Crítica de Barbie: una comedia desopilante sobre lo que significa ser “una mujer de verdad”
Barbie (Estados Unidos/2023). Dirección: Greta Gerwig. Guion: Greta Gerwig, Noah Baumbach. Fotografía: Rodrigo Prieto. Edición: Nick Houy. Elenco: Margot Robbie, Ryan Gosling, America Ferrera, Ariana Greenblatt, Will Ferrell, Kate McKinnon, Michael Cera, Helen Mirren, Issa Rae, Kingsley Ben-Adir, Emma Mackey. Calificación: apta para todo público, con leyendas. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 114 minutos. Nuestra opinión: excelente.
El mundo de Greta Gerwig asume todas las formas de la desmitificación. En Lady Bird fue el tiempo de la adolescencia, el crecimiento minado de conflictos familiares, amores y amistades, el impulso de las aspiraciones y los límites de la realidad material. Gerwig miraba su pasado pero lo ensanchaba desde la ficción, lo separaba de la mera autobiografía para universalizarlo, registrarlo con inteligencia y humor desde la ventaja que da la distancia. Con Mujercitas, el salto fue hacia un hito literario para todas las generaciones que han seguido a Louisa May Alcott como posible bitácora de la entrada a la lectura y también a la conciencia de la extrañeza como mujer y escritora en el siglo XIX ¿Qué tiene Mujercitas que ha mantenido vigente su historia y la riqueza de su prosa a lo largo de las décadas, a lo ancho de la geografía mundial? Esa pregunta preside su adaptación, que es menos un culto al origen que una irreverente exploración de su secreto.
Con Barbie se vislumbra un nuevo paso, casi una zancada que la impulsa hacia un juguete cultural al mismo tiempo que al corazón de las superproducciones del cine contemporáneo. Las expectativas alrededor de Barbie pusieron un inmenso andamiaje al servicio de la promoción: el merchandising color rosa, el recurso de la nostalgia, el puente entre madres e hijas como espectadoras. Pero lo que define a la mirada de Gerwig excede todas esas limitaciones, busca no solo deconstruir el mundo de valores alrededor de la muñeca y su injerencia en la educación sentimental de generaciones, sino también sacudir desde el humor los entresijos del negocio de Mattel, una compañía espejo del orden promovido por su creación.
“Había una vez” evoca la voz en off de Helen Mirren en el inicio de la película, sembrando en eco con el inicio de 2001, odisea del espacio el hito que supuso la creación de Barbie para los juegos de las niñas. Donde solo había bebotes y mandatos de maternidad, Barbie trajo una mujer adulta, independiente, rubísima y en puntitas de pie. Barbieland era el reino de su excelsa voluntad, un abanico de infinitas posibilidades -ser deportista, ejecutiva, modelo, presidenta de la Corte Suprema-, el centro de un universo paralelo (y mejor) al real. Con la justa ironía, la secuencia de títulos define la historia del juguete y el vínculo con el mundo que la dio a luz, haciendo de Mattel un demiurgo paternalista y astuto que hizo de su muñeca un artefacto de subliminal dominación. “¡Gracias a vos el feminismo se demoró 50 años!” gritará con convicción una adolescente, ejemplo de estos tiempos de deconstrucción.
Pero si bien la historia de Barbie es la de “Barbie” como fenómeno, también es la de UNA Barbie, la bautizada “estereotípica”. Esa Barbie (una inmejorable Margot Robbie) es la que se levanta a la mañana en su casa de ensueño, elige uno de sus trajes de ocasión, toma un desayuno de plástico y vive un día típico de Barbie: playa, sol, fiesta y noche de chicas. La lógica siempre es la de la imaginación. Y -como ya lo sabíamos- en ese reino los Ken son apenas accesorios, acompañantes ocasionales vedados para cualquier atisbo de vida autónoma. Ni asomo del tan mentado patriarcado. Hay Barbies en la presidencia, en la elección del Nobel, en la Corte Suprema. Ken solo se dedica a “hacer playa” y a estrellarse de vez en cuando contra olas de plástico. Pero un día Barbie amanece con un pensamiento atípico para el reino de las muñecas: la muerte. Y será esa insidiosa pregunta existencial la que la precipite al mundo real para encontrar el origen de su malestar (y de su repentina celulitis), y descubrir así que no todas las mujeres la pasan tan bien como las chicas de Barbieland.
Gerwig nutre a su universo de infinitas citas, desde los colores pasteles de Los paraguas de Cherburgo a las rutinas musicales de Fiebre de sábado por la noche, pero lo más logrado de su película es el aire que respira, pleno de audacia cinematográfica, de un notable ingenio para los chistes -donde se percibe la aceitada colaboración con Noah Baumbach- y una sutil reflexión sobre las intersecciones entre realidad y fantasía que han definido a Barbie como artefacto cultural. Es admirable el trabajo de Ryan Gosling en la gestación de una figura como Ken, quien descubre el protagonismo de lo masculino en el mundo real como un divertidísimo compendio de caballos, escenas de El padrino y el tapado de piel de Stallone en Rocky. Si bien los arquetipos impuestos sobre las mujeres a lo largo del tiempo adquieren reflexión a través del discurso explícito de America Ferrera, la película asimila ese efecto desmitificador de la palabra desde la propia carnadura de una ficción que es también política.
Quizás la verdadera obra maestra del cine de Greta Gerwig aguarda en su futuro pero con Barbie ha probado que es una de las grandes voces del cine contemporáneo y una de las grandes directoras que ha dado Hollywood en su historia.