La calidad del aire sí importa, lo vimos durante la pandemia de COVID-19

Incoloro. Inodoro. Insípido. Así el vital gas que inhalamos todos los días, cada noche, de todos los años, desde que nacemos hasta que damos el último suspiro; y sin embargo poca atención damos a su calidad.

Quizás por ser invisible suponemos que es inerte; sin embargo la pandemia por COVID-19 ha dejado en evidencia que hasta que no filtremos, ventilemos y purifiquemos eso que respiramos, seguiremos requiriendo cubrebocas, -y demás medidas de mitigación- para evitar contagios.

Y es que además, COVID-19 no es la única enfermedad que se propaga principalmente por vía aérea. Hacer un cambio hoy en la infraestructura de ventilación actual disminuiría también la incidencia de enfermedades infecciosas de transmisión aérea como la gripa común, la influenza o la tuberculosis**, impactando de forma positiva nuestra calidad de vida, la presión hospitalaria, la esperanza de vida: la salud humana.

Mientras más rápido nos detengamos y modifiquemos nuestra relación con el aire que respiramos evitaremos más infecciones, secuelas y muertes; similar a cómo se logró con el agua en el siglo XIX. Hoy procuramos beber agua potable, limpia, purificada; nadie lo debate, ni cuestiona. Incluso el acceso al agua potable es considerado por la Organización Mundial de la Salud como la mejor medida de salud pública para controlar enfermedades infecciosas.

Sin embargo, no siempre fue así. En 1854, durante la fatídica epidemia de cólera el Dr. John Snow advirtió que la mayoría de sus pacientes provenían de la zona de Londres que recibía agua de la parte baja del río Támesis, contaminada con los residuos de la ciudad. Así a pesar de la terca resistencia de muchos y las obtusas controversias al cambio, Snow inhabilitó el pozo de la calle Broad interrumpiendo la epidemia y demostrando que la calidad del agua que se bebía sí importaba. De esta forma, el considerado padre de la epidemiología tomó acciones claras para mitigar la transmisión de un patógeno una vez que identificó su vía de transmisión. Nos toca hacerlo con el SARS-CoV-2.

Hoy sabemos que la vía de transmisión del nuevo coronavirus es principalmente el aire, y seguramente los seres humanos del futuro mirarán con enorme asombro e incredulidad que a inicios del siglo XXI los individuos y sociedades permitieron que enfermedades evitables corrieran libremente entre las personas y miles perdieran la vida al minimizar, e incluso ignorar, la importancia de la calidad del aire.

Luego de más de dos años de pandemia finalmente ciertos organismos internacionales de salud, e incluso algunos gobiernos, como el de Estados Unidos, han reconocido que es urgente invertir en infraestructura, medidas y recomendaciones que aseguren una calidad del aire suprema y que mitiguen la transmisión de agentes infecciosos de propagación aérea.

Sin embargo no es suficiente, y la retórica debe ir más allá y permear hacia absolutamente todos los niveles de la sociedad como una prioridad para así elevar la seguridad y disminuir el riesgo en oficinas, colegios, comercios, habitaciones, transportes públicos, hospitales, centros sociales. Dicen que “cómo vives tus días, vives tu vida”, y según la EPA el 90% de nuestra vida lo pasamos en espacios cerrados; es inadmisible que nuestra salud siga sujeta a la inercia del conformismo.

La fatiga pandémica es una realidad, la adherencia a medidas como el uso de cubrebocas es cada vez menor y la llegada del invierno en el hemisferio norte traerá un clima más gélido que invita a estar menos tiempo en el exterior y por ende, a ver aumentada la incidencia de enfermedades respiratorias y de transmisión por vía aérea. Ante ello, la única forma de romper con la periodicidad de estas enfermedades es mejorando la calidad del aire en todos los entornos para reducir nuestro riesgo. No porque no lo vemos no existe.

Es urgente un cambio profundo de paradigma que afortunadamente ha comenzado con el reconocimiento del origen de un problema que tenemos la facultad de solucionar: la calidad de los aerosoles. Ignas Semmelweis implementó en 1847 el uso del jabón en salas quirúrgicas encontrando al inicio oposición; hoy siendo una práctica reglamentaria para todos los médicos. Cuando implementaremos el abrir ventanas, la filtración general del aire, la purificación de sus ductos con UV: en todos y cada uno de los espacios interiores. No tendremos resultados distintos si seguimos haciendo lo mismo.

Para graduarnos finalmente de COVID-19 y ver la pandemia en el retrovisor no sólo como la devastadora crisis que sigue siendo, sino también como el reto -oportunidad- que mejoró a la humanidad, es esencial hacer este cambio de raíz y enfocarnos en el aire que respiramos, tú, yo, todos.

*La doctora Carol Perelman forma parte del grupo "Salud para todos",dedicado a divulgar temas médicos. Forman parte de este grupo: Talia Wegman-Ostrosky, médica genetista, @taliawegman; Sandra López-León, médica epidemióloga, @sandralopezleon;

Ilan Shapiro, médico pediatra AltaMed, @dr_shaps; Mauricio González, médico urgenciólogo, @DrMauricioGon; Moises Auron, médico hospitalista, @medpedshosp.

** Legionelosis, candidiasis, difteria, tos ferina, escarlatina,...

Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.