#CDMA: “Mi pareja tiene mamitis”

#CuestiónDeAmor | Anjo responde las preguntas de los lectores

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Existe un estereotipo recurrente: las suegras y su inigualable manera de maltratar a sus nueras o yernos. Aunque sea un tema trillado, su origen sigue siendo un misterio; es imposible rastrear la primera queja que emitió un ser humano con respecto a la grosería que le hizo la madre de su pareja. Sin embargo, probablemente se remonta a la primera vez que una mujer dijo: “Nunca, nadie será suficientemente bueno para mi hija(o), así que le haré la vida imposible”.

Pero hay un fenómeno aún más nocivo en lo que a las suegras respecta, y es cuando sus hijos o hijas tienen una relación de codependencia con ellas. Incluso, no podríamos catalogarlo como exclusivo de las progenitoras, pues en muchos casos la “mamitis” se extiende a otros miembros de la familia, creando lazos patológicos que no permiten ser autosuficientes o, peor aún, que impiden mantener relaciones estables con otros individuos.

Tal y como lo describe Val en un correo electrónico que me envió hace unas semanas: “Mi esposa siempre [está] con que su mamá esto y su mamá el otro”. En su mensaje ,Val es muy concreta: “Mi relación se deteriora porque, en una sola palabra, [junto] a la mamá y a familia de mi esposa me siento nada”.

Aunque la lectora no me da mayor información, dudo que la situación fuera distinta antes de que formalizaran su compromiso, ya sea legal o emocionalmente. Val tendría que haber sido consciente de las circunstancias en las que se estaba metiendo, es decir, de la rivalidad con su familia política.

En mi opinión, creer que una circunstancia puntual —en este caso, que un cónyuge prefiera a su familia sobre su pareja— se revertirá al momento de compartir un hogar es uno de los errores más comunes que comete la gente. Dan por sentado que consiguieron una victoria, cuando la penosa realidad es que no solo no han ganado un comino, sino que es un una partida que perdieron por default.

¿Recuerdan el juego preparatoriano de “¿Qué prefieres?”, en el que los participantes plantean escenarios hipotéticos y forzosamente tienen que escoger uno? Imaginemos que le preguntamos a la esposa de Val lo siguiente: “Si tuvieras que renunciar para siempre a tu familia o a tu pareja, ¿a quién elegirías?”. No sé qué piensen. Yo pongo mi dinero a que elige la segunda opción.

Alguna vez estuve en una noviazgo similar —estancado en un segundo plano— y a punta de frentazos descubrí que era una lucha que jamás revertiría. Tenía dos opciones: aceptarla y aprender a vivir con ella o dejarla. La segunda alternativa me pareció demasiado drástica, así que opté por tratar de acostumbrarme.
Pronto me di cuenta de que era algo similar a vivir con una persona que tiene algún tipo de discapacidad; además de requerir cuidados especiales, es muy demandante. Para comprometerse con una persona que carece de una habilidad o un sentido, es necesario aceptar que esa “desventaja”, por llamarla de alguna forma, es definitiva –el ciego no volverá a ver, el sordo a oír o el parapléjico a caminar–. No se está en esa relación por un asunto de altruismo, sino de satisfacción y verdadero amor. Es dar por dar.

Yo aprendí que no valía la pena competir con la familia de mi ex. Era demasiado trabajo y siempre, como escribe Val, me iba a “sentir nada”. Se dice que una de las condiciones para que una relación de pareja funcione es la compatibilidad de prioridades. En otras palabras, que ambos coincidan en el lugar que le dan al otro y la importancia que otorgan a la convivencia, la resolución de problemas y hasta el tiempo que pasan juntos. Si no hay compatibilidad en ese aspecto, entonces, citando a Florence Welch de Florence + The Machine, “construimos este barco para hundirlo”.

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