Coccinelle: la diosa platinada que brillaba en París, escandalizó a Buenos Aires y luchó como pocas por sus derechos
El 2 de julio de 1962 al mediodía, Ezeiza vivió una de las jornadas más eclécticas que puedan recordarse. El hall principal del aeropuerto, que marcaba la llegada de los vuelos internacionales, estaba custodiado por un centenar de gremialistas que esperaban el arribo de sus dirigentes. Con cara de pocos amigos y camperones abotonados hasta el cuello, los presentes intimidaban a los viajeros con carteles que rezaban, entre otras referencias políticas, “Unión Obrera Metalúrgica” y “Viva Vandor”. El aire era denso y todos se miraban expectantes. Ante el mínimo movimiento sospechoso podía desatarse una improvisada batalla campal. Pero la tensa calma se quebró de la forma más inesperada. Pasada las 12.30, una horda de periodistas y fotógrafos irrumpieron y se amotinaron en el balcón de la terraza que daba a la pista de aterrizaje. Es que llegaba ella, “La Coccinelle”, la vedette más polémica de Europa , la musa inspiradora de Alessandro Blasetti, la mujer que años atrás había sido un hombre que supo defender a su patria como artillero en el ejército francés, y nadie quería perdérsela. Todo el resto quedó en un segundo plano, el sindicalismo, los derechos del trabajador y las insignias peronistas. La némesis de Brigitte Bardot estaba a punto pisar suelo argentino.
A las 12.45 se abrió la puerta del avión de Iberia procedente de París y apareció ella. Rubia, de ojos verdes, con un amplio y fastuoso tapado de visón gris, sombrero de punta también de visón y debajo un vestido de seda natural azul con sobrefalda, luciendo cartera grande y zapatos todo en el mismo tono azul. No venía sola, estaba acompañada por su flamante marido, el periodista y publicista Francis Paul Bonnet y su mascota, un pequeño chihuahua llamado Jo-jo. Era una diva y como tal debía cumplir con todos los clichés del género. Bajó la escalera móvil, recibió un inmenso ramo de flores que rápidamente destinó a su colaborador y ante la ráfaga de flashes de los fotógrafos, la mirada de los periodistas, colados, mecánicos, tripulantes y gremialistas, se dirigió a uno de los salones donde respondería las preguntas de la prensa con monosílabos apurados y donde la esperaba su equipaje, integrado por 17 maletas que totalizaron 463 kilos, cuando cada pasajero tenía autorizado no más de 30 kilos si no quería pagar exceso de equipaje . Así era ella. El público la esperaba, la prensa se deshacía en elogios, los conservadores la repudiaban y la Iglesia argentina se oponía a reconocerla mujer. Incluso algunos medios la llamaban “representante del tercer sexo”. La revolución Coccinelle ya estaba en Argentina y durante tres meses, su presencia no pasaría desapercibida.
Jacqueline Charlotte Dufresnoy nació el 23 de agosto de 1931 en París, Francia, bajo el nombre real de Jacques-Charles Dufresnoy. Hija de un limpiador de vidrieras y de una empleada en una verdulería, vivieron todos juntos en uno de los barrios más pobres de la capital francesa en los años previos a la invasión alemana. En su biografía editada muchos años después de su consagración, recordaría: “De adolescente vivía en un barrio muy pobre, de casas carcomidas por la acción del tiempo y gente que arrastraba una vida de miseria inenarrable”. Ya en los inicios de la ocupación alemana, entre 1940 y 1944, fue enviada al campo a vivir con sus tíos, lugar donde comenzó a explorar su real identidad y donde le permitieron vestirse por primera vez con ropa de mujer: “Siempre quise vestirme de mujer pero mis padres no querían”, reconocía.
Reinstalada la libertad en Francia y con la caída del Tercer Reich, Jacques regresa a su hogar y comienza a ganarse la vida como ayudante de peluquería, donde aprende el oficio rápidamente. Uno de sus primeros trabajos fue a domicilio para peinar a “Dominique”, un artista de variedades que por las noches seducía a la platea masculina en una boîte con performances que incluía strip-tease y gogo. Jacques quedó alucinado y su futuro comenzaba a definirse. Quería eso. Así es que comenzó a lucir el pelo largo, sutilmente maquillado, con remeras femeninas y pantalones unisex. Su fisonomía por aquel entonces ya era la de una mujer con aires de hombre. Solo un acontecimiento la corrió de su objetivo, seis días en el ejército artillero francés del cuál fue apartada por una evidente insuficiencia torácica. Agrega en sus memorias: “No tenía calzado porque mis pies eran pequeños y la ropa me quedaba toda grande”. Esos fueron los últimos vestigios de su vida estéticamente masculina para comenzar su nueva etapa como “Coccinelle”.
