Un camino de regreso a ‘Playa Perfecta’

Acantilados alrededor de La Cueva del Indio, una cueva famosa por sus petroglifos precolombinos hechos por los taínos, el pueblo indígena de Puerto Rico. (Sebastián Castrodad/The New York Times).
Acantilados alrededor de La Cueva del Indio, una cueva famosa por sus petroglifos precolombinos hechos por los taínos, el pueblo indígena de Puerto Rico. (Sebastián Castrodad/The New York Times).

En la costa norte de Puerto Rico —más o menos una hora en auto al oeste de San Juan, al lado de una estrechísima carretera que atraviesa una densa vegetación— hay una playa larga y vacía que me ha perseguido en sueños desde hace años. En Mapas de Google, aparece como playa Punta Caracoles, pero en mi mente siempre la he llamado Playa Perfecta.

Oculta de la Ruta 681 por un muro impenetrable de palmeras, uvas de mar y plantas serpiente, el tramo de menos de un kilómetro de arena dorada cerca del diminuto barrio de Islote está anidado entre una curva agraciada de la costa y un afloramiento rocoso. Unas cuantas casas anclan su extremo oriental. El océano es de un azul visceral.

Solía pasar horas ahí, inmersa en el agua, salía solo para tumbarme en la arena áspera llena de conchas, agotada, satisfecha, dejando que el sol calentara mi piel desnuda.

Al menos así es como recuerdo esa playa. Hace dos décadas, yo tenía acceso fácil al lugar gracias a la casa de verano de la familia puertorriqueña de mi primer marido. Luego, nos divorciamos, y más tarde, la familia vendió el terreno a un tipo de Estados Unidos continental. Ahora, la playa me llama desde el otro extremo de la propiedad privada de un desconocido.

A finales de mayo, viajé a Puerto Rico con el único objetivo de encontrar un camino de regreso a esa playa (que no debe confundirse con la popular playa Caracoles, ubicada unos kilómetros más adelante). Recluté al primo de mi exesposo, Joaquín, oriundo de la isla que pasó gran parte de su juventud en esa playa. Juntos, emprendimos el viaje desde San Juan una tarde soleada de viernes con la mira puesta en Playa Perfecta, u otro tramo de arena que se le pudiera comparar.

Un agujero en la valla

La Poza del Obispo es un área semicircular protegida por una formación rocosa, lo cual crea una ensenada tranquila y cristalina, perfecta para flotar. (Sebastián Castrodad/The New York Times).
La Poza del Obispo es un área semicircular protegida por una formación rocosa, lo cual crea una ensenada tranquila y cristalina, perfecta para flotar. (Sebastián Castrodad/The New York Times).

La Ruta 681 atraviesa algunas de las costas más espectaculares de la isla y, por ese motivo, es popular entre los ciclistas y motociclistas. La carretera también está bordeada de restaurantes y bares. Los fines de semana, es típico ver autobuses de fiesta recorriendo la carretera.

Cuando llegamos a Islote, la densa vegetación de la carretera nos dificultaba ubicar el antiguo terreno de la familia. Pero, finalmente, Joaquín desaceleró y metió la nariz del auto a una entrada de terracería que estaba bloqueada por una malla anaranjada. Un letrero en español nos advertía que estaba prohibido el paso. En Puerto Rico, en términos legales, no existen las playas privadas, pero no puedes cruzar propiedad privada para llegar a la arena.

Subimos de nuevo al auto y Joaquín condujo lentamente, hasta dejó pasar a un auto que venía detrás. Luego yo avisté un hueco: un sendero de unos 91 centímetros de ancho que se extendía entre dos vallas. “¡Ahí!”, grité. “¡Detente!”, y él se estacionó en la cuneta, muy estrecha y herbosa. Salí de un salto y corrí por la abertura; Joaquín iba detrás de mí, con una hielera de bolsa llena de cervezas al hombro.

