Fue una niña prodigio, trabajó con Sandro y vivió toda su vida con el corazón partido
Fue una niña prodigio que estudió declamación a los 4 años y debutó en teatro a los 9 en la obra Ana de los milagros, de la mano de Luisa Vehil . Desde entonces, Coni Vera no dejó de trabajar y sigue haciéndolo con obras de teatro cortas junto a Marta Albanese. Además, desde hace casi dos décadas, está en la Asociación Argentina de Actores, donde es secretaria de Acción Social. La actriz pasa la mayor parte del día en su oficina, atendiendo los requerimientos de sus colegas. En una charla con LA NACIÓN, hacia el final del día y cuando en el edificio ya quedan pocos compañeros, Vera repasa su historia , habla de la elección temprana de este oficio que es su pasión , de los cambios en la industria audiovisual y de por qué no se muda a la Florida, en los Estados Unidos , donde viven sus tres hijos y sus siete nietos.
-¿Cómo fue que te sumaste a la asociación de actores?
-Hace unos años Susana Di Gerónimo, que era amiga mía, estaba como secretaria de Cultura en Actores y me propuso dictar un curso de actuación ante cámaras porque en ese momento yo era directora de casting publicitario también. Era otra realidad porque antes no estábamos acostumbrados a vernos y esperábamos alguna repetición de nuestros trabajos en Volver, por ejemplo. Ahora te ves todo el tiempo en la cámara del celular y, de hecho, hoy hasta se hacen largometrajes con el celular y castings, por supuesto. Un día, en una asamblea, necesitaban a alguien para ser órgano fiscalizador y se les ocurrió preguntarme si me interesaba. Durante muchos años fui órgano fiscalizador y en esta gestión, desde 2021, estoy en la secretaría de Acción Social.
-¿Cómo ves la industria audiovisual actualmente?
-La industria audiovisual cambió; es otro momento histórico. Hay series en plataformas, es verdad, pero se hace una exitosa temporada, o dos, de ocho capítulos y antes trabajábamos todos los días y todo el año. En cine, hay solamente dos películas por hacerse. Nos queda el teatro y sigue funcionando la publicidad. Trabajar vamos a trabajar porque podés hacer tu pyme, conseguir un lugar y hacer una obra de teatro. El tema es vivir de la profesión . Se podrían hacer cosas muy exitosas sin gastar tanto. Yo creo que hay un disciplinamiento cultural. Soy de las que piensa que lo mejor siempre está por venir y lo bueno que tiene la vida es que te presenta desafíos permanentemente, problemas a resolver que tienen una solución, solamente hay que buscarla. Los actores sobreviviremos a todo porque si hay dos personas juntas y una tercera que mira, ya se produce el hecho teatral, y eso no va a cambar. El teatro es una necesidad social.
-En general se piensa que los actores son millonarios, pero tenés mucho trabajo en el sector en el que estás...
-El sindicato trata los mínimos en paritarias. Los productores dicen que los proyectos se encarecen mucho, pero hay pocos actores que ganan muy bien y si ganan tanto es porque hay un ida y vuelta con los productores que los convocan, precisamente porque saben que les va a redituar. En Acción Social repartimos guardapolvos escolares, mochilas, útiles, el ajuar cuando hay un nacimiento, y tenemos una casa de veraneo hermosa en Villa Giardino para que vayan de vacaciones. Este año cuando se abrió la temporada de invierno, nadie preguntó. Ni una consulta tuvimos. No se hizo la temporada de invierno porque no hay trabajo. Y en algo que también estamos trabajando es en una Comisión de Género.
-¿Y hay muchas denuncias?
-Algunas. Igual, antes eran otros parámetros, no se puede juzgar con la mirada de hoy. Podés hacer un análisis, pero en ese momento nadie se daba cuenta. Y hablo también de violencia laboral, psicológica, no solo sexual. En una ficción, hace muchos años, recuerdo que el director me pidió que cruzara la calle cuando el semáforo se ponía en verde para los autos y nadie dijo nada. Crucé y cuando llegué a la otra vereda vi que la maquilladora estaba blanca y me dijo que un auto me había frenado a un milímetro. Nadie rebatía nada, era así.
-¿Seguís trabajando como actriz o te retiraste?
-No me retiré. Hace muchos años que trabajo con Marta Albanese y su especialidad son obras cortas. Entonces armamos combos de cinco obras de diez minutos y, si aparece la oportunidad, ahí estamos. Desde 2000 estamos con esa pyme. La última obra comercial creo que fue en el Auditorio de Mar del Plata, Radioteatro para ver. Y en televisión hice Socias, en 2009, y después los unitarios de Andrea del Boca en Canal 7, Tiempo de pensar. De 2010 a 2015, hicimos una gira con obras cortas por todo el país. La temática era sobre violencia de género, abuso de poder, maltrato a adultos mayores y fue una experiencia impresionante que me hizo resignificar la profesión porque empecé muy joven.
-Empezaste a los 9 años, ¿cómo fue?
-Yo era una nena que tenía muy buena memoria, era graciosa y fui a estudiar declamación. Mi papá era enfermero y le daba inyecciones a una familia, que la hija era profesora de declamación y tenía muchos alumnos. Yo tenía 4 o 5 años, recuerdo que todavía no iba al colegio. Después se daba examen en el conservatorio de Blanca de la Vega, entonces a los 8 años, yo ya había hecho todo lo que se podía hacer, pero era muy chiquita para que me dieran un título de profesora de declamación, entonces me dieron el de profesora elemental.
-¿Y luego?
