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Constantino de Grecia, un ejemplo de hermano con la reina Sofía y la princesa Irene

Constantino de Grecia ha contado con el apoyo de la reina Sofía y la princesa Irene hasta su fallecimiento este 10 de enero. Ambas se desplazaban a Atenas al conocer el empeoramiento de salud del último rey heleno, al que han acompañado durante su ingreso en la Unidad de Cuidados Intensivos además de apoyar en este complicado momento a su cuñada, Ana María de Grecia, y a todos sus sobrinos. Precisamente con la Familia Real griega acudía la madre de Felipe VI a la Metrópoli o pequeña catedral para rezar una oración. Los tres han sido de esos hermanos que lo son por puro sentimiento: por la fuerza del cariño.

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-Ana María de Grecia, la princesa danesa que se convirtió en reina de los griegos a los 18 años

-Quién es quién en la familia de Constantino de Grecia

Les ha mantenido unidos todos estos años el amor y no el simple parentesco, con todas sus ramas genealógicas y todos sus eslabones de ADN, y en consecuencia su vínculo ha resistido la erosión de la distancia y del tiempo. De las diferencias de caracteres y de las riñas de hermanos. No cabía en el seno de la Familia Real griega otro tipo de relación, otro querer: eran unos hijos a semejanza de sus padres, el rey Pablo y la reina Federica, y el lazo del afecto estaba bien atado desde la infancia... Hasta convertirse en el nudo de hoy.

Pablo I y Federica de Grecia procuraron que los problemas de los adultos (la guerra, el exilio, las crisis políticas…) afectaran lo menos posible la vida de los niños. Los príncipes Sofía, Constantino e Irene crecieron felices, como se habían propuesto sus padres, disfrutando de un dulce despertar a la vida (todo lo bucólico que podía ser en la posguerra) a su regreso a Grecia en 1946, tras haber permanecido exiliados en Egipto y Sudáfrica a causa de la Segunda Guerra Mundial. Tatoi, un paraíso natural de 16.800 hectáreas de gran bosque en la ladera sur del monte Parnetha y de lagos de agua cristalina, fue el escenario de esos años idílicos de la inocencia, de aquellos días de primeras veces (los primeros juegos, las primeras risas, los primeros sueños...) que nunca se olvidan.

La propiedad privada de la Familia Real griega, adquirida por Jorge I de Grecia, primer Rey de la dinastía, era una finca autosuficiente que daba empleo a 200 trabajadores, residentes en un poblado dentro de los límites palaciegos. Contaba con un coto de caza, con ciervos y otras especies traídas de Austria; una lechería y una plantación de vinos. También tenía una casa de huéspedes, una pista de tenis, una gran piscina, un establo y unos senderos infinitos. Pero, como cualquiera en la época, había sufrido los horrores de la guerra, incendios provocados y saqueos, y exigía ciertos arreglos. A medida que Tatoi se recuperaba, los reyes Pablo y Federica y sus hijos pasaban temporadas más largas hasta convertir la hacienda, a tan sólo 10 kilómetros del centro de la capital –comparable a la distancia del palacio de la Zarzuela de Madrid-, prácticamente en su lugar habitual de residencia.

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Tatoi era una mansión orientada al exterior. Allí los príncipes Sofía, Constantino e Irene corrían en libertad. Allí, más que en ningún otro sitio, podían ser ellos mismos. No se sentirían igual de libres en la Villa que tenían en Atenas, cuya cerca nunca franqueaban si no era con escolta; ni en el Palacio Real, actual Palacio Presidencial, residencia orientada al interior en la frenética Atenas. En Tatoi ayudaban en labores agrícolas y ganaderas y se perdían en un mundo de fantasía, una gruta descubierta por el príncipe Constantino donde solían esconderse los tres hermanos para jugar. Allí se dejaban el alma en carreras de caballos, en danzas helénicas, en expediciones por el terreno, en recetas de delicias griegas...  Y se hacían inseparables.

Con el paso de los años, los pasatiempos fueron distintos, pero la unión fue idéntica. Los príncipes Sofía, Constantino e Irene siguieron compartiendo en la juventud sus pasiones de siempre por la música clásica, por la vela…, pero los tres, ya no eran sólo tres, sino cuatro. Y luego cinco. Y finalmente muchos más. El círculo no se reducía con novios a la fuga, por el contrario se ampliaba con las nuevas incorporaciones a la familia, primero del entonces príncipe Juan Carlos, novio de la princesa Sofía, y más tarde de la princesa Ana María, novia del príncipe Constantino. Los cuñados tenían muy buena relación, por lo que al príncipe Constantino y al príncipe Juan Carlos se les podía encontrar fácilmente jugando mano a mano un partido de voleibol, combatiendo a patada limpia de kárate o haciendo equipo en las regatas. Igual que para ellos, Tatoi fue especial para el príncipe Juan Carlos: allí tuvo lugar la pedida de mano de la princesa Sofía en 1961 ante las familias de ambos, y Constantino de Grecia vivió aquella boda con la ilusión de la flamante pareja.

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Los tres hermanos han permanecido juntos también en la lejanía de las responsabilidades adultas. La reina Sofía ha hecho sitio a la princesa Irene, concertista, filántropa y recientemente nacionalizada como española, en el palacio de la Zarzuela: una estancia habilitada con habitación, cuarto de baño y una sala de estar para recibir a sus invitados. Y las dos han visitado a los reyes Constantino y Ana María y a sus sobrinos en Londres cada Navidad y en cada celebración (bautizos, cumpleaños, aniversarios…) tanto en la capital británica como en Atenas, mientras que los reyes Constantino y Ana María y su familia les han correspondido la cortesía en las fechas señaladas y han viajado a menudo también a España, donde además su hija mayor, la princesa Alexia, ha hecho su vida. Pero si hay una ocasión en la que la fuerza de su cariño golpea por la gravedad esa es los funerales en memoria de los reyes Pablo y Federica, que reúnen en el panteón de Tatoi a la familia al completo. Allí, sin otra excusa que el amor, se siente que les une puro sentimiento.

Fallece Constantino, último rey de Grecia