Buenos chicos, la única ficción posible de este tiempo de la TV abierta en la Argentina
Lo normal se convirtió en rareza. Y la antigua regla pasó a ser la excepción. Para empezar a entender desde los contenidos de ficción el presente de la televisión abierta en la Argentina y sus vínculos con la historia hay que volver a la ilustre figura que acaba de dejarnos. Muchas de las buenas páginas que tuvo la vida artística de Pepe Soriano se escribieron cuando los canales de aire rebosaban de ficciones. Y al hojearlas nos encontramos con un mapa bien amplio y diverso: adaptaciones de grandes obras del teatro universal, unitarios, telecomedias (algunas de ellas con vistosos cuadros musicales), producciones especiales concebidas alrededor de grandes figuras, retratos costumbristas. Y más cerca, series y, por supuesto, hasta alguna telenovela en formato de tira diaria.
Si Polka hubiese producido algo parecido a Buenos chicos hace unos 20 años y las exigencias del guion hacían necesaria la convocatoria de algún actor veterano y prestigioso para hacer de abuelo, con toda seguridad Adrián Suar habría considerado a Soriano entre los candidatos a ocupar ese lugar. Ya lo había hecho en 1997, al darle un personaje muy destacado en la trama de RR DT, una serie que a diferencia de sus productos más conocidos, salía al aire dos veces por semana.
Todo ese hermoso mapa de variaciones sobre el tema de la ficción permanece en la memoria de la televisión argentina más clásica (la de los canales abiertos) casi en su totalidad conjugada en tiempo pasado. Es un escenario inesperado, y hasta ingrato, para un territorio que durante mucho tiempo fue distinguido en el mundo por su capacidad para generar, producir y sobre todo llevar al mundo buenas ideas televisivas.
Apenas diez años pasaron desde que la Argentina fue recibida y agasajada en el Palacio de los Congresos de Cannes como país invitado de honor del Mercado Internacional de Contenidos Audiovisuales (Mipcom), la convención anual más importante de la industria televisiva global. Hasta allí llegaron, en aquel octubre de 2013, casi 100 empresas (sobre todo productoras) y 270 acreditados para mostrar sobre todo que la capacidad de la televisión local para exportar sus mejores contenidos.
Una de las grandes protagonistas de aquella embajada fue Cris Morena, que presentó al mundo una de sus creaciones, Aliados, como la primera ficción de habla hispana con formato de multiplataforma. “Aliados, desde cualquier punto de vista, es el idioma de la nueva era”, había dicho en ese momento frente a un auditorio colmado y sobre todo lleno de curiosidad.
Diez años son una eternidad en televisión. Pero hay que volver inevitablemente a Cris Morena y a su concepción del mundo a través de las ficciones televisivas para entender lo que significa la llegada de Buenos chicos al horario central de nuestra televisión abierta. Porque como lo saben muy bien quienes hacen TV, lo que hoy vemos es el resultado de una evolución que tiene fuentes originarias muy precisas y constantes transformaciones. De una u otra manera, los géneros y fórmulas que inauguraron la televisión y determinaron el rumbo de sus primeras etapas perduran en la actualidad.
Hoy se producen desde la Argentina para las “pantallas” (término deliberadamente ambiguo que sostiene una manera de producir para las nuevas vidrieras de la vieja TV, las plataformas de streaming) muchas ficciones de cuño novedoso , adaptadas a las nuevas formas de consumo globalizado. Sobre todo en su extensión: se imponen las miniseries y las series con temporadas no demasiado largas.
Hay en ellas, como en ese pasado que Mipcom reconocía, capacidad de proyectarse al mundo y producciones genuinamente originales. La serie Nada, una de las creaciones de Gastón Duprat y Mariano Cohn, de la que participó nada menos que Robert De Niro, tendrá su estreno mundial en el inminente Festival de San Sebastián.
Todo se mueve en un mundo de ficciones y formatos en su mayoría adaptados e integrados a estructuras de producción más amplias, a la búsqueda de públicos internacionales y de vastos alcances. Basta con ver cómo lleva adelante Telefe sus estrategias en materia de ficción como parte del poderoso holding Viacom o de qué manera NBC Universal sumó a su escudería una productora local independiente como Underground, hoy consagrada a un amplio abanico de contenidos dirigidos sobre todo al mercado hispanoparlante de los Estados Unidos.
¿Qué queda entonces de lo que la Argentina levantaba como bandera hace 10 años frente a los ojos de todo el mundo televisivo en Cannes? Tal vez una nueva etapa de ese universo de ficción imaginado en su momento con extraordinario espíritu innovador (sobre todo desde lo visual) por Cris Morena. Buenos chicos es el reverso de ese mismo mundo, una especie de espejo deformado en el que se mueven personajes y realidades parecidas , pero en el contexto de la Argentina que en términos económicos y sociales se cae a pedazos en este 2023.
