La llegada de un bebé, prueba de fuego para la pareja
La relación de pareja, queramos o no, se transforma con la llegada de los hijos. Pero ¿qué tan preparados, que tan maduros emocionalmente estamos los progenitores para esta transformación?
Cuando una pareja se entera del embarazo, por lo regular se ocupa de buscar la ropita del bebé, la cuna, decorar la habitación, comprar biberones y pañales. Tal vez se informan con libros sobre lo que le ocurre al bebé gestante cada semana, incluso hasta se apunten a cursos de preparación para el parto, pero lo que supone la vivencia de la maternidad y la paternidad reciente y el modo en que se transforma la relación de pareja se nos viene por sorpresa en medio de la experiencia.
Parece que por inercia ingresamos a la nueva etapa suponiendo que un hijo no nos cambiará significativamente la vida. Nadie nos advierte que necesariamente durante unos años la relación de pareja perderá protagonismo a favor del cuidado del bebé o niño pequeño.
Nadie nos cuenta sobre la realidad del período de postparto o puerperio. Nadie advierte que no son únicamente 40 días de veda sexual, para dar chance a que el cuerpo de la mujer se recupere del parto, sino que se trata de un proceso mucho más profundo, abarcador y prolongado en el tiempo, hasta tres años.
Esa transformación en la mujer tiene que ver con cambios físicos, bioquímicos en el cuerpo, con períodos muy sensibles para la psique femenina que se va acomodando para conectar con su cría. Esa conexión con el bebé que requiere de mucha atención, presencia y constante relación emocional y acceso al cuerpo de la madre.
Nadie explica que la libido de la mamá se centra en el bebé o que la pisque de ella gravita poderosamente hacia sentir milimétricamente a su bebé.
Mientras que para sobrevivir, la cría necesita de una madre poderosamente conectada que la sepa interpretar y satisfacer sus necesidades de forma inmediata y constante, el papel del papá reciente consiste en proteger el vínculo mamá-bebé.
Sosteniendo a la madre es como el padre desarrolla el vínculo con su hijo y favorece un nivel más profundo y maduro de relación de pareja.
El padre es el intermediador, descarga a la madre de muchísimas responsabilidades ajenas al cuidado de su bebé. La pareja se transforma en familia, pierde protagonismo para dárselo al bebé y más adelante, cuando los hijos alcancen mayor autonomía, puede recobrar tiempo y espacio.
Además de que parimos, a las mujeres desde niñas nos entrenan para ser madres. Los varones, en cambio, casi nunca son socializados para la paternidad (que un niño juegue con muñecas hace levantar sospechas) y aunque los tiempos van cambiando, en general se les sigue preparando, en el mejor de los casos, para engendrar y para proveer económicamente desde la distancia afectiva.
Por tanto, llegado el momento de devenir padres, es más retador para el varón encontrar identidad en el rol paterno. Sin referentes ni preparación, es frecuente que el nacimiento de un hijo sorprenda al hombre con mucha angustia e incertidumbre. Algunos incluso huyen.
Por otra parte los tiempos de nutrir a la pareja casi desaparecen para cubrir las demandas del hijo que nace. La mujer acompaña y es acompañada por su cría, mientras que el varón, se queda solo. En algunos casos, según sea el aprendizaje, los grados de infantilización o de madurez emocional del hombre, puede que llegue a experimentar o no el vínculo y la atención de su mujer hacia el bebé, desde los celos y el sentimiento de abandono.
A todo esto se suma el hecho de que las mujeres puérperas así como no estamos disponibles para un extendido etcétera que nos saque de la sincronía con nuestro bebé, en general tampoco nos sentimos sexualmente disponibles para el varón, lo cual no necesariamente signifique desamor hacia la pareja.
El padre a menudo se queja, empieza a competir por su lugar de atención, a reclamar la atención y el cuerpo de su mujer que ahora tiene la libido puesta en atender a su cría. Quiere sacar al bebé de la habitación, le demanda a la mujer reavivar el romance de novios que tenían antes, incluso compara su situación con la de la mayoría de las parejas que conoce y que “no cambian su relación aún cuando tienen hijos pequeños”, parejas que se van de viaje de novios durante días dejando a los bebés al cuidado de niñeras o de abuelas.
Aquí hago un inciso para aclarar que el hecho de que algo sea normal no quiere decir que sea sano. Que para un bebé la ausencia de la madre no es un tema menor, que los niños pequeños no pueden esperar mientras la madre atiende a su pareja o resuelve las demandas de atención de su pareja, los adultos si que podemos esperar y repensar nuevas maneras de adaptarnos para que la relación de pareja funcione, cada quien asumiendo la función que corresponde en esta nueva etapa.
Toda esta situación muy pocas veces se entiende y atiende con madurez, provocando el naufragio de la relación. En este sentido la llegada de un hijo se plantea como una prueba. En la medida en que basemos el vínculo de pareja en el juego romántico de novios o amantes y nos aferremos a esa etapa inicial, aumenta el riesgo de quiebre.
Las rupturas o separaciones durante el puerperio (primeros tres años después del nacimiento) son frecuentes. Saquemos cuenta de los casos conocidos (cuidado si propios) donde el adulterio o abandono por parte del padre, la separación temporal o la ruptura definitiva ocurren durante los primeros meses / años tras la llegada de un hijo o hija.
En cambio las parejas emocionalmente adultas, capaces de construir la relación sobre las bases del compromiso, la solidaridad, la comunicación profunda y honesta, la intimidad emocional, al devenir padres encuentran la oportunidad de fortalecerse y crecer.
La autora Laura Gutman, quien según mi criterio brinda una de las miradas más profundas y certeras acerca de este escenario, por un lado explica que cuando un varón cumple con el papel de sostener, consentir y cuidar a la mujer puérpera, abre más posibilidades y disposición para que ésta se sienta mejor y más disponible.
Por otra parte ante la situación de sensibilidad corporal y emocional que atraviesa una madre reciente, propone feminizar las relaciones sexuales. Es decir, que las conversaciones largas con masajes suaves, los besos, los abrazos prolongados, se conviertan en la práctica sexual de la pareja, más allá de la penetración o del sexo genital.
Si cada uno, papá y mamá, entiende y atiende conscientemente la realidad del postparto y la crianza de niños pequeños así como el papel que es llamado a ejercer durante este período crucial de la sexualidad femenina y de la crianza, será mucho más factible atravesarlo satisfactoriamente. Entonces nuestros niños serán beneficiados y nosotros también.
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Berna Iskandar
@conocemimundo