Las grandes canciones: “London Calling”, ese himno que anticipó la preocupación por el cambio climático y las catástrofes nucleares
La década del ochenta fue, de algún modo, más finisecular que la del noventa ya que pronosticaba, desde el arte y el entretenimiento, en rubros como el cine, un fin del mundo cercano, o la extinción de una especie. Acaso algunos sobrevivientes podrían ser, allá por el siglo XXI o XXII, los protagonistas de una historia que engendrara un nuevo planeta desde sus cenizas. Incluso en los años 70 se vivió ese espíritu apocalíptico enarbolado por el movimiento punk y su máxima No Future.
Y aunque ese movimiento pueda ser ubicado en las antípodas de declaraciones como el Manifiesto Futurista de principios del siglo XX (obstinadamente contrario a cualquier acción anarquista) habría una simetría en sus gestos, esos que refieren a la velocidad y la violencia, y en su declarado desprecio por las viejas estructuras conservadoras. Claro que el punk declara el “no hay futuro” contra aquella otra corriente que fue una alternativa para los nacionalismos autoritarios que surgieron cerca de la mitad del siglo.
En los estertores de aquella expresión punk aparecían bandas y discos brillantes. Y mientras que el No Future era una expresión de resignación, en el arte de bandas como The Clash podía transformarse en una advertencia. London Calling, un álbum emblemático dentro de la historia del rock, le debe su nombre a una canción que, desde un tono marcial y absolutamente imperativo, advierte sobre ese final a partir de varios sucesos. El primero es una sensación social que se vive en esa Inglaterra de 1979. Desencanto e ironía. Hasta de los Beatles se acuerda cuando dice: la “farsa de la beatlemanía ha mordido el polvo”.
En parte quizá haya tenido que ver con que la propia banda había pateado el tablero y comenzado una nueva vida artística: una mudanza, un final de contrato con su manager, una nueva sala de ensayo. Su tercer disco sería diferente en muchos sentidos. Lo que seguramente nunca pensaron los integrantes del grupo era la posibilidad de que esa canción, con una letra tan sencilla y directa, se transformara en una especie de himno. Ni siquiera tiene estribillo, apenas un puente musical en el que se escucha un canto de gallo emulado por el cantante Joe Strummer.
El golpe de guitarra sobre el primer acorde marca los cuatro tiempos del compás, como si fuera el paso de un desfile militar. Pero se trata de un acorde menor que le quita todo énfasis a la intención ¿Por qué en su modo menor? Quizá porque había que quitarle toda euforia al asunto. Quizá porque el título de la canción escrita por Joe Strummer y Mick Jones era un guiño a una frase que usaba la BBC durante la Segunda Guerra Mundial; quizá porque cuando dice “London is drowning/And I live by the river” (“Londres se está inundando/Y yo vivo junto al río”) se refería a una posible crecida del río Támesis que hubiera dejado a la ciudad bajo las aguas. Quizá porque cuando uno de los versos menciona a Three Mile Island, es porque la banda levanta el dedo ante las graves consecuencias de un accidente nuclear. De hecho, ese accidente, que ocurrió en una central nuclear de los Estados Unidos fue la antesala, en una escala mucho menor, de la catástrofe que ocurriría en Chernobyl casi una década después.
“Se acerca la Edad de Hielo. Los motores dejan de funcionar. El trigo crece con menos fuerza. Un error nuclear. Pero no tengo miedo. Porque Londres se está hundiendo y yo vivo junto al río”. Estas son algunas de sus frases. El error nuclear al que se refiere ocurrió el 28 de marzo de 1979 en Three Mile Island, del estado de Pensilvania. Allí el reactor TMI-2 sufrió una fusión parcial de su núcleo.
Cuando ocurrió el accidente, en un radio de ocho kilómetros vivían 25.000 personas. Los gases radioactivos emitidos hacia la atmósfera osciló entre 2,5 y 15 millones de curios. Las empresas dedicadas al negocio de la energía nuclear en ese momento desestimaron la posibilidad de daños a personas, tanto inmediatos como en el largo plazo. Sin embargo, Greenpeace indicó que existió en esa región un aumento evidente de casos de cáncer. De los siete grados en los que están categorizados los accidentes nucleares civiles, lo que ocurrió en Three Mile Island llegó al cinco. Claro que tras lo ocurrido en Chernobyl, en 1986, pocos recuerdan aquel incidente en los Estados Unidos.
¿Y qué pasó con aquello de “Londres se está inundando” en uno de los versos de “London Calling”? Para eso se construyó la barrera del Támesis. Su desarrollo comenzó en 1974 y recién se inauguró en 1984 para proteger a la capital británica de las crecidas del Mar del Norte. Está compuesta por diez compuertas de acero que cubren los 520 metros del cauce del río a la altura de Woolwich.
Seguramente la finalización de la obra no tuvo nada que ver con la canción, pero tal vez ese presagio de “London Calling” haya podido ser, ya en esos tiempos, un pequeño llamado de atención. Hoy, la canción es un verdadero clásico y una de las que mejor identifica a The Clash. La revista Rolling Stone la ubicó en 2004 como la decimoquinta mejor canción de la historia. Es, de las bandas del punk rock, la que más alto ha podido escalar. Y como curiosidad sirve este dato: fue uno de los tema elegidos para los Juegos Olímpicos de Londres de 2012. En general, para estos juegos se utilizan canciones originales, sin embargo, pareció lo suficientemente representativa como para ser elegida, a más de treinta años de su estreno. También sonó en películas como de James Bond Die Another Day y The Conjuring 2.
“London Calling” no ha sido un tema tan versionado como otros clásicos del rock, pero se pueden encontrar interpretaciones de peso, como la que Bruce Springsteen ofreció en 2009, durante un festival en el Hyde Park.