Blur: fans en el escenario, sorpresas y todos los trucos del “mago” Damon Albarn en el cierre de Primavera Sound 2023
Desde la última vez que se presentaron en la Argentina, en 2015, con motivo del lanzamiento de The Magic Whip, muchas cosas cambiaron en Blur. Esa metamorfosis invisible se cristalizó en su noveno álbum de estudio, el extraordinario The Ballad of Darren, uno de los trabajos más cohesivos de la banda formada en Londres hace 35 años, producido por el gran James Ford (frecuente colaborador de Arctic Monkeys). Por lo tanto, cuando a las 23, en el escenario Heineken de Primavera Sound, en el Parque Sarmiento, Damon Albarn pronunció ese “buenas noches”, el fervor se hizo notar. Muchas cosas cambiaron, sí, pero la sinergia entre Damon Albarn, Graham Coxon, Alex James y Dave Rowntree se mostró intacta.
En gran medida, Blur sigue siendo esa banda que vino a romper los esquemas del britpop cuando, la primera vez que se juntaron a ensayar, surgió el primer single de su carrera, “She’s So High”, tan solo la semilla plantada en Leisure que cosecharía sus frutos con Parklife, álbum trascendental que oscilaba entre canciones más contemplativas y otras más uptempo. Estas últimas, allá por 1994, terminaron ganando la batalla.
Entonces, el grupo estaba haciendo un statement: la vida moderna es una porquería (Modern Life is Rubbish) y nosotros queremos divertirnos. Ese adiós al Madchester y el abrazo -crítico, pero abrazo al fin- a los clichés made in London, los distanciaban de himnos de sus contemporáneos como el caso de My Bloody Valentine y su noise pop envolvente, y la etapa más funky de Happy Mondays. Así, Blur luchó en esa famosa guerra del de britpop contra Oasis, pero manteniendo siempre el espíritu lúdico.
La crítica importaba, pero ellos subían la vara cada vez que sus composiciones no eran consideradas lo suficientemente profundas ¿Es que acaso había algo más sofisticado y profundo que ese guiño a The Who y su Quadrophenia en el video de “Parklife” protagonizado por Phil Daniels? El cuarteto sabía lo que estaba haciendo y su longevidad, desplegada en el cierre de la segunda edición de Primavera Sound en nuestro país, fue la viva prueba de eso, con todos sus integrantes en perfecta armonía (las interacciones entre Albarn y Coxon siempre nos retrotraen a los inicios de la banda y esa amistad a prueba de fuego).
Entre Parklife y Parklive (el álbum grabado en vivo en Hyde Park) pasaron 18 años, pero este domingo, cuando la banda abrió su show con “The Ballad”, se notó esa melancolía que ya se estaba gestando en “Under the Westway”, la canción que editaron en 2012 y que Albarn no puede interpretar sin que sus ojos se llenen de lágrimas. Ahí aparece el Blur de la melancolía, la banda que hace referencia a esa carretera de Kensignton que conecta el interior de Londres con los suburbios del oeste de la ciudad, ese recorrido despojado de la fiesta de “Girls & Boys”, uno más centrado en la conexión del ser humano con el entorno.
La frase “El paraíso no está perdido, está en vos” se retomó, 11 años después, con la intro de The Ballad of Darren y otras perlas de ese disco como “St. Charles Square” y, sobre todo, “Barbaric” (con influencias notorias de David Bowie), temas que sonaron al comienzo del show y con los que Albarn se despide, cada vez que los interpreta, no solo de figuras clave en su formación como artista (las muertes de Terry Hall y de Tony Allen lo afectaron profundamente y el tributo es omnisciente) sino también de quien supo ser. De lo que Blur supo ser. Y el público respondió a eso. Como le manifestó el baterista Dave Rowntree a LA NACION: “La audiencia argentina es la más entusiasta del mundo, incluso supera en nuestro caso a la respuesta que tenemos del público británico”, aseguró y brindó un dato: “Por eso es que nos aseguramos que los festivales terminen en la Argentina, por la energía que nos dan”. En sintonía con esto, el público (en su mayoría adulto) los recibió al ritmo de un colectivo “olé olé olé”. “Argentina es fantástica”, dijo Albarn tras la enérgica respuesta a “Popscene”.
