El caso Asunta: el horror y la duda tras rostros familiares, en la ficcionalización de un caso que aún conmueve a España

El caso Asunta tiene su versión de miniserie en Netflix
El caso Asunta tiene su versión de miniserie en Netflix

El caso Asunta (España/2024). Creadores: Ramón Campos, Gema R. Neira, Jon de la Cuesta, David Orea. Dirección: Carlos Sedes, Jacobo Martínez. Fotografía: Daniel Sosa Segura, Diego Cabezas. Edición: Diego Fajardo, Andrés Federico González, Alfonso Regueiro. Música: Adrián Foulkes, Federico Jusid. Elenco: Candela Peña, Tristán Ulloa, Javier Gutiérrez, María León, Carlos Blanco, Iris Wu, Alicia Borrachero, Francesc Orella. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.

La fascinación por las series basadas en crímenes reales (true crime, según la etiqueta estadounidense) parece no tener fin. Es lógico: en todas partes se cuece sangre y pasan cosas horribles y misteriosas. Quizás esta cantera interminable de casos criminales sea el atisbo de una nueva mitología; quizás, no, pero sin dudas tiene esa componente que nos obliga a acceder a un artefacto cualquiera: lo extraordinario. Para eso vamos al cine o buceamos en las plataformas. En el caso del true crime, juega también la idea -menos morbosa que universal- de que algo extraño sucede debajo de la normalidad. Así, los casos más exitosos suelen ser los que involucran a las personas más comunes. La chatura general de las series dedicadas al género proviene de que alcanza con lo tortuoso o sangriento del (o de los) crímenes para enganchar al espectador. El morbo catártico es tan natural como tener sueño después de una botella de vino. De allí la proliferación del género. Y como la investigación del caso más el proceso judicial suelen tener muchas vueltas, ideal para series.

El caso Asunta no es ninguna excepción a la regla. O casi, como veremos. En la historia real, un matrimonio que acaba de divorciarse, la abogada Rosario Porto (Candela Peña) y el periodista Alfonso Basterra (Tristán Ulloa), son acusados de asesinar a su hija adoptiva, Asunta, y el juez de instrucción (Javier Gutiérrez) se convence en seguida de la culpabilidad de los padres, incurriendo en actitudes muy poco éticas.

Como corresponde, hay fiscales gélidos y abogados desesperados, circo mediático, secretos que se develan de a poco y el retrato de una familia bastante disfuncional. La investigación se vuelve interesante: queremos saber y cada paso nos lleva a resolver el rompecabezas. O eso parece. El ambiente gallego de Santiago de Compostela y La Coruña es tan gris como las oficinas glaucas donde se desarrollan investigación y juicio: ese tono gris combina a la perfección con los personajes. Hay algo que decir: los medios españoles no están demasiado de acuerdo con el tratamiento que se les da a esos padres supuestamente filicidas. Un eco, quizás, de la polarización causada por el circo mediático. La perspectiva que provee no haber estado cerca del caso permite entonces ver lo esencial: cuál es el sentido de esta ficción sobre un caso real.

Y aquí es donde aparece quizás la única originalidad de esta miniserie que, en general, sigue los dictados y el repertorio de un género en boga. Nada que objetar: el cine se hizo así, copiando modos y repitiendo esquemas con mínimas variaciones hasta que surgía algo diferente por pura evolución en el tiempo. Esa originalidad es que, si bien el caso se resuelve y el juicio final tiene su veredicto, no estamos seguros de nada. Hay algo respecto de las pruebas y los discursos que enrarece lo que vemos. Hay, se nos dice y se nos repite, un secreto, algo no dicho, que permanece como una nube (gris y glauca, por supuesto) sobre la limpieza de la investigación y el caso mismo. Al finalizar la historia, sabemos lo que pasó, pero no estamos para nada seguros.

Candela Peña y Tristán Ulloa como Rosario Porto y Alfonso Basterra, en El caso Asunta
Candela Peña y Tristán Ulloa como Rosario Porto y Alfonso Basterra, en El caso Asunta - Créditos: @Netflix

Es cómico ver las quejas de la prensa hispana al respecto, porque parece no diferenciar la realidad de la ficción ni considerar la miniserie como un ejercicio creativo que no tiene por fin elucidar un caso o sustituir el funcionamiento de la justicia. “Esto no fue así” no es válido en este caso. En Titanic vemos hundirse con el barco Les demoiselles d’Avignon, de Picasso, que cuelga lo más campante en el Met de Nueva York. Pero el Titanic se hundió así. Y Asunta murió asfixiada, sin rastros de violencia y con toneladas de benzodiacepinas encima. El punto de la miniserie, más allá de analizar hasta qué punto un relato sensacionalista influye en el juicio de una persona (la deliberación del jurado en el último capítulo es puntual en ese sentido) es cómo una familia no es una imagen plana, un recorte, sino algo mucho más complejo que puede incluir la sordidez (por eso, de paso, la recurrencia de las fotografías).

También es sobre otra cosa: cómo las circunstancias “crean” una realidad. Incluso si hay elementos que son más bien superfluos, como la relación del juez de instrucción con su padre senil (la serie tiene seis episodios que podrían tranquilamente ser cuatro, o tres), la impresión de que ese mundo existe es fuerte, y crea un verosímil sólido que incluye algo sustancial: la duda. En ese punto, El caso Asunta es sobre la inestabilidad del mundo real (no irónicamente, manipulado para convertirse en miniserie), lo que incluye instituciones como la familia, el periodismo o la Justicia, pero también el resto de lo cotidiano. De allí que, sabiamente, la miniserie no incurra en certezas de ningún tipo ni dicte cátedra, incluso si señala toda clase de oscuridades y no pocas miserias. En el “debe”, El caso Asunta incurre en diálogos a veces forzados, demasiado escritos o cuyo tono no condice con el realismo del ambiente y huelen a telenovela de apuro. En el “haber”, la sensación angustiosa de que ya no queda mucho de qué asirse y de que la realidad se ha vuelto manipulación, campo de batalla o torneo de voluntades.