-Después estudié arte escénico con Ángela Ferrer Jaimes, una profesora egresada del conservatorio nacional. Ahí estudiaba Arnaldo André también, que ya era un galancito. A los pocos meses, llamaron del Teatro Liceo para preguntar si tenían una nena y la única era yo, y hacía tres meses que había empezado... (risas). Hice la temporada y debuté con Luisa Vehil en Ana de los milagros, una historia basada en la vida de Hellen Keller, una chica ciega y sordomuda, que tuvo una maestra que le enseñó prácticamente todo, con un método de señas con las manos. Luisa era muy estudiosa y nos llevaba a los institutos de ciego y de sordos, y yo después aplicaba lo que aprendía. Fue una experiencia increíble , que para mí era un juego. El día del estreno, el Liceo estaba repleto y en el final, que era muy conmovedor, aplaudieron un montón. Fue apoteótico. Yo lloraba de emoción.
-¿Tenés otros recuerdos tan vividos de otros trabajos?
-Muchos. A los 14 años hice Israfel, de Abelardo Castillo, en el Teatro Argentino, con Alfredo Alcón y Elsa Berenguer, con dirección e Inda Ledesma. Era una fiesta. Y recuerdo que celebré mis 15 años en el teatro , con una mesa enorme y todos mis compañeros. Y en televisión, hice Hogar nuevo hogar en Canal 9, que escribía Juan Carlos Mesa y era en vivo, y después Mi hermano es un espía con Juan Carlos Mareco; El amor tiene cara de mujer, Mis hijos y yo, La familia Falcón, Simplemente María. Hice Los mirasoles en el Teatro Alvear, las películas de Sandro... La primera fue La vida continúa y siempre pensé que no había sido bueno mi trabajo y cada vez que la pasaban en la calle me decían “te vi” y me moría de vergüenza, pero es por lo que más me recuerdan.
-¿Y ahora te sigue dando vergüenza?
-Hoy la miro y me da ternura porque me veo parecida a mi hija, a mi nieta y no estaba tan mal tampoco (risas). En ese momento, estaba la diferencia entre actores de teatro y televisión, y las películas de cantantes parecían un género menor, pero hoy me doy cuenta de lo importante y linda experiencia que fue. A los 16 años, trabajé con Paulina Singerman en La locomotora y me puse de novia con uno de sus hijos; tenía mellizos y uno era igual a ella, petisito, rubio, de ojos azules y el otro alto, morocho de ojos verdes. Yo estuve con el que era igual a ella, se llamaba Eduardo Vázquez. A los 20 años nos separamos y seis meses después conocí a quien fue mi marido y nos casamos en una semana, en 1974.
-¿Cómo fue esa historia de amor que terminó en el altar?
-Él se llama Eduardo Rozas y es el padre de mis tres hijos . Junto con sus hermanos trajeron la televisión a color a nuestro país. Tenían RZS, que era una productora independiente, algo novedoso para la época. Fueron los primeros en traer los equipos de televisión color para Fabricaciones Militares, para una exposición en 1976. Después se gestó lo que fue ATC. Recuerdo que Eduardo y sus hermanos compraron los derechos para transmitir el mundial de básquet, a color, y les pusieron una bomba al camión de exteriores porque no podía salir otra transmisión color. Tuvimos tres hijos: Juan Manuel, que es muralista; Alejo, que es editor audiovisual; y Micaela, que es diseñadora gráfica. Y todos viven en los Estados Unidos, en Florida, a media hora de Miami Beach. Y tengo 7 nietos.
-¿Nunca pensaste en quedarte a vivir más cerca de ellos?
-Cada vez que voy (risas) y hace treinta años que viven allá... Se fueron siendo adolescentes porque cuando su papá y yo nos separamos, él se fue a Miami y abrió una productora de televisión. Yo fui a trabajar durante dos años, viajé con los chicos y fue una linda oportunidad para estar todos juntos. En ese momento, yo estaba de novia con un director de cine italiano, un amor a la distancia , y Eduardo lo llamó también para trabajar. Mi hijo mayor, que tenía 18 años, se puso de novio y ella quedó embarazada. Yo me enteré de la noticia a través de la mujer de mi exmarido. Así que Juan se quedó en Miami y se hizo cargo, y tengo una nieta de 32 años. Se quedaron los dos varones, volví con Micaela, y cuando terminó la secundaria se fue y estudió allá. Todos los años pienso en quedarme cuando los visito, pero cuando estoy allá me preguntó qué hago ahí. Siento que no pertenezco. Quizá si hubiera sido Nueva York o California porque en los 90 Miami era como Villa Gessel, no pasaba nada. Quizá hay más movida en la música, pero no para mí y encima yo hablaba mal inglés.
-Tuviste el corazón partido casi toda la vida…
-Sí, toda la vida. Horrible , pero ellos están bien y yo viajo todos los años. Y la tecnología ayuda porque estamos en contacto cotidianamente. Me acuerdo que cuando recién conocimos el Skype había nacido una de mis nietas y de este lado, yo le hacía cosquillas en los pies y ella, del otro lado de la pantalla, se mataba de risa. Se acortaron las distancias.
-¿Tenés pareja hoy?
-No, después de eso no tuve otra pareja estable y la verdad es que estoy bárbara. Es difícil trasmitir eso, pero es así, mi trabajo es una gran pasión. Me gusta estar en el lugar que estoy, haciendo algo por los demás porque en esa larga gira que hice recorriendo todo el país, íbamos a teatros enormes y hermosos, y a pueblitos chiquitos y fue maravilloso ver lo que le pasaba a la gente. El teatro es muy transformador. Después de las funciones había debates y la gente se quedaba y contaban cosas muy fuertes que quizá nunca habían contado, abrían su corazón y eso resignificó mi profesión. ¿Para qué sirve hacer una película, una función de teatro? Para conmover, para dar alegría, entretener, abrir la cabeza. Fue una experiencia extraordinaria.