De menor a mayor (y viceversa)
“Perdimos ese sentimiento de creer que nunca íbamos a perder”, canta Damon en la ya mencionada “Barbaric”, la mejor puerta de ingreso al último trabajo de la banda del que también sonaron las irresistibles “The Narcissist” y “Goodbye Albert”, en las que la cruza entre el optimismo por el futuro es frecuentemente amenazado por el miedo al abismo. Damon se pregunta si nos estaremos quedando sin tiempo y de ese modo nos transporta a otro disco (el conceptual Think Tank), a otra etapa (más cercana a Gorillaz, a la experimentación), a un verdadero clásico (imborrable, romántico, perenne): “Out of Time”, ese momento en el que todo es vulnerabilidad. Si Parklife como álbum se puede describir hoy como una explosión de creatividad en un instante bisagra de la música de ese momento -aquel en el que se despedía a Kurt Cobain y al grunge-, es porque ese mecerse de un lado al otro de las posibilidades musicales, el pasar de la euforia al desasosiego, iba a acompañar a Blur durante el resto de su discografía.
Su show pasó, en consecuencia, por todos esos estadíos. De “Beetlebum” a “Trim Trabb”, de “End of a Century” a “Country House”, de “Coffee & TV” a “Parklife”, el espectáculo que dio Blur fue una invitación a la catarsis, a subir y a bajar con sus maestros de ceremonia dictaminando los diferentes vehículos para ese vaivén emocional en el que Albarn, particularmente, se compenetró con la audiencia como el buen showman que es.
Como viene haciendo en sus últimos shows, el músico convocó a alguien de la audiencia para que suba a interpretar un tema con la banda. La elegida para la rendición de la brillante “To The End” fue una joven llamada Daniela, que cantó los fragmentos en francés de una de las grandes composiciones de la banda.
El corazón sobre todo
En cuanto a la montaña rusa emocional (y no exenta de ciertas desprolijidades, a Albarn se lo notaba un tanto disperso por momentos) que se vivió en el show, “Tender” fue, sobre el final, un llamado a la unidad, al amor como ese inapelable medio de salvación, “The Narcissist” encontró en “The Universal” a su eco natural. La primera, desde el presente, habla con certezas, con el deseo de no caer. Es Blur dirigiéndose a un nuevo público, a una audiencia que los está descubriendo. La segunda, en tanto, es esa vuelta a The Great Escape, a un futuro predecible (“el futuro ya se ha contado”, esgrime Albarn) donde la mención a ese “día de suerte” que se canta desde las entrañas parecía, entonces, más una expresión de deseo que una afirmación. “Lo que tenemos con esta banda es algo muy especial, por eso, aunque cada uno aborde sus proyectos solistas que ayudan al crecimiento, el grupo es otra cosa, somos siempre esos amigos que se juntan y no queremos meternos con eso, por eso separamos las cosas, porque no queremos arruinar Blur”, sumó Rowntree en diálogo con este medio.
La banda, con ese viaje oscilante y monumental (basta atestiguar la respuesta vibrante a la inoxidable “Song 2″) que emprendió en su regreso al país, reafirmó que las cosas tienen movimiento y que, cuando Damon Albarn nos dice: “Mañana es tu día de suerte”, ahora lo está proclamando con seriedad, como quien está a gusto en la ambivalencia. “Soy feliz cuando estoy triste”, dijo una vez el cantante que este domingo pidió “no hablar de política sino de amor”.
Por más de noventa minutos, el público argentino, bajo “la luna muy guapa” (como señaló Damon en un perfecto castellano), se hizo eco de ese sentimiento y lo replicó con esa nostalgia subrepticia que, claro, también define a Blur.
Pet Shop Boys
Aquellos que alguna vez hayan tenido la oportunidad de verlo sobre un escenario pueden dar absoluta fe que lo de Pet Shop Boys excede el mero concepto de show musical. Lo del dúo británico en vivo se manifiesta como una verdadera y multicolor experiencia global que abarca todos los sentidos. Y esta nueva visita al país como una de las atracciones principales de la segunda y última jornada de Primavera Sound no fue la excepción.
Si bien la música es lo que le da sentido y ocupa un rol central en cada una de sus presentaciones, también es cierto que la banda no deja ningún detalle librado al azar y sabe cómo deleitar al público con puestas en escena sorprendentes y atractivos visuales aún desde mucho antes que gran parte de sus colegas.
Una pantalla LED horizontal con los colores de la bandera de Ucrania más dos farolas por encima de las cabezas de los músicos conformaron el marco ideal para el reencuentro de una de las agrupaciones más exitosas y refinadas de la historia del synthpop mundial con sus fervorosos fans locales.
Tras una introducción con “Smalltown Boy”, de Bronski Beat sonando de fondo, “Suburbia”, “Can you Forgive her?” y “Opportunities (Let’s Make Lots of Money)” constituyeron el puntapié inicial de una agitada y calurosa noche con características de ritual bailable fomentado por esta auténtica e incansable factoría de hits.