Salimos del lado equivocado del punto que los lugareños llaman La Vaca, un afloramiento rocoso de 9 metros de altura que sobresale del océano, en el extremo oeste de Playa Perfecta. Desde el este, la pendiente es ligera, y con los zapatos adecuados, puedes cruzar sus picos negros, que según los lugareños se formaron cuando el océano dio forma a la lava que se enfriaba. Pero desde donde estábamos, es demasiado empinado para encontrar un buen punto de apoyo.

Nos dimos el tiempo para disfrutar de esta playa, que estaba repleta de piedras redondas que parecían de otro mundo, aunque en realidad eran de coral muerto, blanqueado por el sol. Aun así, no se comparaba con Playa Perfecta.

Flotar y devorar

Estancados por el momento, decidimos explorar otras de las playas locales, como La Poza del Obispo, que se dice que fue nombrada en honor a un clérigo puertorriqueño que sobrevivió a un naufragio.

Como la costa norte de la isla colinda con el Atlántico, la marea suele ser brava. Pero, en La Poza, una formación rocosa natural sirve de barrera y crea una pequeña ensenada, casi perfectamente redonda, con una piscina cristalina ideal para flotar. Las olas del océano que rompen contra las rocas mecen un poco el agua, como si te arrullaran, y también dan un espectáculo: cuando las olas enormes golpean la barrera, salpican columnas de 6 y 9 metros de altura en el aire, lo cual causa risas y asombro entre los bañistas.

Después de visitar La Poza, nos dirigimos al este, pasando por la popular playa Caza y Pesca, llamada así por los pescadores que alguna vez se reunieron allí. Mientras conducíamos con las ventanas abajo, el aroma irresistible de un pequeño restaurante frente a la costa nos convenció de estacionarnos para cenar.

El local, llamado Arrecife 681, fue uno de los muchos que abrió a lo largo de la Ruta 681 y en las comunidades circundantes tras el huracán María en 2017. Islote es un microcosmos de Puerto Rico, cuya oferta gastronómica ha florecido desde la devastación de la tormenta, tal vez como resultado de los esfuerzos de los isleños para adquirir una mayor soberanía culinaria del territorio continental.

Yo había elegido un Airbnb rústico (100 dólares la noche) solo porque estaba lo más cerca posible de la antigua casa de verano. En las primeras horas de la mañana siguiente, salí a correr, sola, hasta Playa Perfecta. Vi La Vaca en el horizonte y, cuando reconocí Arrecife, el restaurante de la noche anterior, frente a mí, supe que estaba muy cerca de llegar. Pero la costa se tornó demasiado rocosa, imposible de penetrar, así que tuve que correr de regreso.

Solo sigue tu nariz

De vuelta en la carretera, vislumbré una diminuta gastroneta negra con una llanta desinflada. El letrero era simple: La Herencia. De nuevo, mi nariz imploró que nos detuviéramos, y los resultados fueron unos pastelillos bien calientes, empanadas fritas con una bolita de relleno, la masa era tan delgada y lisa que me recordó a unas alas de ángel. Probamos la de camarón con un relleno de tomate y ajo que era sorprendente pero deliciosamente dulce. Joaquín probó una combinación inusual: un pastelillo relleno de pulpo y chile banana. Partimos los trozos de las orillas y declaramos que esta masa crujiente era la mejor que habíamos probado. (La Herencia ya cerró, pero sus dueños pretenden reabrir pronto).

De ahí, alcanzaba a ver La Vaca. Y ahora sí estábamos del lado correcto para llegar a Playa Perfecta. Luego de terminar nuestros pastelillos, tratamos de caminar hasta allá, pero una vez más, había demasiadas rocas, así que volvimos al auto, derrotados.

Entonces, me vino una idea: “Arrecife, ¡el restaurante!”, exclamé. “Vamos a estacionarnos ahí, bebemos algo y luego bajamos por el patio hacia la playa”.

Cuando llegamos a Arrecife, me fui directo al bar, donde pedí un trago para llevar. Elegí el Lilin: vodka, prosecco, licor de saúco de St-Germain y licor de maracuyá, coronado con jugo de maracuyá.

