César Bertrand, el actor de voz seductora que fue el gran amigo de Alberto Olmedo y no pudo superar una depresión

César Bertrand, actor y amigo fiel de muchas personalidades del mundo del espectáculo
César Bertrand, actor y amigo fiel de muchas personalidades del mundo del espectáculo

Trabajó durante muchos años con Alberto Olmedo y fue su gran amigo, pero mucho antes de hacer comedia picaresca, César Bertrand vivió en Uruguay y formó parte de un grupo de teatro que hacía obras clásicas y de texto. Volvió a Buenos Aires cuando aceptó trabajar con Rodolfo Bebán y se quedó para ser profeta en su tierra. César Caumont, tal era su verdadero apellido, nació el 19 de enero de 1934 en el barrio de Saavedra, y creció en Boedo. De chico quiso ser artista quizá porque su papá, César Javier Caumont, era pianista y él se enamoró de ese mundo, aunque en su casa soñaban con que fuera abogado. Sin embargo, la temprana muerte de su padre lo obligó a salir a trabajar cuando todavía era un adolescente. De voz grave y seductora, hizo una prueba en Radio Splendid y se sumó al radioteatro de Héctor Coire. Pronto tuvo oportunidades en teatro, cine y, mas tarde, en televisión. Trabajó hasta unos años antes de su muerte porque cayó en una depresión de la que no pudo salir. Falleció el 11 de enero de 2008, ocho días antes de cumplir 74 años.

En sus inicios hizo muchos radioteatros y filmó su primera película con un pequeño personaje en 1961, Libertad bajo palabra, pero decidió probar suerte primero en Perú y luego en Uruguay, y se radió en Montevideo, donde fue uno de los pilares del flamante Canal 4, no solo como actor sino también como puestista de varios ciclos. Fue parte del Grupo de los 10, un colectivo artístico formado por autores, actores y directores, con quienes hizo teatro y televisión.

César Bertrand
César Bertrand

En 1966, Rodolfo Bebán lo llamó para hacer una comedia y Bertrand decidió quedarse. Estrenaron Extraña pareja, junto a Palito Ortega. El propio actor lo recordó en una nota: “un día Rodolfo me llamó y me dijo ‘con Palito vamos a hacer una puesta de Extraña pareja en el teatro Astral. Van a estar también Osvaldo Terranova, Raúl Aubel y Beba Bidart, ¿por qué no te sumas?’. Y me vine por un tiempo”. Pensaba volver a Uruguay, pero siempre tuvo propuestas que lo retuvieron y finalmente eligió quedarse. Vivió solamente seis años en Montevideo, pero muchos todavía hoy piensan que era uruguayo.

Filmó Los caballeros de la cama redonda, Hipólito y Evita, Basta de mujeres, Fotógrafo de señoras, El rey de los exhortos, Expertos en pinchazos, Las muñecas que hacen ¡pum!, La noche viene movida, Así no hay cama que aguante, Departamento compartido, A los cirujanos se les va la mano, Te rompo el rating, Las mujeres son cosa de guapos, El manosanta está cargado. Tras la muerte de Olmedo trabajó en contadas oportunidades. Su última aparición cinematográfica fue en La herencia del tío Pepe, de Hugo Sofovich.

César Bertrand se debutó en teatro a fines de los ‘50, en Tres momentos, y luego, en Uruguay, interpretó Historia de los vintenes. Hizo teatro de revistas, el musical La dama de Maxim’s, La rueda de los inútiles, El bicho tiene la culpa, El negro no puede, Éramos tan pobres, y fue parte del elenco de En familia, de Florencio Sánchez, con dirección de Alberto Ure en el Teatro Nacional Cervantes, y también estuvo en el San Martín con El Clú, El patio de la Morocha y La importancia de ser ladrón. En el Alvear hizo Por amor al Arlt, con dirección de Ismael Paco Hasse.