“Rent”, “So Hard” y los sones latinos de “Domino Dancing” fueron elevando la temperatura de una performance rebosante de glamour y buen gusto. Sin embargo, un sonido insólitamente tenue, débil y con preponderancia de graves que conspiró y opacó el normal desarrollo del primer tramo del show, afortunadamente logró retomar el rumbo a partir de “Heart”, arribando así a los estándares que se esperan tratándose de un espectáculo de carácter internacional y de semejante jerarquía.
Por su parte, los covers ya alcanzaron tal identificación que, a esta altura de una carrera que está celebrando sus primeros cuarenta y dos años desde sus comienzos allá en la ciudad de Londres, suenan con una impronta decididamente propia y con el sello indiscutido de PSB. Así lo demostraron en “Where the Streets Have no Name”, “I Can´t Take my Eyes Off you”, “You Were Allways on my Mind”, “It’s Alright” y “Go West”, el clásico de Village People que fue coreado por toda la multitud mientras agitaba los brazos de un lado a otro.
En medio de todo ese trance electrónico, por detrás de los sintetizadores se recortó la figura siempre imperturbable y adusta de Chris Lowe, el cerebro que maneja los tiempos del set con sus inseparables gafas oscuras y su gorra al tono, acompañado en esta oportunidad por tres músicos de apoyo en percusiones, teclados y coros.
En tanto, el calvo Neil Tennant recorrió el escenario desplegando su ya probada elegancia (al comienzo luciendo junto a su socio musical unas máscaras un tanto extrañas para luego sumar varios cambios de vestuario), ejercitando su andar parsimonioso y evidenciando además que su reconocido registro vocal se conserva intacto. Más allá de algún que otro saludo de bienvenida y de agradecimiento y de expresar a viva voz: “¡¡¡Argentina, ustedes son fantásticos!!!”, el cantante se concentró casi de manera exclusiva en su labor, amén de sonreír en varios tramos del concierto y arengar al público como en el caso de “Paninaro”.
De todos modos, en este emocionante desfile de canciones pop perfectas desgranadas bajo un ingenioso diseño lumínico, el tríptico final terminó por conquistar definitivamente a una multitud que desde horas muy tempranas se acercó al predio de Parque Sarmiento al grito de “¡Pet Shop Boys! ¡Pet Shop Boys!” y que gozó de una fiesta a la que no le faltó ningún ingrediente.
Era por demás sabido que la ansiedad y la expectativa por ver nuevamente a Blur dominaban toda la escena y su efecto se agigantaba a medida que transcurrían las horas. Pero, ¿cómo no conmoverse ante auténticas gemas de la talla de “It´s a Sin”, “West End Girls” y “Being Boring”, disparadas una detrás de la otra y sin anestesia a modo de apoteótico y épico cierre? Sin dudas, una misión imposible que sólo una banda como Pet Shop Boys puede ejecutar a la perfección.
La antesala con Beck
Para el público estudioso que haya visto la lista de temas de Beck en sus shows más recientes, era una posibilidad. Y sucedió. Damon Albarn subió como invitado en pleno show de Beck a cantar “Valley of The Pagans”, una colaboración entre este último y Gorillaz. El tema, en el clásico estilo groovero de Gorillaz, sirvió también para levantar aún más a todos los presentes en el Primavera Sound. Acto seguido, la recta final tuvo su clímax con “Loser” y todo Parque Sarmiento cantando a los gritos, tanto que el propio Beck y sus músicos no podían ocultar sus caras de asombro. Por supuesto, ese verso en español que dice “Soy un perdedor”, ayudó en la combustión.
Pero antes de ello el set de Beck fue todo lo festivalero que podía ser. Si en estudio hay un Beck pop, un Beck indie, un Beck folk, un Beck introspectivo y así, en vivo fue un poco de todo, pero con el dance como pulso contenedor de todo. Desde lo visual, colores sintéticos sobre las pantallas, un despliegue físico, pero sobre todo de onda, por parte de Beck y sus músicos para mantener el agite. “Güero”, esa canción que Beck compuso para caricaturizar los diálogos que tenía con su padrastro de raíces mexicanas, se impuso en la primera parte del set sobre el escenario principal.
Y si Beck definió su sonido entre las postrimerías del rock alternativo y los albores de la indietronica -siempre desde la confluencia de ritmos y culturas que significa la Costa Oeste en Estados Unidos- es en esa intersección que se cocina el show de Beck en vivo. “Hacía 11 años que no venía, esta vez pasé cuatro días en Buenos Aires, tienen una ciudad hermosa. Muchas gracias por su calidez”, dijo antes de llegar a la segunda mitad del repertorio. “Epro” con guitarras electrorock y su melodía de arenga constante, cerró la performance de alto impacto de Beck, para darle paso a los Pet Shop Boys en el escenario vecino.
Con la colaboración de Gabriel Hernando y Sebastián Chaves