El día que México perdió su pase al Mundial 74 y culpó a la ‘magia’ (pero en realidad se confió)

En 1973 se perdió el pase al Mundial. El patinazo fue en una destiladora: la Societé du Rhum Barbancourt. La Selección Mexicana había sido agasajada con una comida un día antes del sustancial partido ante Trinidad y Tobago. Siempre se creyó que el nivel de los caribeños no era digno y que el boleto estaba ganado. Groso error.

Era un diciembre caliente y espeso en Puerto Príncipe, Haití, donde la Concacaf mandó jugar en una sola sede los partidos.

Los futbolistas mexicanos cumplían ya 15 días en la isla entregando resultados comprometedores, un par de empates con Guatemala y Honduras y la sencilla victoria ante Antillas Holandesas.

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Pero, según testimonios, sucedían cosas raras que tenían que ver con la magia negra y el vudú.

Las noticias que llegaban en alas de paloma hasta México eran que el miedo estaba por debajo de la piel, que recorría el cuerpo como una culebra ver a hombres negros esotéricos con muñecos de trapo o esos otros que enseñaban las escleróticas en trance como parte de sus rituales. El Tri, según la perspectiva, era frágil como una lámina.

La verdad es que este equipo, dirigido por Javier de la Torre, era blandengue y venía a rebufo hacía tiempo. Y en Haití pasó de todo. Los jugadores fueron hospedados en un hotel vanguardista para la precaria infraestructura del país, entonces pasaban largos ratos junto a la alberca sin un cuerpo de seguridad competente. Eso derivó en interacción con la gente del pueblo que en gesto de buena fe regalaba frutas y flores, pero también había recelo.

El Tri entonces se enfrentó a rivales delgados, huesudos incluso, a los que no pudo roer. Llegó apremiado al partido ante Trinidad y Tobago, mientras Haití, que había sido ayudado descaradamente por los árbitros, tenía todo a favor.

Fue cuando los mexicanos sintieron morirse de soledad. No sólo ellos, sino también directivos y periodistas, todos entraron en una espiral de nostalgia y armaron una parrillada para acordarse con sus tortillas y su salsa taquera, del sabor a casa.

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La fiesta no paró ahí, se consiguieron pases para visitar la planta de la Societé du Rhum Barbancourt yendo por los sembradíos, los molinos y las barricas. Hubo cortesías de botellas para los jugadores que las descorcharon a menos de 24 horas de jugarse el pase al Mundial. Total, los trinitarios “no tenían nivel”, pensaban.

Haití era el líder con seis puntos. México tenía cuatro, por tanto, ganar a Trinidad y Tobago era fundamental para llegar con esperanzas al final. El resultado fue un desastroso 4-0. La cruda y la cruda realidad comparecieron en este torneo. Haití ganó 2-1 a Guatemala y se clasificó por primera vez a un Mundial.

Rafael Puente, un buen portero que por circunstancias inherentes a la mala suerte fue titular en el Premundial, lo recuerda, “nos llevaron a una destiladora de ron en la que nos atendieron de maravilla. Nos regalaron botellas que abastecieron los cuartos de los jugadores por la noche. Se menospreció al rival, nunca se entendió que se debe llegar de la mejor manera física, como corresponde a una selección si se aspira a algo”.

Ahora México llenaba de lágrimas los barriles de ron que había visto un día atrás.

Esa selección tenía percha con futbolistas como Nacho Calderón, Rafael Puente, Genaro Bermudez, Javier Kalimán Guzmán, Javier Sánchez Galindo, Arturo ‘Gonini’ Vázquez Ayala, Manuel Lapuente, Héctor Pulido, Cesáreo Victorino, Fernando Bustos, Enrique Borja, Leonardo Cuellar y Horacio López Salgado entre otros que firmaron uno de los peores fracasos, todos ellos dirigidos sin control por Javier de la Torre.

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Su justificación fue que pasaron cosas irreales, sensaciones exóticas que fueron sumando al imaginario colectivo la idea de que intervino algo más que el futbol.

