“El día que me quieras…” o de cuando Carlos Gardel le dedicó su canción al portero de la Selección Mexicana

Es el sábado 19 de julio de 1930. La ciudad es Montevideo y el estadio Centenario todavía no está listo, pero no puede esperar. Juegan Argentina y México en la tercera jornada del primer Campeonato del Mundo. La gente camina y percibe un golpeteo sordo, un tam-tam opresivo desde adentro del pecho. La cosa es no mirar el reloj hasta que comience el partido. Parece un juego más, pero puede ocurrir algo extraordinario.

Con los jugadores todavía calentando, el carrusel de cábalas se desparrama como petróleo por el vestidor mexicano. El defensa Rafael Garza Gutiérrez no necesita afeitarse, pero tiene que hacerlo, y lo hace sonriendo, porque así ocurrió contra Chile y Francia. El militar y portero Oscar Bonfiglio da órdenes estrictas a sus defensas: “Hay que terminar con el compadraje argentino. Me juego mi casa contra 10 pesos, que les ganamos”.

Escenas cotidianas de un equipo que no viajó más de 30 días en barco para ganar un galardón, sino para aprender un poco de sus rivales.

En las gradas hay escombros que recuerdan las obras inconclusas -iniciadas nueve meses atrás- luego de que el frío invierno trajera consigo un montón de lluvias.

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El entrenador Juan Luque Serrallonga comienza a explicar que para él es necesario tener la pelota y dominar el juego. “‘Diente‘, ojo con darle espacio a esos cabrones, porque no te perdonan”. Felipe Rosas, inquieto, lo mira sabiendo que tiene razón.

A las 15:00 horas, México se presenta en el campo con camiseta color vino y pantaloncillos negros ante una Argentina que viste en celeste y blanco.

Más de 42 mil gargantas se congregan en las tribunas; entre ellas, la de un joven rioplatense llamado Carlos Gardel, el mejor cantante de tangos de la época. De traje oscuro y sombrero de fieltro, pasa desapercibido en medio de la multitud mientras las miradas se centran en el silbatazo del árbitro.

El partido en los primeros minutos es tan lento que parece jugarse bajo el agua. La mala noticia es que justo cuando los mexicanos crecen en entusiasmo, Guillermo Stábile y Adolfo Zumelzú perforan la cabaña de Bonfiglio. Los sudamericanos tienen tanta prisa por demostrar que son superiores, que se van al descanso con una ventaja de 3-1.

Gardel no necesita demasiadas súplicas para sonreír y aplaude antes de encender su tercer cigarrillo.

***

Entre el cansancio y la deshonra, los jugadores mexicanos avanzan en silencio varios metros hacia el vestidor.

-Éstos se burlan de nosotros-, se escucha detrás de las pesadas puertas de madera. El que dirige la charla es el español Serrallonga. Bonfiglio apoya su espalda sobre una abertura para dejar entrar la frescura de la tarde. Sus compañeros discuten de futbol en armonía, pero él disiente, no le gusta perder ni en las canicas.

En el parque Asturias de la Ciudad de México, el sonorense bonachón es recordado por sus prolíficas partidas de dominó, pero sobre todo por sus lances espectaculares.

Nació por los rumbos de la Estación Ortiz, en el puerto de Guaymas y cada tanto se acerca al club asturiano para tomarse un café o saludar a los amigos. Algunos aseguran que allí gana más dinero que en su equipo, el Deportivo Marte, puesto que a Bonfiglio los españoles suelen dejarle billetes en la bolsa de su saco en agradecimiento por sus grandes partidos.

El inicio del segundo tiempo es una continuidad del primero, pero Bonfiglio, que no jugó contra Chile, no está dispuesto a que los tachen de perdedores. De pronto ocurre un estallido. Mientras el relator confirma que el árbitro ha señalado penalti, el corazón del portero permanece inerme ante el sablazo fatal. Gardel, desde las gradas, detiene el vuelo de su cuarto tabaco y observa con esmero que es en contra de México.

Para colmo, el que agarra la pelota es Fernando Paternoster, un defensa central al que le llaman El Marqués y reconocen como uno de los mejores cobradores del mundo.

Sólo hay dos maneras de evitar el gol, piensa Bonfiglio: esperar hasta el último momento o seguir su intuición. Elige el segundo camino y se lanza en una fracción de segundo para atrapar la pelota. Los mexicanos festejan, porque no se puede sufrir tanto. Enclavado en la platea, Gardel, asombrado, pregunta quién es ese hombre.

Paternoster se cubre el rostro y gira varias veces en torno a sus compañeros, cautivo del infernal desasosiego. La parada no evita la derrota de México, pero pone el nombre de Bonfiglio en el éxtasis del Campeonato del Mundo.

La resignación invade a los argentinos como una sustancia reparadora. Caen entonces las anotaciones de Francisco Varallo, Zumelzú y Stábile, que va camino a convertirse en el primer campeón de goleo.

Los mexicanos, motivados por la gran actuación de su portero, se acercan en el marcador por medio de Manuel Chaquetas Rosas y Roberto La Pulga Gayón. Aun así, México se despide de Montevideo sin ganar un solo encuentro.

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El 6-3, sin embargo, no parece tan terrible. Mientras la gente apresura el paso hacia la avenida Ricaldoni, Bonfiglio trata de sacarse el frío con saltos y haciendo bromas.

“Ahora hay que meterse en la cama y no salir por 30 días”, le dice al mediocampista Raymundo Rodríguez, su compañero en la Secretaría de Guerra.

Sucede que su viaje no termina sino hasta dentro de dos meses, cuando se jueguen los partidos de exhibición pactados en Chile, Perú, Costa Rica, Panamá y Cuba.

Aun así, una sensación de calidez infinita lo va invadiendo. Tiene ganas de ver a su familia, de estar con sus amigos. Entra por fin al baño y observa que las ojeras se han tornado incluso más oscuras. Aparecen también un par de arrugas. Es en ese momento cuando se escucha que alguien toca a la puerta del vestidor mexicano.

-¿Dónde está el joven Bonfiglio?– pregunta, sonriente, Carlos Gardel, con la sombrita del sombrero sobre los ojos.

Al fondo, el portero tarda en reponerse de su perplejidad. Un extraño hormigueo le paraliza las piernas. Algunos lo señalan con el mentón y le abren paso entre botines y ropa sucia. Bonfiglio, con la mejor voluntad, camina despacio.

-Déjeme felicitarlo porque le ha detenido un penalti a uno de los hombres más infalibles de la historia. Permítame también darle un abrazo y complacerlo en lo que usted me pida.

-Cánteme una canción—responde el mexicano, sabedor que Gardel, cada vez que canta, canta como nunca. -Cánteme “El día que me quieras”.

Y Gardel, tan amante de la vida, entonces cantó:

El día que me quieras

La rosa se engalana

Se vestirá de fiesta

Con su mejor color

Y al viento las campanas…

Alineación de México 3-6 Argentina (o de cuando Carlos Gardel le canto al portero mexicano Oscar Bonfiglio)

(19 de julio de 1930)

  • Titulares

Oscar Bonfiglio

Francisco Garza Gutiérrez

Rafael Garza (Capitán)

Manuel Rosas

Raimundo Rodríguez

Felipe Rosas

Alfredo Sánchez

Juan Carreno

Roberto Gayón

Hilario López

Felipe Olivares

  • Suplentes

Isidoro Sota

Efraín Amezcua

Dionisio Mejía

José Ruiz

Jesús Castro

Luis Pérez

  • Entrenador

Juan Luque