Carlos Portaluppi: un sueño infantil, la carrera que universitaria que dejó por su pasión y el cambio de hábitos con el que espera modificar su vida

Carlos Portaluppi: un sueño infantil, la carrera que universitaria que dejó por su pasión y el cambio de hábitos con el que espera modificar su vida
Carlos Portaluppi: un sueño infantil, la carrera que universitaria que dejó por su pasión y el cambio de hábitos con el que espera modificar su vida - Créditos: @NOELIA MARCIA GUEVARA

Dice Carlos Portaluppi que en su Mercedes natal, en Corrientes, soñaba con poder hacer de Sarmiento, San Martín o Belgrano en los actos escolares, pero nunca le tocaba interpretarlos. A los 17 se mudó a La Plata para estudiar arquitectura y llegó a hacer materias de cuarto año, hasta que el actor ganó la pulseada y abandonó la facultad. Hizo mucho teatro independiente y la popularidad le llegó con el farmacéutico Elvio Dominici, su personaje en el unitario Vulnerables. Luego llegaron decenas de roles en cine, televisión y, claro, teatro; por estos días protagoniza Votemos, en el Metropolitan, una comedia basada en un corto español que habla sobre salud mental, empatía y las relaciones entre vecinos. En una entrevista con LA NACION, el actor también reflexiona sobre salud física, cuenta que se puso un balón gástrico y está en pleno proceso de reeducación alimentaria.

-Hiciste mucho teatro under antes de debutar en televisión... ¿Cómo se dio ese salto?

-Hice algunos bolos antes de Vulnerables, como por ejemplo en Gasoleros y Como pan caliente. Estudiaba con Lito Cruz y muchos productores buscaban actores ahí. Por otra parte, los productores de Polka iban a ver obras de teatro independiente; yo estaba haciendo Calígula en El Vitral, y un día al finalizar la función vino una señora que me dijo que le había gustado mi trabajo, que era la mamá de una productora de Polka que no había podido ir a ver la obra y la había mandado a ella. ¡No tenía nada que ver! (risas) Le hizo un favor a la hija que no llegaba a ver todo lo que tenía que ver. Así que fui a un casting, trabajé con un texto de Calígula y me incorporaron a la miniserie Por el nombre de Dios, donde interpreté a un abogado que sacaba de la cárcel al personaje de Adrián Suar. Y después me sumé a Vulnerables. Para mí estar sobre el escenario es como estar debajo de mis nísperos; es mi lugar en el mundo.

-¿Cómo es eso?

-Los nísperos estaban al lado de mi casa, en la casa de mis tías del corazón que me han llevado en brazos desde muy niño. Allí pasaba mucho tiempo en mi infancia y en el patio había árboles de nísperos y mis tías nos hacían hamacas, tiraban arena para que jugáramos con mis hermanos y mis primos. Y ahí hice mis primeras casitas, así que imagino que la arquitectura me viene también de ese momento. Esos nísperos eran mi burbuja, un espacio lúdico muy creativo. Me pasaba el día comiendo nísperos, cazando chicharras y soltándolas, armando y desarmando casitas. Al principio viajaba mucho a Mercedes, y ahora menos; allí todavía están mi madre y mi hermano mayor, y mis tías por parte de padre. El teatro tiene que ver con esos nísperos. Es un gran disparador a mi infancia, a escaparme a la hora de la siesta para ir a jugar al básquet con mis amigos, y hacía tanto calor que se me derretían las zapatillas (risas).

-¿Primero estudiaste arquitectura y después actuación?

-Sí. A los 17 años terminé la secundaria y me fui a La Plata a estudiar arquitectura, y a la semana de empezar las clases ya estaba haciendo teatro (risas). En una clase de Estructuras escuché una charla de unas chicas que estaban delante de mí y hablaban de teatro. Fui al taller al que ellas asistían, después a la escuela de teatro de la provincia, hasta que descubrí que existía un maestro que se llamaba Lito Cruz. Me vine a Buenos Aires y busqué en la guía telefónica y el primer teléfono al que llamé era el de su casa; me atendió su mujer y me pasó el número del estudio. Y así fue. Cursé materias de arquitectura de cuarto año, y el actor me fue ganando. Me animé. Antes no lo había hecho porque yo no tenía ningún estímulo, pero el deseo era muy fuerte.

Carlos Portaluppi en el teatro Metropolitan, donde protagoniza Votemos
Carlos Portaluppi en el teatro Metropolitan, donde protagoniza Votemos - Créditos: @NOELIA MARCIA GUEVARA

-¿Te costó conseguir trabajo como actor?

-No, hice mucho sótano y desde que empecé nunca paré. He llegado a hacer cinco obras de teatro a la vez. Fui parte de Humores Dramatis, un grupo que dirigía Guillermo Ghío, con Marcos Montes y Marcelo Serré, y cuando cumplimos cinco años hicimos todo el repertorio que teníamos. En ese momento estaba haciendo La señorita de Tacna en el Maipo, con Norma Aleandro y ahí estaba Marcos Montes también, y hacíamos funciones de miércoles a domingos. Además, los viernes hacíamos una obra a la medianoche; los sábados, después de la doble función, otra a la 1 AM, y otras dos obras los domingos y los lunes. Tenía mucho entrenamiento que luego agilizó mucho más la televisión, porque tenés que aprenderte los textos muy rápido.

