Orgullo y prejuicio: cómo es la nueva temporada de Bridgerton, el fenómeno romántico de Netflix
“Los finales felices no existen”, dice uno de los personajes principales de la nueva temporada de Bridgerton, disponible en Netflix desde este viernes. La frase, claro, desmiente lo que los espectadores aprendieron de la ficción que -con su mezcla de romance, sensualidad y despliegue de producción de época- se transformó en uno de los fenómenos pandémicos de la plataforma. Solo alguien -una criatura imaginaria, seguramente- que no vio la historia de amor y pasión entre Daphne Bridgerton (Phoebe Dynevor) y el duque de Hastings (Regé-Jean Page) podría aseverar semejante despropósito. Los espectadores fascinados con la adaptación que hizo la productora de Shonda Rhimes de la serie de novelas románticas escritas por Julia Quinn ya saben que una nueva temporada centrada en otro de los Bridgerton solo puede terminar en felicidad, perdices y el resto del cuento.
Y aún con esa certeza, para mantener el interés que generaron los primeros episodios, estrenados el 25 de diciembre de 2020, los productores tuvieron que cambiar algo la estructura de la temporada original, especialmente porque ahora la trama ya no está centrada en la inocente Daphne y el atribulado duque sino en Anthony (Jonathan Bailey), el hermano mayor de la familia, el vizconde que muchos recordarán como uno de los impedimentos principales de la unión de aquella primera pareja, el de las patillas XL y la actitud inflexible.
Convertir al rígido aristócrata, convencido de que el amor es una molestia a evitar, en el héroe romántico de estos nuevos ocho episodios no parecía tarea fácil y eso fue antes de que Page anunciara su salida del programa, provocando que su personaje ya no aparezca (ni siquiera a modo de cameo) en las próximas temporadas del programa. Un duro golpe para la producción que, de todos modos, coincide con la narrativa de la saga literaria, que se concentra en la suerte de un integrante de la prole Bridgerton a la vez y deja al resto de los personajes como satélites de la historia central. Especialmente si, como Daphne y Hastings, ya tuvieron su resolución. De hecho, en la segunda novela de Quinn, El vizconde que me amó, las apariciones del duque son pocas y no demasiado significativas, definitivamente no a la altura del solicitado Page.
Lo cierto es que aunque diferente de la primera temporada, sin su estrella más destacada y con un personaje central algo antipático (al menos al comienzo), lo nuevo de Bridgerton consigue entretener tanto como la original, aunque sus métodos para conseguir atrapar a los espectadores sean más sentimentales que físicos y considerablemente menos explícitos.
Matrimonio por conveniencia
La nueva temporada empezó a grabarse en marzo de 2021 y logró completarse a pesar de las varias pausas en el rodaje forzadas por la pandemia. Comienza con una decisión que causa revuelo en la alta sociedad londinense: después de años de esquivar el altar, el soltero más codiciado de la aristocracia, el vizconde Bridgerton, patriarca de la prestigiosa familia desde la muerte de su progenitor (ocurrida frente a sus ojos más de una década atrás) está decidido a encontrar esposa. No se trata de un paso dado por amor ni por un ideal romántico alguno, sino de un deber.
Se sabe que hasta los planes mejor elaborados quedan en la nada ante la contundencia de la realidad que en el caso de Lord Bridgerton se presenta bajo la forma de Kate Sharma (Simone Ashley), una recién llegada a Londres que tiene sus propios objetivos por cumplir. Tan decidida como su contraparte a conquistar el mercado matrimonial, lo que la joven de la India pretende es encontrar al candidato perfecto para su hermana menor, Edwina (Charithra Chandran), una dulce debutante con ilusiones de encontrar al amor de su vida entre los elegantes señores ingleses.
Si la primera temporada avanzaba gracias a la irrefrenable pasión desatada entre Daphne y el duque, la segunda lo hace casi por lo opuesto. Desde su primer encuentro, el lazo de Anthony y Kate se construye en base a las ideas preconcebidas que cada uno tiene de sí mismo y su lugar en el mundo, un encuentro de iguales que resulta en cantidades astronómicas de tensión sexual y deseos reprimidos por parte de los nobles (y tontos) sacrificios que los protagonistas están dispuestos a hacer por sus respectivas familias. El tópico, uno de los que suelen utilizar las novelas románticas para mantener separados a sus amantes, aquí es llevado hasta el límite. Los esfuerzos que hacen Anthony y Kate por negar sus sentimientos y cumplir con las reglas establecidas por la sociedad en la que se mueven son tan intensos como lo eran en la primera temporada los encuentros sexuales entre sus protagonistas.
Sin embargo, la falta de escenas sensuales está equilibrada por un desarrollo dramático mucho más elaborado y el notable trabajo que hacen Bailey y Ashley para darle matices y emoción a sus respectivos personajes. Las miradas y los suspiros que intercambian en cada una de las escenas que comparten hacen de la anticipación por su encuentro casi un personaje más en la pantalla, que vuelve a estar poblada de salones de baile y elaborados vestidos de todos los colores pastel existentes.
Mucho orgullo y prejuicios
Tal vez el elemento más distintivo de los nuevos episodios que, según la tradición establecida en la primera temporada, imaginan al período de la Regencia pleno de diversidad racial y cultural, como su protagonista femenina, una mujer india consciente de su lugar en el mundo, de sus limitadas opciones de maniobra en la sociedad y dispuesta a pelear de igual a igual con sus miembros más distinguidos, incluido cierto vizconde que le inspira tanta desconfianza como anhelo. Con algunos ecos de Elizabeth Bennet, la heroína romántica imaginada por Jane Austen y más de un elemento de su amado señor Darcy, la serie se acerca a la novela Orgullo y prejuicio y sus muchas adaptaciones, no solo homenajeando a su protagonista sino también con una escena en un lago que los austenófilos reconocerán inspirada en una inolvidable secuencia de la versión de la novela que protagonizó Colin Firth para la BBC en los años años 90.
Más allá de la comedia de modales, la nueva temporada de Bridgerton también alude a aquellas comedias románticas hechas en Hollywood en los años treinta y cuarenta, repletas de enredos y personajes femeninos independientes, fuertes y decididos -muchas veces interpretadas por la gran Katharine Hepburn- que como Kate Sharma, se resistían a aceptar lo que la sociedad esperaba de ellas. De hecho, en la serie refuerza la idea de los atajos y subterfugios que tienen que utilizar las protagonistas femeninas para sobrevivir en un círculo que las quiere bellas, casadas y, sobre todo, calladas. Un molde que le queda incómodo a varias: la primera en esa fila es Penelope Featherington, que en esta temporada tiene más oportunidades de desarrollo y un arco dramático que anticipa lo que vendrá en la tercera y cuarta partes, ya confirmadas por Netflix.
A partir de la gran revelación sobre su otra identidades (alerta de spoiler para quien no haya visto la primera temporada) como la chismógrafa Lady Whistledown, los conflictos de Penelope, magníficamente encarnada por la actriz irlandesa Nicola Coughlan, crecen tanto como su amor -no correspondido- por Colin Bridgerton (Luke Newton). Una línea de relato que, si el creador de la serie Chris Van Dusen decide continuar con el orden de los libros, se resolverá recién en la cuarta temporada. Una larga espera que podría ser útil para que los guionistas le otorguen algo más de interés al hasta ahora más soso de los Bridgerton. Y probablemente lo logren. Después de todo, la prueba está en la nueva temporada que consigue transformar al envarado vizconde en un galán romántico a la altura de la corta pero exitosa historia de la serie.