De la Copa Mundial Femenina a Wimbledon, una victoria que todo el mundo puede compartir

Atletas con camisetas arriba del ombligo y “runderwear” durante una competencia femenil de 5000 metros en los Juegos Olímpicos de Tokio, el 30 de julio de 2021. (Alexandra Garcia/The New York Times)
Atletas con camisetas arriba del ombligo y “runderwear” durante una competencia femenil de 5000 metros en los Juegos Olímpicos de Tokio, el 30 de julio de 2021. (Alexandra Garcia/The New York Times)

Estamos en los cuartos de final de ese fenómeno deportivo mundial conocido como la Copa Mundial Femenina. Como siempre, ha habido conmociones y sorpresas. Y no como siempre, la asistencia ha sido histórica.

Lo que no se ha visto, al menos en comparación con cualquier otro Mundial femenil, son muchos pantalones cortos blancos.

Ningún pantalón corto blanco como parte del uniforme del equipo de Inglaterra. Ni pantalones cortos blancos para Nueva Zelanda. No habrá pantalones cortos blancos para Canadá, Francia ni Nigeria, países que vistieron de blanco hace cuatro años. Estados Unidos no llevará pantalones cortos blancos en su uniforme de local por primera vez desde que comenzó la Copa Mundial Femenina en 1991.

“Es justicia menstrual”, afirmó Akilah Carter-Francique, decana de la Escuela de Educación, Salud y Servicios Humanos de Benedict College en Columbia, Carolina del Sur, y expresidenta de la Sociedad Norteamericana de Sociología del Deporte.

Y es el último ejemplo de una tendencia que está arrasando el deporte femenil de élite, pues las atletas se rebelan cada vez más contra las convenciones de los uniformes que les han heredado durante décadas.

A inicios del verano, en Wimbledon, Elena Rybakina, de Kazajistán, y Shelby Rogers, de Estados Unidos, fueron de las primeras competidoras en llevar pantalones cortos oscuros debajo del uniforme blanco de tenis, pues All England Club por fin relajó sus normas sobre el uniforme blanco en reconocimiento a la realidad menstrual. En el Campeonato Europeo de Hockey, a celebrarse a finales de este mes, además de las tradicionales faldas pantalón, todas las participantes podrán optar por el pantalón corto y la decisión sobre el atuendo dependerá de cada jugadora. Y, en las competencias, algunas atletas de pista y campo han cambiado sus atuendos tipo bikini por pantalones cortos y mallas.

Vestidas con los bikinis diminutos reglamentarios del deporte, April Ross, a la izquierda, y Alix Klineman, de Estados Unidos, celebran su victoria en el partido de voleibol de playa femenil contra Australia, durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, el 6 de agosto de 2021. (Doug Mills/The New York Times)
Vestidas con los bikinis diminutos reglamentarios del deporte, April Ross, a la izquierda, y Alix Klineman, de Estados Unidos, celebran su victoria en el partido de voleibol de playa femenil contra Australia, durante los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, el 6 de agosto de 2021. (Doug Mills/The New York Times)

Todo esto llega tras el furor de 2021, cuando el equipo noruego de balonmano fue multado por su organismo rector por llevar pantalones cortos en lugar de los bikinis obligatorios; el equipo olímpico alemán de gimnasia compitió con unitardos de cuerpo entero en vez de leotardos diminutos; y la saltadora de pértiga Holly Bradshaw ganó su bronce con un body en vez de una blusa arriba del ombligo y un bikini… lo cual sucedió después del alboroto que generó por, bueno, casi todo lo que Serena Williams usó en la cancha de tenis, incluido un unitardo en el Abierto de Francia y un tutú en Flushing Meadows.

Tras el Título IX y la lucha por la igualdad de acceso a los deportes, después de la batalla (en curso) por la igualdad salarial en las competencias, llega la guerra por la igualdad de los uniformes. No se trata tan solo de ropa. Se trata de elección.

En una época en la que el control sobre el cuerpo de la mujer está en la primera línea del debate político y cultural, mientras los asuntos de los códigos de vestimenta son cada vez más polémicos en las escuelas, las empresas y las sedes de gobierno, el mundo del deporte de hecho podría ser el corazón de la resistencia.

“No es un momento”, opinó Tess Howard, miembro de la selección nacional inglesa de hockey sobre césped desde 2018 y una de las impulsoras del cambio a las regulaciones de los uniformes en ese deporte, incluido el cambio de las camisetas de compresión de corte bajo del equipo por chalecos para correr más holgados. “Es un movimiento”.

Reducir y teñir de rosa

Casi desde que las mujeres han practicado deportes, la sociedad ha estado en conflicto respecto con su participación en estos, al plantear cuestiones que reflejan prejuicios arraigados sobre la feminidad, la sexualidad, el poder, el género y los estereotipos.

“El hecho de que las mujeres utilicen sus cuerpos para su propio placer y recreo, que las mujeres utilicen sus cuerpos de una manera poderosa, no debería ser revolucionario en 2023”, afirmó Lauren Fleshman, la campeona nacional de fondo de Estados Unidos y autora de la reciente autobiografía “Good for a Girl”. “Pero lo es”. Y hay pocos ejemplos de mujeres que se regodeen en el poder de sus cuerpos de manera tan visceralmente clara como en los deportes.

Los uniformes en los deportes femeniles en esencia han evolucionado de dos maneras. Por un lado, simplemente eran versiones reducidas de los estilos varoniles, como en el baloncesto y el fútbol (Nike no empezó a fabricar equipos específicos para mujeres para la Copa del Mundo hasta 2019 y no rediseñó los uniformes de la WNBA sino hasta 2021); por otro lado, se diseñaron para ser femeninos de modo expreso, como los vestidos de tenis, las faldas pantalón del hockey sobre césped y los pequeños sostenes tipo traje de baño y los bikinis muy sexualizados que usan las atletas de pista y las jugadoras de vóleibol de playa.