-¿Y cómo fue animarse a jugársela?

-Decidir venir a Buenos Aires a estudiar teatro fue progresivo, porque no me animé antes. Tenía posibilidades de hacer una formación en teatro después de un festival intercolegial que se hizo en Corrientes, y me quisieron ofrecer una beca. En quinto año me subí por primera vez a un escenario sin haber visto nunca una obra de teatro. Yo me moría de ganas de hacer a los Sarmiento, los San Martín, los Belgrano; nunca me tocaban esos personajes ni tampoco ningún otro (risas). Por algún lado le llegó el comentario a la profesora de francés y me invitó a ser parte de una obra de Florencio Sánchez, Nuestros hijos. Y me pasó algo hermoso con eso de jugar a ser otro. Era un vuelo mágico.

-¿Y esa magia continúa o mermó con el paso de los años?

-La magia continúa como el primer día. Votemos me parece una obra preciosa que habla de la salud mental y sale el tema de la inclusión, claro. La premisa es qué pasaría si te enteras que a tu edificio se va a mudar una persona que padece de un trastorno mental. Se habla de cosas muy complejas, que son los miedos que todos tenemos, y de la falta de empatía. La obra arranca con una reunión de consorcio en la que afloran las miserias de cada uno, que movilizan y nos interpelan porque nos vamos a reír y también nos vamos a preguntar de qué nos reímos. Son cosas que estamos aprendiendo, y mucho más a partir del movimiento feminista. Intentar deconstruirme me abrió la cabeza, me hizo pensar las cosas desde otro lugar; y no soy un machirulo, y nunca lo fui. Mi hijo Julián, de 17 años, me enseña mucho y es quien más me ayuda a deconstruirme. Y esta obra me hizo pensar mucho también, e intentar ser cada día mejor persona.

-¿A tu hijo le gustaría ser actor?

-No... En casa de herrero, cuchillo de palo (risas). Julián escribe, compone música, dibuja muy bien.

-¿Estás en pareja?

-Conviví 17 años con la madre de mi hijo, después me separé y tuve otras parejas… Sí, no…. (risas). Ahora no.

-Volviendo a la actuación, ¿sentís que tu físico te condicionó?

- No fue condicionante y nunca me afectó. Sí me afectó la salud, pero no psíquicamente. Jamás sentí que me llamaran por gordo, sino para resolver personajes. Aunque alguna vez en el guion se referían a mi personaje como “gordo”. Y bueno, ya está. Pero no fue algo que me haya afectado. Ahora estoy ocupándome de este tema que padezco. Estuve a punto de hacerme una cirugía bariátrica, pero mi hermano menor se la hizo y tres años después se murió, en el 2015. No puedo echarle la culpa a la cirugía bariátrica, sino quizá sus hábitos lo habían llevado ya a esa instancia, seguramente. Pero fue algo que me frenó y me hizo repensar la decisión de someterme a una cirugía tan invasiva. Me dio mucho miedo porque vi todo lo que sufrió mi hermano. Fue terrible.

"Jamás sentí que me llamaran por gordo, sino para resolver personajes", dice el actor
"Jamás sentí que me llamaran por gordo, sino para resolver personajes", dice el actor - Créditos: @NOELIA MARCIA GUEVARA

-¿Y cómo te estás ocupando?

-Tengo un balón gástrico, que es cero invasivo. Es una cápsula que tomás con agua, se posiciona en el estómago, y a través de un catéter le inyectan solución fisiológica, se infla como el tamaño de un pomelo y eso permanece cuatro meses ahí y ocupa el 70 por ciento de la superficie. Después se desintegra, lo eliminás y ni te enteras. Me lo pusieron en noviembre pasado y bajé 17 kilos. No hay cirugía, no hay anestesias y en 15 minutos ya estaba en casa. Posiblemente en septiembre vuelva a colocármelo. Y además hay acompañamiento de nutricionista, psicóloga y ejercicio físico, porque no es mágico. Pero ayuda.

-¿Fue complicado cambiar tu rutina?

-No porque si bien intenté bajar de peso muchas veces, ahora tengo actitud, decisión, ganas y más herramientas que tienen que ver con la convicción. Empecé a hacer actividad física después de 25 años de no hacer nada. Y una reeducación alimentaria. Me siento mucho mejor. Llegué a estar en una situación complicada en la que caminaba media cuadra y me agitaba, me dolían las rodillas, me cansaba. Hice miles de dietas. Inclusive bajé mucho cuando hicimos la película Whisky Romeo Zulu, de Enrique Piñeyro; en ese momento hice una dieta con la que comía 600 calorías diarias y bajé, pero enseguida engordé de vuelta, ya en el mismo rodaje. Ahora abordo las cosas desde otro lugar.