Con mi vaso de plástico en mano, me dirigí en línea recta a la esquina del patio mientras Joaquín preguntaba si podíamos bajar a la playa desde el restaurante. “Claro”, respondió un empleado con un aire oficial de gerente; Joaquín me siguió.

Tras una breve caminata, pasamos por la última casa que anclaba el extremo este de la playa. Y luego, me invadió una sensación familiar: el lugar era exactamente como lo recordaba. Estábamos solos, no había nadie más en varios metros. Me quité la ropa y corrí al agua.

El fondo del océano se hizo profundo a tan solo unos pasos de la orilla. Me sumergí bajo las olas que rodaban hacia mí y nadé más allá de la marea alta. Me puse boca arriba y dejé que mi cuerpo ascendiera. Acunada por la cálida agua salada, miré hacia la orilla y no vi nada más que palmeras y uvas de mar. El mundo exterior dejó de existir. Solo estaba esta playa, este momento, y era perfecto… justo como había permanecido, todos estos años, en mis sueños.

Por si vas

La mayoría de los alojamientos en la zona de Islote y a lo largo de la Ruta 681 son como las playas: rústicos. Los espacios de Airbnb son una buena opción.

Dónde quedarse:

— Salitre Meson Costero, un restaurante de mariscos de lujo en el agua, cerca de Punta Caracoles, cuenta con una villa a orillas del mar —genial para grupos— con una vista deslumbrante y una piscina privada (1395 dólares la noche por una villa de 10 habitaciones y 7 baños y medio con capacidad para 16 huéspedes, en Airbnb).

— El Nest Puerto Rico, de gama alta, también es bueno para grupos, tiene opciones cerca de la playa Caza y Pesca (500 dólares la noche por una villa de cuatro habitaciones con capacidad para 10 huéspedes) y frente al mar en Arecibo (también 500 dólares la noche por una villa de cuatro habitaciones donde pueden hospedarse hasta 10 personas).

— Greta Beach Box, en Islote, es un contenedor de carga, a unos pasos de la playa, convertido en una cabaña lujosa con piscina privada y climatizada (151 dólares la noche por dos habitaciones donde pueden dormir cuatro huéspedes).

— DK Backyard, otro contenedor de carga convertido en Airbnb, ofrece un espacio sencillo (con una hamaca en el pórtico) y está a una corta distancia a pie de la playa en Islote (174 dólares la noche por una habitación con cama doble).

Dónde comer:

— David Sandwich, sobre la Ruta 681, ha sido una institución de Islote durante décadas, sirviendo exquisitos sándwiches de cerdo asado y más (de 4 a 9 dólares).

— El Nuevo Guayabo, otro pilar de Islote sobre la Ruta 681, ofrece empanadas rellenas de cetí, un pequeño pez inmaduro y transparente que se encuentra en la zona de Arecibo (5 dólares).

— Bocata Smokehouse, un delicioso local de comida a la parrilla, ofrece brisas y vistas marinas y, de vez en cuando, música en vivo (platos fuertes desde 9 hasta 28 dólares).

— La Distillera, uno de los lugares que han surgido desde el huracán María, sirve pequeños platillos que mezclan ingredientes tradicionales con toques extravagantes, como empanadas rellenas de costilla y queso manchego servidas con salsa mango chimichurri. Las bebidas innovadoras son fenomenales: por ejemplo, la Olivia se prepara con ginebra infundida de aceite de oliva, Licor 43 (un licor dulce de España), limón y miel. (El menú cambia cada semana. Comidas desde 12 hasta 20 dólares; cocteles de 8 a 12 dólares).

— DPicar681, una gastroneta, sirve un excelente bacalao frito (2 dólares), delgado y crujiente, pero sustancioso, con un particular sabor a orégano.

— El Kiosquito del Norte, un puesto al lado de la carretera, seduce a viajeros y lugareños con suculentos platillos de cangrejo frito, así como sabrosos rollos de plátano rellenos de carne molida (3,50 dólares).

c.2023 The New York Times Company