Una dupla inoxidable

En televisión hizo Malevo, junto a Rodolfo Bebán, y muchos programas de Gerardo y Hugo Sofovich, y con Alberto Olmedo. Comenzó en 1970, con El ojal, luego trabajó en Operación Ja Ja, No toca botón con personajes tan recordados como el jefe de policía de Costa Pobre, el paciente amanerado del psicólogo que se dormía ante sus confesiones e inevitablemente lo despedía con una palmadita en la cola, el compañero de oficina de Pérez. Sobre su amistad con Olmedo, el mismo Bertrand decía: “al poco tiempo de volver de Uruguay me integré al grupo de Gerardo y Hugo Sofovich, en el que ya participaba el Negro. Lo primero que hicimos juntos fue Joe Bazooka. Trabajábamos muchísimo en Canal 9 y en el 11. Recién nos hicimos realmente amigos en el 74, cuando Alberto empezó a hacer El chupete y en 1980 me convocó Hugo Moser para Alberto y Susana, en el 13. En ese programa el Negro ya tenía una preponderancia mayor y opinaba acerca de la gente que podía entrar en los elencos. Y claro, llamó a sus amigos: (Javier) Portales, Adolfo García Grau y yo. Alberto descubrió lo que era el teatro cuando empezó a hacer las comedias. A Javier, a Hugo y a mí nos costó mucho convencerlo para que se largara, casi dos o tres años. Él solo quería hacerlas con Porcel, pero Jorge, que es un estupendo actor, tenía la imposibilidad física de mantenerse mucho tiempo en el escenario debido a su peso. Cuando Olmedo se jugó solo a ser la estrella, ya estaba muy metido en el público; lo que pasaba era que él no lo sabía. Trabajaba en serio. Con Portales y Hugo laburábamos en equipo. Si la grabación era a las diez de la mañana, estábamos todos a las nueve y media en el canal, y a las diez menos cuarto en el piso. De repente aparecieron elementos nuevos que no tenían disciplina laboral, chicas muy bonitas que habían ganado un concurso de belleza. Improvisadas. Para cualquier tipo que trabaja en serio, por ejemplo, el hecho de que una señorita llegue al teatro quince minutos después de que se levanta el telón, le produce muchísimo enojo. No se puede empezar la función sin saber si la chica va a aparecer o no”, contaba en notas, en los ‘80. Y en otra entrevista también decía sobre su relación con Olmedo: “La asiduidad en el trato nos fue volviendo inseparables, porque yo también tenía ciertos desastres familiares. Entonces le podía hacer más pata que otros que tenían que corresponder en su casa. Cuando yo me separé, estuve bastante golpeado. No me preguntó ni cómo había sido ni por qué, jamás hablábamos de esas cosas. Cuando uno veía que el otro tenía un mal momento, trataba de hacerle pata sin preguntar nada. El que quería vomitar, vomitaba, pero nadie le iba a decir ‘tomate el fernet’ para hacerlo. Un día yo estaba muy mal, salíamos de grabar en Canal 11, y lo único que me dijo fue: ‘¿a dónde vas esta noche?’. ‘No sé, por ahí’. ‘Venite a casa que la Negra hizo lentejas’. Ese era Alberto Olmedo”.

Alberto Olmedo como El Manosanta junto a César Bertrand
Alberto Olmedo como El Manosanta junto a César Bertrand

Su primera esposa se llamaba Elena Kelner, con quien tuvo a su hijo mayor, el cantante Javier Caumont. Y su segunda esposa fue la actriz María Rosa Fugazot, y fueron padres del actor y director René Bertrand. Fugazot le contó a LA NACIÓN:Nos conocimos en un bar que ya no existe, en Montevideo y Corrientes. Él estaba haciendo Extraña pareja y yo una obra con Ana María Campoy y José Cibrián. Nos juntábamos varios amigos en este bar, a jugar al bowling. Era nuestro lugar de encuentro. Un día empezamos a hablar y, como era un apasionado de la poesía, nos enganchamos por ahí. Gracias a él conocí a Mario Benedetti, a quien amé porque me identifica mucho lo que escribe. Al poco tiempo nos fuimos a vivir juntos y su hijo, Javier se vino con nosotros. Nos separamos 15 años después, pero seguimos siendo amigos y siempre me llamaba para pedirme consejos”.

Con la muerte de su amigo Olmedo, en 1988, César Bertrand se deprimió porque al tiempo también empezaron a irse otros amigos. Y, encima, el trabajo mermó. “Se dejó estar . Creo que lo sacudió mucho la pérdida de los compañeros; esa barra suya se fue yendo, cada uno que se va es una puñalada. Quizás hubo desilusiones que a lo mejor no contó, porque era muy para adentro y lo fueron minando. Cuando se enfermó, estábamos todos: la mujer nueva, yo, los chicos. Y él me dijo algo que me dolió mucho, aunque después lo entendí; me dijo que si lo quería un poco, lo dejara ir. Porque ya no quería más”, contó Fugazot.

César Bertrand junto a Alberto Olmedo en una obra de teatro
César Bertrand junto a Alberto Olmedo en una obra de teatro

René Bertrand habla para LA NACIÓN de su papá, con mucha emoción: “A mi viejo lo recuerdo todos los dÍas, lo tengo muy presente. Fue un hombre bueno, sabio, leal, digno. Hizo de la amistad una religión, de la paternidad un culto. Nunca me faltó, siempre estuvo cerca mío, desde el consejo, el abrazo, la contención. No hay un día que no me acuerde de él, no hay un día que no necesite cinco minutos más con él. Tuve la dicha de poder habernos dicho todo y de haberlo disfrutado mucho, pero lo extraño, a cada minuto. Más ahora siendo papá, cada vez que veo a mis hijos o les cuento de su abuelo pienso qué feliz hubiese sido conociéndolos y qué lindo abuelo hubiesen tenido mis hijos si lo hubieran conocido (se emociona). Agradezco haber tenido el papá que tuve porque el hombre que soy tiene que ver con esa flecha que lanzó al mundo y vive en mi hermano y en mí. Estamos muy ligados a cada palabra, a cada momento y hay en nosotros un álbum lleno de recuerdos, anécdotas y momentos del que fue nuestro papá y del orgullo de que todos sus compañeros lo recuerden con afecto y con la palabra señor”.