Hay una línea directa, a veces oblicua, difusa o imperceptible, entre ambas. Lo que en el fondo se expresa en esta transición es el paso de un mismo universo de jóvenes que dejan la adolescencia y entran en el mundo adulto de una realidad social a otra. Aquella generación bucólica, soñadora, enamoradiza, llena de inquietudes y anhelos espirituales que conocimos en Verano del 98, Rebelde Way o Aliados es sucedida en un entorno social bastante parecido por otra, cuyos protagonistas sienten escaso remordimiento y ninguna culpa cuando se los obliga a cometer delitos para el capo de una mafia sindical.
Buenos chicos responde a las expectativas cada vez que pone en movimiento estos resortes narrativos. Mostró desde el comienzo una marcha de más que la mejora respecto de otras producciones de Pollka, sobre todo a través del dinamismo de las escenas relacionadas con asuntos policiales y judiciales. Lo más interesante del arranque de Buenos chicos es el dilema al que se enfrentan estos chicos (de clase media acomodada en su mayoría) tentados por la impunidad, la vida ociosa, las fiestas y cierta irresponsabilidad como modo de existencia. Y también la relación de estos jóvenes personajes con sus padres, sobre todo aquellos que representan en esta ficción algún perfil institucional relacionado con el cumplimiento de la ley. La magnífica reaparición de Gabriela Toscano es el símbolo de todo lo que funciona bien hasta aquí.
Hay excepciones, por cierto, porque nunca faltan las muestras de arrepentimiento y los actos de contrición en estas historias. Y también, porque forma parte del ADN de Pollka, ese toque costumbrista que resta más de lo que suma. Sobran obviedades y faltan sutilezas , por ejemplo, en la descripción del vínculo entre dos personajes que expresan distintas etapas de relación con el alcoholismo o en la encrucijada familiar de una chica trans. El segmento menos plausible es el que pone en escena el regreso de uno de los integrantes el grupo tras una larga permanencia en los Estados Unidos.
No es nueva esta superposición entre diferentes capas narrativas y dramáticas dentro de una tira de Polka. Lo que distingue por ahora a Buenos chicos de otras experiencias previas con el mismo sello tiene que ver con la consistencia del relato . Aquí las escenas (algunas de ellas son bastante largas) duran lo que tienen que durar, los chicos manejan un lenguaje creíble y aunque parezca inverosímil frente a la vida real todo ese micromundo de relaciones endogámicas (uno es hijo de un fiscal y una jueza, otro de un comisario, otro de un exitoso abogado conectado con el juzgado) tiene bastante certidumbre en la lógica interna de la ficción.
Siempre hay lugar en la televisión abierta, aquí y en todo el mundo, para los melodramas tradicionales. Tenemos la prueba durante buena parte del día en Telefe. Varios casilleros estratégicos de su programación se llenan con telenovelas de origen turco. En una pantalla a esta altura absolutamente globalizada, el público respalda a quienes garantizan la mejor opción posible en este terreno. Y si hay que reconocer alguna identidad más cercana allí está el regreso de la histórica María la del Barrio.
Para otra clase de ficciones, sobre todo las que exploran nuevas maneras de narrar, están las plataformas de streaming. El mapa de contenidos de origen argentino con distintos formatos de serie disponible en las distintas plataformas es amplio, reconocible y diversificado.
¿Qué le queda a la televisión abierta? ¿Cuánta ficción está en condiciones de recibir en medio de la estrechez económica, de la pereza de ideas, de la apuesta liviana y ausente de todo riesgo artístico por el panelismo o el entretenimiento de vuelo muy modesto? Una producción correcta, digna, muy bien musicalizada, impecable en todos los rubros técnicos y con un elenco juvenil de parejo compromiso, con puntos altos en Jerónimo Bosia, Gina Mastronicola, Santiago Achaga y Agustina Tremari.
Buenos chicos no es cualquier ficción. Reconoce en todo caso un momento decisivo de la historia reciente de la televisión argentina en este terreno. Y tal vez sea la única ficción posible en este momento de los canales abiertos. Si la apuesta resulta eficaz tal vez podría abrirse un nuevo espacio de búsqueda para los contenidos locales. Por ahora es nada más que una anomalía. La excepción de lo que hasta no hace mucho era una regla aceptada e indiscutida.
El dato
La nueva ficción de Polka debutó el lunes con 9,1 puntos de rating de promedio y si bien después bajó un poco su marca se mantuvo alrededor de los 8 puntos, una muy buena cifra en comparación a lo que logró la segunda temporada de ATAV 2.