Sin códigos, un homenaje -casi explícito- a lo mejor del policial negro
Sin códigos (Verbrannte Erde, Alemania/2024). Dirección: Thomas Arslan. Guion: Thomas Arslan. Fotografía: Reinhold Vorschneider. Música: Ola Fløttum. Edición: Reinaldo Pinto Almeida. Elenco: Mišel Matičević, Marie Leuenberger, Alexander Fehling, Tim Seyfi, Bilge Bingül, Marie-Lou Sellem, Katrin Röver. Duración: 101 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Mirada Distribution. Nuestra opinión: buena.
Luego de su comentado paso por la Berlinale, Sin códigos aterriza en la Argentina para calmar la ansiedad de la cinefilia local en torno a Thomas Arslan, al que se ha señalado como uno de los artífices del llamado nuevo cine alemán. Y es cierto que el hombre sabe lo que hace, filmando con un pulso narrativo que por momentos homenajea al género policial en su concepción más clásica, mientras que en otros hace alarde de una destreza narrativa, nunca ostentosa pero siempre atractiva.
Sin códigos es en realidad una secuela, y a la vez parte de una trilogía que comenzó en 2010 con En las sombras, que no tuvo estreno local, por lo que en nuestro país la vieron muy pocos y casi nadie la recuerda. Afortunadamente, no es necesario saber de su existencia para entender lo que va a suceder.
Trojan (Mišel Matičević) es un profesional del robo, duro, taciturno y cuyo carácter implacable es directamente proporcional a la campera de cuero que usa en toda la película. En Berlín y necesitado de dinero, el experto acepta incorporarse a un equipo que tiene como objetivo robar un valioso cuadro para un cliente anónimo. A diferencia de otros puntos de partida similares, donde el quid está en planear el robo y todos los problemas que surgen durante, aquí el trabajo resulta bastante sencillo. El problema viene después, cuando el comprador y su sicario Victor (Alexander Fehling) se arrepienten de la transacción. Mientras el equipo está dispuesto a devolverlo al museo por lo que les den, se revela que la intención del cliente nunca fue pagarles, sino averiguar quienes son para matarlos y quedarse con la pieza.
Evidentemente, Arslan se ha nutrido durante gran parte de su vida con lo mejor policial negro que ha dado el cine. Tanto la fotografía, gris desoladora, como su pulso narrativo, conectan directamente con nombres como Michael Mann (del que el homenaje es casi explícito) o, yendo más atrás en el tiempo y de acuerdo a declaraciones del propio realizador, con parte de la obra de Don Siegel. Ahora, ¿es esto un mérito? Depende de la indulgencia con la que se mire.
Sin códigos no copia pero sí homenajea, y ese homenaje consiste en adoptar cierto estilo cáustico, austero y efectivo, que mantenga la tensión del relato mediante una suma de elementos más allá de la historia en sí. El film cumple con creces, pero por ser un camino tan, pero tan transitado, pierde un poco de sorpresa para aquel que también ha crecido viendo este tipo de propuestas. Entonces, si bien la película se disfruta y sortea con habilidad cada uno de los desafíos que se plantea, no llega a sorprender ni ofrece nada más que una reversión (bien hecha) de lo ya conocido.
Y es entonces cuando la película divide las aguas, fascinando a una platea pretendidamente culta pero poco dada a revisitar obras de antaño, mientras del otro lado se contentan en conectar con la nostalgia cinematográfica propia de una época, de la que hace rato, se sabe poco y nada.
Con el marco de un Berlín de sombras afines al universo en el que se mueven los protagonistas del relato, la película cumple con lo que promete. El problema está en que esa promesa tal vez no sea mérito suficiente para caer seducido por su propuesta, más bien servirá para regocijarse con el recuerdo de un pasado que estaba bien como estaba. Si había necesidad de desenterrarlo nuevamente, termina siendo una cuestión de gustos, y en cada espectador surgirá una respuesta distinta. Ni siquiera es necesario tener en cuenta sus méritos cinematográficos, alcanza para tomar partido, conectar con la añoranza más pura y dura. Y ahí estará la respuesta.