Crítica de El silencio de los hombres: cuando el archivo personal plantea interrogantes generacionales

El silencio de los hombres, estreno del jueves 17
El silencio de los hombres, estreno del jueves 17

El silencio de los hombres (Argentina/2023). Guion y dirección: Lucía Lubarsky. Fotografía: Lucas Palacios. Sonido: Paula Ramírez y Joaquín Rajadel. Edición: Ignacio Ragone. Elenco: Marcelo Lubarsky, Valentín Lubarsky, Andrés Beil, Gabriel Camacho, Emmanuel Valentino Fernández. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Santacine. Duración: 79 minutos. Nuestra opinión: buena.

La ópera prima de Lucía Lubarsky comienza con una estrategia que se ha hecho recurrente en el documental argentino de los últimos tiempos. La presentación de un material de archivo personal que adquiere ecos más amplios, tanto sociales como políticos. Los ejemplos más relevantes -y quizás las mejores películas- son El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi, y Esquirlas, de Natalia Garayalde. En ambos casos, lo personal se revela político y ese material filmado en los contornos de la intimidad se transforma en territorio de reflexión sobre la política de la época, sobre estructuras como la familia y la comunidad, sobre la perspectiva crítica de quien filma desde dentro y fuera del archivo. En El silencio de los hombres, Lucía Lubarsky inicia un itinerario similar: recupera registros audiovisuales de su infancia y adolescencia en el campo para reflexionar sobre los roles de su hermano Valentín -en ese momento un niño- y de su padre Marcelo en la dinámica familiar en tanto varones.

Esa puerta de entrada se completa con entrevistas contemporáneas en las que Valentín y Marcelo dialogan con el pasado, con los mandatos asociados a su género, con las cosas que callaron y aquellas que todavía los angustian, cpn preguntas sobre su identidad en tanto varones que todavía no tienen una respuesta definitiva. El material de archivo entonces se tensa con esa palabra del presente, ya no desde la voz de la directora sino desde aquellos que son filmados por partida doble. Sin embargo, esa voluntad de elevarse por sobre un archivo personal para trascenderlo se desvía una vez más en otras voces que responden a esos mismos interrogantes sobre la masculinidad desde diferentes posiciones e identidades. El mapa entonces se hace universal de manera más explícita.

El silencio de los hombres (Santacine).
El silencio de los hombres (Santacine).

En este segundo objetivo, Lubarsky recurre a instrumentos más convencionales como las entrevistas, que igual le dan carnadura real a su tema, y hacen de esos interrogantes no un cuestionario formal sino una serie de preguntas retóricas que los propios entrevistados se hacen a sí mismos. Aparecen así identidades trans, reflexiones de amigos en un asado atiborrado de prejuicios, evaluaciones sobre el machismo y las orientaciones sexuales con pudor, negación y cierto pulso confesional. La película deja que esos nuevos materiales confluyan, que encuentren un contrapunto no regido más que por el montaje, sin subrayados de voz en off ni placas admonitorias.

El silencio de los hombres se propone entonces recorrer en paralelo una historia familiar, donde la condición de varón desnuda raigambres inconscientes -la continuidad del apellido, la pertenencia a la tierra, la celebración del linaje-, y aquellas nuevas identidades que tensionan los esquemas tradicionales sin romperlos del todo. Si bien la película por momentos se condena a una estructura pendular entre lo más familiar y lo que asume proyección universal, entre aquel archivo familiar y sus resonancias en el presente, explora de manera genuina ese mundo silencioso que pugna por salir a la luz, aun entre prejuicios y mandatos que todavía ofrecen resistencia.