La cancelación de Tchaikovsky y su obertura 1812, la nueva batalla cultural de la Guerra en Ucrania
La noticia apareció hace apenas algunas horas. La Filarmónica de Cardiff ha removido la Obertura 1812, de Tchaikovsky, del concierto que va a ofrecer el próximo viernes 18, en el St. David’s Hall de la capital galesa. El anuncio indica que su interpretación es considerada “inapropiada en este momento”. Cabe recordar que este poema sinfónico es de 1880 y en él, con su maestría y todas sus grandilocuencias, recordaba el heroísmo del pueblo ruso al contrarrestar y vencer a la invasión napoleónica en1812. En la música se perciben, sucesivamente, la apacible vida rusa, el avance de La marsellesa, los fragores de la batalla, el renacer de las danzas y las melodías rusas y el estruendoso triunfo final. Sir Antonio Pappano, un admirable director inglés de apellido italiano, así la exponía en Ámsterdam, hace apenas ocho años.
De repente, frente a un conflicto de rigurosa actualidad, que no es tan sencillo como se lo quiere hacer ver y en el cual tallan múltiples factores geopolíticos y económicos -además, con raíces que, entre Rusia y Ucrania, se remontan a décadas y siglos atrás-, con una invasión de por medio, nada menos, aparece, poderosa, la moderna y activísima cultura de la cancelación pero, ahora, con una novedad. El ninguneo puede ir, indiscriminadamente, hacia el pasado. Podría argüirse que la Obertura 1812, en particular, trae a colación una victoria real del enemigo a cancelar. Pero el poema sinfónico fue escrito hace más de 140 años. Y si la cuestión es hacer desaparecer a músicos rusos de cualquier tiempo, la lista a eliminar es infinita y, al parecer, ya no alcanza con anular actuaciones de insuperables directores, intérpretes o cantantes rusos del presente sino que ahora se trataría, también, de tachar y borrar del mapa y de las agendas a los compositores rusos o soviéticos. Y acá las pérdidas serían múltiples y, obviamente, irreemplazables.
La gran importación de Catalina la Grande
Prácticamente desde la nada y sobre aquella base de varios compositores italianos, especialmente, que Catalina II importó a Rusia a finales del siglo XVIII, la música clásica rusa se posó sobre el horizonte europeo hacia 1850. El sendero lo abrió Mijail Glinka y, poco tiempo después, aparecieron Chaikovsky y el celebérrimo Grupo de los Cinco (Mili Balákirev, Modest Mussorgsky, César Cui, Alexander Borodin y Nicolai Rimsky-Korsakov). La lista posterior de compositores rusos es interminable. Podríamos intuir que aquellos que huyeron de la Unión Soviética no corren ningún peligro de cancelación pero bien podríamos recordar algunas obras rusas que, bajo cortas miradas belicistas, podrían caer en el silencio. Sobre todo si, en sus contenidos, afloran leyendas, danzas e historias de indudables colores y aromas rusos.
La historia de la composición rusa comienza, sin lugar a dudas, con Ruslan y Ludmila, una ópera escrita por Glinka, en 1842. Su obertura, como obra independiente, plena de melodías rusas, es una obra habitual en todos los escenarios del mundo y, casi de norma, una pieza fuera de programa que interpreta una orquesta rusa cuando pasea su arte por el extranjero. Frente a su orquesta, la del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, con un escarbadiente y no una batuta en su mano derecha, la dirige Valery Gergiev, el primer gran cancelado de esta cruzada inexplicable.
El Grupo de los Cinco abogó por una cultura musical rusa diferente a la de la hegemonía alemana. Son muchas y muy conocidas en todo el mundo algunas de esas obras. Dentro de la ópera El príncipe Igor, Borodin incluyó las bellísimas “Danzas polovtsianas”. Esta versión tuvo lugar en el Bolshoi de Moscú, en 2013.
Cuadros de una exposición, de Mussorgsky, es una obra original para piano de 1874 pero es archiconocida según la orquestación que Ravel realizó en 1922. El último cuadro de esta maravilla escrita por un compositor ruso es, vaya paradoja, “La puerta de Kiev”. Monumental e imponente, así la trae la Orquesta Filarmónica de Radio France, dirigida por Myung-Whun Chung.
Con la Unión Soviética en pleno y con el realismo socialista instaurado y férreamente defendido por Stalin, en 1938, aunaron sus fuerzas y su creatividad Sergei Eisenstein y Sergei Prokofiev para alumbrar Alexander Nievsky, una de las películas más notables de la historia. Cabe recordar que Nievsky, en el siglo XIII, defendió los territorios de Nóvgorod y venció a los invasores suecos, teutones y tártaros. Seguimos sumando paradojas, entre sus muchos títulos, el héroe ruso Nievsky también portaba el de Gran Príncipe de Kiev. Particularmente bella es la canción que canta una aldeana cuando recorre el campo de la muerte buscando a su compañero. En 28.20, la presenta la mezzosoprano Ketevan Kemoklidze junto a la Orquesta Filarmónica de San Petersburgo dirigida por Yuri Temirkanov.
Por último, una última candidata a una posible cancelación. En septiembre de 1941, los nazis impusieron el largo y horrendo sitio a la ciudad de Leningrado. Dmitri Shostakovich, en ese contexto, escribió su Sinfonía Nº7. Aun con el asedio que sufría la ciudad, la obra fue estrenada en 1942. Por caminos inverosímiles, la partitura llegó a occidente donde devino en una obra emblemática que destacaba el heroísmo ruso. También en 1942, Arturo Toscanini tuvo a su cargo el estreno neoyorquino de la Sinfonía “Leningrado”. Marin Alsop la dirigió al frente de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Frankfurt.
¿Sonará alguna de estas obras en algún teatro de Occidente? Si avanza la torpeza de embargar y cancelar a la cultura y a la música rusas como si fueran commodities, petróleo, productos industriales o bienes comerciales, no parece que haya chance ninguna. Afortunadamente tenemos todavía Internet para poder disfrutar del arte de Chaikovsky, Anna Netrebko, Daniil Trifonov, el Cuarteto Borodin o Denis Matsuev. Esperemos que ningún iluminado decida que también deben ser cancelados del mundo digital.