“El hotel era lujoso, muy cómodo, hubo buena comida, todo bien. Pero una noche, estando en la terraza de pronto explotó una botella. Los vidrios volaron, la corcholata le pegó en la cabeza a Sánchez Galindo y a mí un vidrio me dio justo en el tendón del dedo pulgar de la mano derecha, aún conservo esa cicatriz. Decíamos, pero ¿cómo es posible que se reventara la botella y al portero del equipo le caiga un vidrio? Pues pasó”, rememora Nacho Calderón.

El desamparo apenas empezaba. Faltaba dos días para el debut sin el portero estelar. Con el tiempo, se supo que alguien desde afuera, sabiendo que México estaba en el hotel, aventó una piedra que dio en las botellas con tan mala suerte que lesionó a Calderón.

“Para colmo, los doctores no estaban en ese momento, un utilero me puso gasas, pero tuvieron que darme cinco puntos de sutura. Sólo pude participar en el último partido ante Haití, ya cuando estábamos eliminados”.

Mientras Haití se sentía con vértigo y eléctrico, el Tri iba disminuyendo. “En el pasillo de las habitaciones, apareció una caja con una gallina negra degollada, nos empezamos a poner nerviosos”, cuenta Calderón.

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Después del primer partido ante Guatemala, se reportaron cinco jugadores lesionados. Cariacontecido, Javier de la Torre buscaba respuestas inefables en un lugar que para los jugadores se convertía poco a poco en un peligro.

Al acabar el segundo partido con un empate ante Honduras, varios adujeron sentir mareos y jaquecas.

Tras el tercer juego ante Antillas Holandesas que se ganó 8-0, el camión fue mecido por los locales, “era un bus pequeño, ni siquiera cabía el equipo completo, algunos nos teníamos que ir de pie”, cuenta Nacho Calderón estremecido, “llegó un momento en que temíamos por nuestras vidas porque estaban con palos con cráneos ensartados y embravecidos movían el transporte, pensábamos que nos iban a voltear”.

El equipo mexicano se volvió quebradizo. “A pesar de todo salíamos cerca del hotel a recorrer algunas calles. Bromeábamos con una canica y una bolsa. Dos se ponían a unos metros de distancia y hacíamos como si la aventáramos, el otro movía la bolsa como si cayera. Los haitianos se sorprendían porque pensaban que la canica desaparecía, es decir, había rasgos de ingenuidad que causaban hasta ternura”, relata Rafa Puente.

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Entonces vino el jolgorio adelantado, la parrillada, una comilona opípara y una visita a la destiladora de ron. Luego se siguió la fiesta en las habitaciones hasta bien entrada la madrugada. Pensaban ganar con facilidad a Trinidad y Tobago, aquello en realidad, fue un caos. La fuerza bruta y el músculo fueron los embriones de sus goles. Primero Everald Cummings que caló hondo la defensa mexicana para abrirla y un segundo tanto de tiro libre que entró por en medio de la portería. Para el segundo tiempo, otros dos goles de David y Archibald acabaron con todo.

La verdad es que éramos una selección mal orientada, sin dirección técnica, predestinada al fracaso, eso se sabía. El ambiente pesó entre varios jugadores que extrañamente dijeron estar lesionados”, comentó en 2006 Héctor Pulido.

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La realidad es que el problema venía desde la cúpula.

México ganó la Copa de Concacaf de 1971 y eso parecía ser el vector para llevar el Premundial al estadio Azteca, pero apareció un ser oscuro y doloso de los escritorios con otro tipo de “magia negra”.

Joaquín Soria Terrazas, que trabajó en el futbol mexicano en el sector amateur, escaló posiciones hasta alcanzar la vicepresidencia de Concacaf, pero siempre apuntando al Tri y sus directivos. Para llegar a la presidencia de Concacaf en 1971, necesitó comprar muchos votos caribeños y una vez instalado en el trono, pagó los favores llevando el torneo a Haití. Brujería o no, todo estaba mal desde el principio.

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