En 1953 daría inicio su carrera artística motivada por Dominique, quien la acercó al Chez Madame Arthur, un cabaret ubicado en el errante barrio de Montmartre. Allí debutaría haciendo playback en contorneantes canciones que motivaron a un cerrado aplauso y la admiración del dueño del local. En las sucesivas noches, compartiría cartelera con otras famosas vedettes trans, como April Ashley y Bambi, y alternaría su trabajo en otros clubes nocturnos como Le Carrousel y Olympia, este último, escenario donde también brillaba Edith Piaf. Inspirada en la imagen de Marilyn Monroe, muchos se animaban a compararla con su estrella máxima Brigitte Bardot, motivo que enojó a la actriz que nunca quiso trabajar en conjunto con la ascendente artista.
La carrera de Coccinelle parecía no tener límites. Los diarios y revistas de Europa hablaban de la diosa platinada que brillaba en las noches parisinas y le subía la temperatura a todos por igual, sin diferencia de género. Estados Unidos y Sudamérica se peleaban por tenerla en sus teatros con sus registrados strip-teases y ella no se negaría, pero antes necesitaba completar su identidad. Por ello se realizó una cirugía de reasignación de sexo en la clínica del prestigioso ginecólogo francés Georges Burou, en Casablanca, Marruecos, donde esa práctica no estaba penada por la ley. De vuelta en Francia, Coccinelle diría sus más famosas palabras: “El doctor Burou corrigió el error de la naturaleza y me convirtió en una verdadera mujer, tanto por dentro como por fuera. Después de la operación, el médico me dijo simplemente: ‘Bonjour, mademoiselle’, y supe que había sido un éxito”.
Después de la operación, Jacqueline Charlotte Dufresnoy a sus 30 años tenía vía libre para cumplir otro de sus sueños, casarse por iglesia con su prometido cuatro años menor, Francis Paul Bonnet. El mes previo a la celebración que se realizaría el 16 de marzo de 1962, los medios franceses se dividían en dos, entre los que apoyaban la decisión de la artista y los que denostaban su accionar por considerarlo un hombre que se casaba con otro hombre. Sin embargo, esta dualidad la acompañaría a lo largo de toda su vida sin mucha repercusión, ya que tuvo tres matrimonios diferentes y todos legales.
Antes llegaría 1959, su año bisagra. El cine había puesto sus ojos en ella. El reconocido director Alessandro Blasetti le propuso participar en el film Europa de noche y solo cinco minutos de pantalla le bastaron para revolucionar el séptimo arte y tener visibilidad internacional. Así comenzó un tour por Italia, Alemania, España y demás países europeos que continuaría en Argentina. Pero en nuestro país la situación no sería tan sencilla . La crisis, la oposición de la curia argentina, un contrato millonario difícil de cumplir con Canal 7 y la sociedad que no entendió del todo su propuesta embarraron su recibimiento.
En la Argentina
La llegada de Coccinelle a Buenos Aires estaba pautada para el 4 de junio de 1962, después de haber firmado un contrato entre la señal estatal de televisión y su representante en el país, Jacinto Lamotta. El acuerdo había sido por cuatro presentaciones televisivas por un millón y medio de pesos, y de no cumplirse lo pautado por razones vinculadas a la artista, todo quedaría sin efecto. El problema no era el alto cachet negociado, sino que Canal 7 en esos años generaba pérdidas y se le debía al personal tres meses de sueldo. Tener a la diva en la pantalla hubiese agotado la paciencia de sus empleados. Por ello, el director artístico Carlos Barraza en conjunto con el gobierno de José María Guido debían esperar a que venza el contrato para no pagar multas. Y esa fecha era el último día de junio. La jugada fue hábil, la Embajada argentina en Francia le negó la visa del pasaporte a la vedette argumentando motivos morales, coartada que el 1° de julio prescribió y el sello que reconocía a la artista como mujer “moral”, finalmente apareció.
Para entender el contexto global de la llegada de Coccinelle al país hay que saber que Marilyn Monroe estaba en pleno auge aunque nadie sospechaba que tres meses después moriría de una sobredosis; Elizabeth Taylor estaba filmando Cleopatra, una de las películas más costosas de la historia del cine; Audrey Hepburn había estrenado hacía meses Desayuno en Tiffany, Sophia Loren había ganado su primer Oscar por la película Dos mujeres y la bandera de Francia flameaba al compás de la belleza de Brigitte Bardot. Un año donde tal vez las mujeres más icónicas de la historia del arte estaban en auge y así, Coccinelle era la sensación.
Su debut en Buenos Aires fue en la boîte King la noche del 3 de julio, madrugada del 4, a las 2 de la mañana. Un show pautado de 30 minutos que duró 45 y donde cantó siete canciones, entre ellas, “La dolce vita” y “Yo busco un millonario”, acompañada por la orquesta de Roger Santander. Al finalizar hizo su cuadro consagratorio, un desfile de moda con pequeños vestidos confeccionados por ella misma que se iba probando frente al público (debajo solo lucía una malla de baño). Ese mismo show lo realizó durante tres jueves seguidos y la consumición mínima costaba 400 pesos. Hoy sería el mismo valor de un concierto en el Movistar Arena.
