#CDMA: La virginidad y sus fantasmas

#CuestiónDeAmor | Anjo responde las preguntas de los lectores

Hay conceptos que yo, por lo menos, ya no entiendo. No por desconocer su significado, sino porque en el mundo en el que vivo, en mi realidad, han perdido toda clase de relevancia. La virginidad es uno de ellos. Entiendo el hecho de que un ser humano, por decisión propia, se abstenga a tener relaciones sexuales con otro. Es un momento tan íntimo, que cuerpo y mente por igual tienen que estar preparados para ello. Sin embargo, para ser honestos, jamás se está realmente listo para algo de tal magnitud. Lo que no concibo es que el resto de las personas le den semejante importancia.

Para Marta, de la Ciudad de México, ser virgen fue algo que simplemente pasó, “Fue un accidente”, como ella misma lo describió en un correo que me envió. “En prepa fajé con un compañero de la escuela en mi casa, cuando mis papás no estaban. Yo quedé solamente en ropa interior pero no tuvimos sexo. En la universidad me agarré con un tipo en una fiesta y me invitó a su casa, tampoco pasó nada. No sé si seguí siendo virgen porque me dediqué a salir con mucha gente, en lugar de querer tener una relación con alguien. Lo de la virginidad no fue a propósito, nunca salí con nadie más de dos veces”.

Incluso, a pesar de haber sostenido encuentros íntimos que no derivaron en sexo, la reputación que imprimía entre sus conocidas era muy diferente a la que nos podríamos imaginar. “Ellas decían que yo era la más fácil y zorra del grupo, a pesar de ser virgen”, me confesó.

Al leerla, llamó mi atención el cambio paradigmático que ha sufrido este juicio en particular. En mis tiempos era al revés, las jóvenes que habían tenido sexo eran tachadas de prostitutas, aunque solo lo tuvieran con un hombre y las que se besaban con el primero que se encontraban en un bar eran las puras y castas. A eso me refiero con la facilidad con la que expiran las nociones y la fragilidad de sus valores.

Pero el dilema de Marta es otro, “Hace tres semanas que dejé de ser virgen”. En su correo me relató que a Ramón, a quien conocía hace 10 años y, en ese tiempo solamente lo había “…visto diez veces, máximo. Nos llevamos súper bien, sabemos mucho del otro y creo que nos tenemos cierto cariño”. Con toda premeditación y sabiendo lo que hacía, ella lo alcanzó en un hotel con una botella de vino, la cual, “Nunca abrimos. Llegué medio nerviosa, dejé mi coche con el valet y lo esperé en el lobby. Bajó, nos saludamos, subimos al elevador y nos empezamos a besar como si fuera normal, como si así fuera siempre. Nos habíamos besado una vez en una borrachera hace como año y medio. Llegamos al cuarto y tuvimos sexo”.

Lo curioso de perder la virginidad es que no siempre es divertido. El día que finalmente sucede, uno se pone tan nervioso y el conjunto de acontecimientos es tan insólito —sin importar cuántas ideas previas se hayan conjeturado antes– que la conclusión dista mucho de la expectativa. Pero en palabras de Marta, “Según yo estuvo bueno el sexo: lo hicimos más de una vez y creo que tuve un orgasmo”. No obstante, la contrariedad llegó después:

“Al otro día me habló Ramón, ‘Tengo una reunión en la noche, ¿te quieres venir antes y me acompañas?’, dijo usando un doble sentido. Llegué al hotel sin botella de vino. Nos empezamos a besar, no inmediatamente como el día antes, fue con más cautela. Cuando las cosas se empezaron a poner más intensas, aproveché para decirle que preferiría dejarlo para otro día, ‘Estoy adolorida de ayer’. Se preocupó y me dijo que era raro, y me preguntó por qué. Le dije muy casual y medio en tono de broma, ‘Porque nunca lo había hecho’. Él se rió y se desconcertó, pero disimuló al darse cuenta de que yo no bromeaba. Nos fuimos a la fiesta”.

Marta fue muy contundente con el huracán de incertidumbre que siguió después de su experiencia, “No me ha hablado. No sé qué pasó”. Mencionó estar segura que él la pasó bien y que se cayeron bien, que siempre se han caído bien. “Y, no es que esté esperando que me hable para ser novios o algo así, lo que sí me gustaría saber es cuál es el problema”.

Marta trató de tener contacto a través de un mensaje, mismo que no recibió respuesta. La indiferencia de Ramón le provocó una inmensa inseguridad que derivó en una maraña de cuestionamientos, “No pudo pensar que soy inexperta, porque ni se dio cuenta cuando lo hicimos. ¿Cuál es el problema de las vírgenes? ¿Cuál es el problema con que él haya sido el primero? Lo que también me tiene confundida es, ¿qué hubiera pasado si le hubiera dicho antes de tener sexo? ¿Qué tengo de malo por no haber tenido sexo antes?”

En mi opinión todas esas dudas son imposibles de despejar. Mucho menos comprender con exactitud lo que pasa por la cabeza de Ramón y por qué actuó de esa manera. Si le dio relevancia o no, si eso gestó su accionar, si se sintió responsable, agobiado o desilusionado, no hay forma de averiguarlo más que enfrentarlo y, aun así, no es garantía de que él diga la verdad.

Con esta situación, me queda claro, y que me parece alarmante, es que si para Marta la virginidad era una “casualidad”, entonces, la presión social —tanto de quienes llama sus amigas, como por el tipo con el que tuvo sexo por primera vez—, la obligó a cobrar consciencia del tema, llenándola de complejos y prejuicios, además de incertidumbre y desconfianza. Irónicamente, al perder su virginidad también perdió su libertad.

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