superficie de su discurso. Porque en su intento por criticar a la misoginia de Hollywood y el poder abusivo machista que la rodeó en vida, aunque sea a través de un retrato imaginario, Blonde omite la verdad que destruye su mensaje. Que Marilyn supo empoderarse. Que supo luchar por su lugar contra esa misma misoginia que la película critica.

Ana de Armas como Marilyn Monroe en 'Blonde'. Cr. Netflix © 2022
Ana de Armas como Marilyn Monroe en 'Blonde'. Cr. Netflix © 2022

Veamos. Blonde será una reinterpretación de su vida con destellos falsos para crear su mensaje, pero no por eso carece de ciertas partes reales. Como sus matrimonios con Joe DiMaggio y Arthur Miller, o su faceta intelectual y perfeccionamiento para ser una mejor actriz. Sin embargo, en la exposición sufrida de su recuerdo se deja a un lado que también fue arquitecta de su éxito, que plantó cara al negocio y al estudio 20th Century Fox asestando un duro golpe al star-system.

A lo largo de la película, la única escena que expone el poder de Marilyn en la cima de su carrera la vemos cuando se queja que Jane Russell vaya a cobrar 100.000 dólares por Los caballeros las prefieren rubias (1953), y a ella le paguen $500 por semana por culpa de su contrato original. Sin embargo, resulta diminuta cuando la comparamos con la historia real.

En 1954 Marilyn estaba harta de los papeles de ‘rubia tonta’ que habían cimentado éxitos como la cinta mencionada y Cómo casarse con un millonario (1953), y de seguir percibiendo un salario irrisorio para su estatus de estrella por culpa del contrato que tenía con 20th Century Fox desde 1950. A pesar de pedir papeles serios al mandamás del estudio, Darryll F. Zanuck, los proyectos que le seguían dando no le convencían. Lo cierto es que Marilyn ya se había catapultado al estrellato pero, bajo su contrato, no tenía ni voz ni voto. Ni para decir que no, ni para elegir con qué directores o actores quería trabajar. Y ese mismo año, harta de no ser escuchada, devolvió a Zanuck el guion de su próxima comedia musical, The girl in pink tights, con la palabra “basura” escrita por encima.

Y no solo eso. Al descubrir que su compañero de reparto, Frank Sinatra, iba a ganar tres veces su salario (Vanity Fair), decidió no presentarse a los ensayos y esa misma tarde Fox anunció a los medios de comunicación que la habían suspendido de salario como castigo. (NY Times)

Pero Marilyn no se dejó amedrentar. Ella misma tomó cartas en el asunto creando su propia campaña publicitaria para ensalzar su figura. En el mismo mes de enero de aquel año rellenó titulares al contraer matrimonio con Joe DiMaggio (que en la película interpreta Bobby Cannavale) y dos semanas más tarde rellenaba portadas con sus viajes. Primero entrenando a un equipo de baseball japonés y, luego, cantando para las tropas americanas en Corea.

Demostró que su popularidad era más grande y algo que el estudio no podía controlar, ganando la partida. Así, en marzo de 1954 Fox llegaba a un nuevo acuerdo, prometiéndole un nuevo contrato, un pago extra de $100.000 y un papel como protagonista en la adaptación de La tentación vive arriba (History of yesterday). La película donde volvió a demostrar su poder de atracción cuando la filmación de la secuencia sobre el alcantarillado del metro atrajo a 2.000 espectadores en plena calle.

Marilyn Monroe standing on one leg on top of a vent, that is blowing air up her dress as she laugh and smiles in a scene from the film 'The Seven Year Itch', 1955. (Photo by 20th Century-Fox/Getty Images)
Marilyn Monroe standing on one leg on top of a vent, that is blowing air up her dress as she laugh and smiles in a scene from the film 'The Seven Year Itch', 1955. (Photo by 20th Century-Fox/Getty Images)

Sin embargo, Marilyn seguía insatisfecha. Quería dar más de su carrera y así, a escondidas de la industria, se mudó a Nueva York, fundando su propia compañía productora en enero de 1955 con su amigo fotógrafo Milton Greene. Marilyn era la presidente de Marilyn Monroe Productions (MMP) con una participación del 51%. Esta movida fue su declaración de empoderamiento definitivo ante la industria. Su manera de demostrar que su poder podía ir muy lejos y que no iba a permitir que continuaran reduciéndola a un mero prototipo. Fue su manera de intentar controlar la libertad creativa de su carrera.

Pero a Fox no le hizo ni pizca de gracia y la demandó por incumplimiento de contrato. Pasaron un año entero negociando una salida hasta que llegaron a un acuerdo que benefició a Marilyn: un contrato sin exclusividad, un cheque por ganancias pasadas, un nuevo salario de $100.000 por cuatro películas en un periodo de siete años y la aprobación de los aspectos más importantes de dichas producciones: como el guion, director y director de fotografía.

Hasta aquel momento, Marilyn había estado estancada en un contrato que no le permitía tener voz ni voto. Tenía que hacer el proyecto que le dieran, viéndose forzada a perpetuar la imagen de ‘rubia tonta’ bajo personajes que exprimían su atractivo físico carentes de profundidad dramática. “Amaba actuar, amaba su trabajo y quería ser capaz de aceptar papeles y trabajo de una manera que no fuera degradante. Solo quería vivir su vida” relató Elizabeth Winder en su libro Marilyn in Manhattan (vía EW).

La victoria de Marilyn fue uno de los muchos eslabones que influyeron en la caída del star-system tal y como se conocía, dando poder a una estrella de cine a comandar su carrera por encima de las grandes majors. Ella fue una de las figuras que abrió el camino a una tendencia que llevaría a Warren Beatty a desafiar a los estudios con algo nuevo e irreverente como Bonnie & Clyde, abriendo paso al Nuevo Hollywood.

Sin embargo, de este empoderamiento definitivo en la industria, como mujer, empresaria y profesional, no hay ni un mínimo suspiro en las casi tres horas que dura Blonde, declinándose más por un retrato de explotación que celebrar su vida.

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Es cierto. Blonde no es una biografía y, como tal, no podemos pedirle exactitud cronológica o narrativa. Por ende, a la hora de analizarla como pieza cinematográfica podemos verla como un trabajo artístico que arriesga al apostar por licencias creativas en torno a la figura de Marilyn Monroe para, así, lanzar un mensaje definitivo contra el machismo de la industria y la sumisión psicológica de la víctima. Una especie de propaganda culmine para el movimiento #MeToo. Sin embargo, al tratarse de un icono cultural tan presente en la memoria colectiva del mundo, resulta igual de válido verla como una obra que arrastra a un icono a lo más profundo de la miseria, para terminar hundiéndola como una mujer de sufrimiento perpetuo sin habilidad para romper con las cadenas de su existencia. Victima de sus padres, de los abusos, maridos celosos, el hambre mediático, la naturaleza de su cuerpo… etc.

Pasé mucho tiempo masticando la película pero, al final, no logro comulgar con el hundimiento victimista que hace de Marilyn. Porque para crear este retrato basado en la novela de Joyce Carol Oates se la despoja de capítulos importantes de su historia. Capítulos que la empoderaron como una mujer de negocios e independiente que sabía en el mundo de lobos que se movía.

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