L a presentación de “La Coccinelle” en el Maipo fue recién el viernes 6 de julio en el marco de la obra que ya estaba en cartel “Adolfo 2000″, protagonizada por Adolfo Stray, Vicente Rubino y Gloria Montes. Frente a tal expectativa, el director del teatro Alberto González puso doble función y subió el valor de la entrada que costaba $120 a $260. Un éxito de taquilla que despertó la envidia de Nélida Roca quien se negaba a regresar a las tablas desde 1958. Una vez finalizada la proeza de la francesa en el escenario de la calle Esmeralda, inició una gira por el interior para volver a Buenos Aires y protagonizar el duelo teatral del año: Nélida Roca, “La venus de la calle Corrientes” en el Maipo y “La ex soldado francesa” (así la llamaban los medios de la época) en El Nacional. La noche de Buenos Aires explotaba de público y solo se hablaba de “La guerra del bordereaux”.
Pero la estadía de Coccinelle en Buenos Aires estaría viciada de polémicas debido a su altanería e irreverencia. Ya en su primera conferencia de prensa advertiría: “No haré un strip-tease porque tengo unos kilos de más y no creo que los baje porque voy a disfrutar de la carne argentina”. Sin embargo, todo voló por el aire cuando conoció en los camarines del Maipo al bailarín paraguayo de 21 años Mario Heyns, quien se desempeñaba como ensamble estable de las obras del teatro. Y si bien continuó esos meses en sus funciones, pasó a ser el primer bailarín de la francesa en sus presentaciones privadas. En los pasillos del hotel Alvear, donde se hospedaba junto a su reciente marido, los conserjes aseguraban que por la madrugada había un enroque de amantes y el caído en desgracia a tan solo tres meses de su casamiento le dejaba el lecho al ascendente bailarín de ojos azules y cuerpo tallado por el gimnasi o. Tras varias discusiones, algunos golpes, gritos desgarradores y la firma del divorcio en un estudio jurídico de la calle Lavalle, Francis Paul Bonnet se volvió a Francia y dio por finalizado su breve, fallido e intempestivo matrimonio. Coccinelle tenía nuevo amante, más afín a su oficio y la envidia de todas sus colegas, entre ellas Zulma Faiad que ante la revista Así reconocería que “las bailarinas, las coristas y todas las chicas del teatro se lo comían con los ojos al bailarín”. Cabe destacar que Heyns no era un raso profesional sino también hijo de un diplomático que trabajaba en una embajada.
Por los meses de julio, agosto y septiembre de 1962, los medios argentinos no hacían más que hablar del furor Coccinelle. Es por ello que el reconocido director argentino Enrique Carreras aprovechó su estadía para convocarla a filmar la película Los viciosos, protagonizada por Graciela Borges, Jorge Salcedo e Irma Roy. En la película se la veía jugando con muñecas y al ser consultada si no era muy mayor para hacerlo, respondía: “¡Es que hace tan poco tiempo que soy nena!”. En el set de filmación, se contaba que los únicos entusiasmados con la presencia de la diva francesa eran los productores y el propio director, ya que sus caprichos de estrella internacional chocaban con la seriedad y austeridad de los actores nacionales.
La gira latinoamericana de Coccinelle continuó durante septiembre de 1962 por Chile. Después regresó a Francia, donde tras cuatro años de intenso amor se volvería a casar con su extravagante bailarín paraguayo Heyns.
Instalada nuevamente en París, continuó desplegando su arte por todo el continente, brillando en ciudades como Cannes, Sevilla, Milán y Lisboa. Filmó varias películas y hasta editó discos. Alternaba su trabajo de artista de variedades con su lucha por los derechos de las personas transgénero.
La década del 80 sería de un apagón casi total en su carrera, resurgiendo en 1990 cuando relanzó su nombre abriendo en 1996 su propio cabaret, “Chez Coccinelle”, en la ciudad de Marsella. Sin embargo su regreso a los primeros planos le duraría poco, ya que en los albores de los 2000, la vedette ya no estaba bien de salud y su vida pasaba por secundar y apuntalar con su nombre y experiencia la carrera de su tercer marido, el reconocido artista drag queen Thierry Wilson, más conocido como “Zize”.
A sus 55 años, Coccinelle se instaló en Berlín, donde los fines de semana se la podía ver en locales de poco relieve cantando tangos junto a un pianista y dos bailarines que ronroneaban en cada estribillo. El cuadro no era muy sensual, pero su historia de vida y su gloria pasada aun atraían a los espectadores. De su fama solo quedaba el recuerdo, la mítica escena de Blasetti, la canción que le había compuesto el cantante Ghigo Agosti, “Coccinella” y la nostalgia de un Alain Delon que la aplaudió con sonrisa libidinosa una noche desde la platea del Olympia.
Con pena y sin olvido, Jacqueline Charlotte Dufresnoy murió en su casa de Marsella el 9 de octubre de 2006, a los 75 años, a causa de un paro cardíaco . Once años después, el 18 de mayo de 2017, el ayuntamiento de París inauguró el Paseo de Coccinelle, calle ubicada en la capital parisina, en reconocimiento a su lucha por respaldar a las personas transgénero.