CRÍTICA. Este no es el Indiana de los '80, sino uno de 80. Pero tiene todavía lo suyo

Las sagas cinematográficas constituyen uno de los pilares de la industria cinematográfica actual. No son recientes, claro; el interminable recorrido de James Bond en la pantalla grande se inició a finales de los años ‘50, por ejemplo.

Pero el avance paulatino de la tecnología y la necesidad de ofrecer algo mucho más espectacular que lo que se puede encontrar en las plataformas de ‘streaming’ ha reforzado la existencia de un fenómeno que tiene muchos más seguidores que detractores, al menos en términos numéricos.

Quienes muestran su disgusto ante estas cintas multimillonarias son normalmente los que defienden al cine como expresión esencialmente artística y se espantan ante la predominancia de efectos especiales por encima de historias elaboradas. Entre ellos se encuentran leyendas vivientes como el director Martin Scorsese, quien en los últimos años ha manifestado abiertamente su repudio por las películas de Marvel, abanderadas de una tendencia que no da muestras de agotamiento.

Por más fundamentos que pueda tener, esta clase de rechazo ignora no solo que muchas de estas producciones cuentan con momentos que merecen quedar inscritos en la historia del cine debido a su calidad expresiva, visual o interpretativa, sino también el hecho de que varias de estas obras se han encontrado en manos de directores reconocidos ampliamente por su talento, empezando por Steven Spielberg.

Spielberg no es precisamente un representante de la escena independiente, pero nos ha brindado títulos esenciales en la cinematografía estadounidense contemporánea. Y habría que ser muy mezquino para no incluir entre ellos a “Raiders of the Lost Ark” (1981), una divertidísima cinta que retomaba el estilo de las seriales de la década de los ‘30 para poner ante nuestros ojos una trepidante aventura cargada de acción y nos presentaba a la vez uno de los héroes fílmicos más grandes de todos los tiempos: el arqueólogo y trotamundos Indiana Jones.

Entre 1981 y 2008, Spielberg dirigió cuatro películas centradas en el mismo personaje, protagonizadas todas por Harrison Ford, quien, a pesar de haberse convertido ya en una pieza esencial de otra franquicia monumental (la de Star Wars), logró que el personaje trascendiera mundialmente y que fuera difícil imaginarlo en manos de otro intérprete.

Eso no quiere decir que todas las cintas tuvieran la misma fortuna en términos de calidad. Me desconcertó particularmente “Indiana Jones and the Kingdom of the Crystal Skull” (2008), que se desarrollaba supuestamente en Perú -país donde nací-, pero que se adjudicaba una serie de libertades inconcebibles en lo que respecta tanto a la representación de aspectos culturales vinculados a los habitantes de dichas tierras como a las referencias históricas que empleaba.

Todo esto nos lleva hasta “Indiana Jones and the Dial of Destiny”, que se estrena esta semana y que es la primera entrega de la serie no dirigida por Spielberg, quien permanece de todos modos como productor ejecutivo. Pese a la desazón causada por “The Kingdom of the Crystal Skull”, la ausencia del eminente hombre de cine en el puesto principal no fue motivo de alegría para los fans de ‘Indy’, porque, tal y como lo prueba la reciente “The Fabelmans” (2020), Spielberg sigue siendo un maestro del lenguaje cinematográfico, lo que significa que su impronta visual en la saga parecía insustituible.

Pero quien tomó la posta no era un realizador cualquiera, sino James Mangold, artífice de tres filmes absolutamente notables (“Walk the Line”, de 2005; “Logan”, de 2017, y “Ford v Ferrari”, de 2019) y escritor reconocido por cuenta propia. Esto le permitió no solo asumir la dirección, sino también revisar y alterar el guión, lo que se traduce en una historia con una tendencia considerablemente más realista que las anteriores, así como un desarrollo de personajes mucho más acentuado.

Por ese lado, “The Dial of Destiny” es ciertamente interesante y justifica de algún modo sus 154 minutos de duración, que la vuelven la entrega más larga de toda la franquicia. Tiene no solo algunas escenas de gran peso emocional que permiten ver un lado de Ford ausente en las anteriores películas -y que pueden sorprender a quienes lo consideran todavía un actor de limitado registro-, sino también momentos que aprovechan las enormes habilidades para la comedia de Phoebe Waller-Bridge (“Fleabag”), coprotagonista del relato.

Aquí, Indiana es un hombre naturalmente mayor (Ford tiene ya 80 años) que se encuentra a punto de retirarse como profesor universitario en una ciudad de Nueva York alborotada por las protestas contra la Guerra de Vietnam y que, luego de encontrarse en un bar con Helena Shaw (Waller-Bridge), una ahijada suya a la que no ha visto en mucho tiempo, decide sumarse a ella en la búsqueda de un artefacto inventado por el matemático griego Arquímedes que permite supuestamente viajar en el tiempo y que, por supuesto, es codiciado por toda clase de villanos, incluyendo al alemán Jürgen Voller (Mads Mikkelsen).

El concepto no suena demasiado original, ni difiere sustancialmente de lo que se ha apreciado ya en incontables cintas de superhéroes, así como de lo que se mostrará pronto en “Mission: Impossible– Dead Reckoning Part One”, que acabo de ver gracias a una función adelantada de prensa. Pero Mangold la maneja con ingenio y un gran sentido del ritmo, aunque no estoy seguro de que los grandes momentos dramáticos que presenta concuerden con la tendencia mucho más lúdica de las otras películas.

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Está claro que Ford usó dobles en todos los momentos arriesgados de acción y en los requerían de una destreza física contraria a los condicionamientos de su edad; pero, como ha sucedido en el pasado, los trucos visuales funcionan adecuadamente para darle cierta verosimilitud a lo que parece imposible en el mundo real.

Esto no impide notar un empleo mucho mayor de la CGI que en “The Kingdom of the Crystal Skull”, sobre todo en una escena de introducción que se entrega descaradamente a la nostalgia para presentarnos a un Indiana joven y rebosante de salud, en pleno enfrentamiento con los nazis a fines de la Segunda Guerra Mundial.

Mangold no es Spielberg, y eso es algo que se descubre en estas mismas secuencias, incapaces de despertar el entusiasmo que generan las de su mentor. Sin embargo, sus aportes visuales no desentonan con el estilo habitual de la saga, mientras nos exponen a persecuciones a caballo, escapes en mototaxis, peleas en avionetas y una batalla histórica donde también priman los recursos digitales. Aparece por ahí el español Antonio Banderas, en un papel con líneas de diálogo pero sin mayor relevancia ni extensión.

Ford ha asegurado que esta es la última vez que interpretará al héroe, y no es difícil creerle. En todo caso, e incluso cuando el resultado dista de ser memorable, se trata de una despedida más que decorosa.

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Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.