De cualquier manera, en esencia estaban hechos a la medida para los hombres, es decir que, ya fuera que literalmente no se ajustaran correctamente a los cuerpos femeninos, o a la mirada masculina.

Por eso Sepp Blatter, el aquel entonces presidente de la FIFA, sugirió en 2004 que las futbolistas llevaran “pantalones cortos más ajustados” y por eso hubo un breve momento en 2011 en el que la AIBA, la asociación de boxeo, sugirió que las boxeadoras compitieran con... faldas.

Aunque ambas ideas fueron rechazadas bastante rápido, Fleshman escribió que sigue siendo verdad que “los lineamientos sobre uniformes que exigen exponer piel y crear siluetas ‘ajustadas’ solo para un género se han codificado en los reglamentos de muchos deportes. En otros, las mujeres mismas los han interiorizado como símbolos de profesionalismo”. Si creces viendo a las campeonas en pantaloncillos diminutos (o “runderwear”), crees que las campeonas los usan. Si ves a las ganadoras en vestido, piensas que las ganadoras los usan.

“Se llama ‘la paradoja de la identidad atlético-femenina’”, comentó Howard.

Y, según Fleshman, existe “hasta que alguien pide que la cambien”. Hasta que en esencia alguien dice: “Espera, ¿por qué lo hacemos así?”.

Espera, ¿por qué lo hacemos así?

Espera, ¿por qué las atletas llevan pantalones cortos blancos y se preguntan si los espectadores se pueden dar cuenta de que están menstruando en vez de enfocarse en hacer su trabajo? Espera, ¿por qué las jugadoras de hockey sobre césped entrenan en pantalones cortos y compiten en falda pantalón (y, en ese sentido, llevan camisetas de compresión con las que enseñan el escote cada vez que se agachan)? Espera, ¿por qué los hombres corren en pantalones cortos y juegan voleibol en pantalones cortos y las mujeres lo hacen con calzones diminutos que las hacen preocuparse por la celulitis y los bultos y enseñar la panza? Espera, ¿por qué las sisas de los uniformes de baloncesto son tan enormes que actúan como ventanas para ver el brasier deportivo? Espera, ¿por qué la prenda predeterminada es la más pequeña y no la más neutral?

La ropa hasta cierto punto es un tipo de mensaje codificado entre la cabeza y el cuerpo. En pocas palabras, te hace sentir de cierta manera sobre ti mismo y eso influye en tu modo de actuar y rendir. O eso es lo que descubrieron Hajo Adam, psicólogo organizativo de la Universidad de Bath en Inglaterra, y Adam D. Galinsky en su artículo de 2012 “Enclothed Cognition”, el cual analizó el efecto de las batas blancas de laboratorio en quienes las llevaban. En esencia, las personas con batas de laboratorio se comportaban más como médicos y prestaban más atención, porque vestían como médicos, lo que les hacía sentirse más como médicos.

El mismo efecto se produce en los atletas. Así como la ropa, la más íntima de las herramientas, puede hacer que rindas mejor, también puede tener el efecto opuesto. Howard empezó a estudiar la relación entre los uniformes deportivos y la tasa de abandono de los deportes femeniles como parte de su tesis de licenciatura en la Universidad de Durham y a principios de este año publicó sus conclusiones en un informe titulado “¿Práctico, profesional o patriarcal?”, que incluyó el sorprendente dato de que el 70 por ciento de las chicas que abandonaban los deportes lo hacían debido a preocupaciones en torno al uniforme y la imagen corporal. Ella lo llamó su momento “eureka”.

“Se presenta como un problema de chicas”, comentó Howard. “Pero en realidad es un problema sistémico”.

De hecho, en 2020 —después de las acusaciones de discriminación de género (incluida una demanda en curso) y el retiro de atletas como la estrella del atletismo Allyson Felix para fundar marcas con diseños específicos para mujeres—, Nike reunió a un grupo de expertos en atletas femeninas para perfeccionar su oferta. Además, ahora cerca del “70 por ciento de los participantes” en el laboratorio de investigación deportiva de Nike, el cual estudia cómo la innovación de productos se interseca con el rendimiento, son mujeres, señaló Tanya Hvizdak, vicepresidenta global de mercadotecnia deportiva para mujeres de Nike. “Hay una labor mucho más concertada para darle énfasis al cuerpo femenino; para inclinarse en las necesidades de ella. En comparación con las de él”.

La velocista olímpica Dina Asher-Smith fue parte del primer grupo de investigación de Nike. Mencionó que en realidad nunca se le ocurrió cuestionar la práctica de correr en bikinis minúsculos y camisetas arriba del ombligo hasta que le ofrecieron una prenda parecida a un leotardo, la cual deja las piernas libres como los calzoncillos para correr, pero cubre el torso.

“No me di cuenta de lo poco que me gustaba que se me viera la panza hasta que tuve una opción funcional y válida para cambiar la situación”, afirmó Asher-Smith. “Para algunas mujeres, el empoderamiento es enseñar el ombligo y llevar calzones y eso está perfecto. Pero yo no era una de esas chicas y, cuando hacía pruebas corriendo con los prototipos de leotardos y estaba segura de que no se me iban a caer, pensé: ‘Sí, vamos. Ponte esto’”.

Howard mencionó que un día “veremos atrás y nos reiremos de lo que llevábamos”.

c.2023 The New York Times Company