Darío Volonté y Vera Cirkovic: historias de refugiados apátridas, la guerra de Malvinas y casi tres décadas de amor cantando ópera
Las vidas de los cantantes líricos Vera Cirkovic y Darío Volonté se cruzaron en un teatro y nunca más se separaron. Vera había llegado a la Argentina con el bagaje musical de la tradición europea y una historia familiar que tiene todos los condimentos para una película de espionaje de posguerra. Vera dice que viene de un país que ya no existe; su madre y su padre fueron refugiados yugoslavos y ella debió esperar hasta los 7 años para dejar de ser apátrida y que Francia –el país donde había nacido– la reconociera como francesa. Sobrevivió a ese exilio legal y cultural y encontró en la familia que creó con Volonté la base de una nueva historia, de este lado del Atlántico. Canta en Europa, graba discos en la Argentina. Los últimos son verdaderamente exquisitos. El más reciente es un homenaje, en castellano y francés, a la cantante francesa Barbara, que grabó en sesiones de solo piano y voz con Lito Vitale. En pocos días volverá a interpretar esas canciones en una sala porteña.
Darío también es un sobreviviente. Lo es de la manera más literal: sobrevivió al hundimiento del crucero ARA General Belgrano durante la guerra de Malvinas. En la música encontró refugio y vocación. Se convirtió en un tenor consagrado. Piso las tablas de los teatros más importantes del mundo y cantó con destacadas orquestas (La Scala de Milán, Regio de Parma, Scala di Milano, Opera de Roma, Washington National Opera, Berlin Staatsoper, Deutsche Oper Berlin y West Australian Opera, además del Teatro Colón de Buenos Aires, donde hizo bises de su actuación en la ópera Aurora, de Panizza). Durante algunos años tuvo una intensa actividad hasta que se dio cuenta de que prefería ser lo que tenía ganas de ser, en vez de lo que se pretendía de él. Hoy canta en teatros del todo el país y también en plazas. Son bien recordados los veranos líricos de Volonté y Cirkovic en Cariló. Juntos están terminando de poner en marcha una especie de circo lírico. O un cirko-la-volunté (la voluntad, en francés), que es ese juego de palabras que surge luego de una larga charla en la casa que la pareja comparte con su hija en el barrio de San Cristóbal.
Esta es la precuela.
Mediados de la década del 90: el flechazo. En 1995, Vera había llegado a la Argentina para participar en una versión de La valquiria, de Wagner. Al año siguiente Darío y Vera compartieron una versión de Tosca, de Puccini. Hubo viajes de ida y de venida a Europa hasta que se afincaron en 2002 en su actual casa, en Buenos Aires. “Carlos Gumerotti, mi mecenas, vivía al lado de la casa de una pareja de actores. Fue él quien nos avisó que la casa se vendía. Y acá nos instalamos -dice Volonté-. Así seguimos cada uno con sus trabajos en el exterior hasta que nos empezamos a quedar cada vez más acá. En mi caso, me concentré más en la actividad concertística y, ella, en la canción francesa, pero siempre teniendo a la ópera como referencia. Porque uno ha hecho un nombre con los años y cuando salen trabajos con la Sinfónica [Nacional], la Filarmónica [de Buenos Aires] o el Colón, los agarramos. Por otro lado está lo que pasó con Aurora, y la popularidad del veterano que le canta a la bandera. Siempre en paralelo cantaba en Europa y luego venía, y con Vera cantábamos en Rosario, Córdoba o Tucumán”.
-¿Elegir más lo que quiero y no lo que debo según las convenciones del mundo de la lírica?
Darío: -Hice un millón de cosas más de lo que me imaginé. El objetivo del canto fue una salida económica. Si hubiera sabido hacer algún deporte tal vez lo hubiera hecho. Me tocó tener consciencia de cantar y a eso me dediqué. Un objetivo retroalimenta al otro. Para ganar lo mejor posible tenés que tratar de cantar en los mejores teatros posibles. Y para eso tenés que ser lo más artista posible. Igualmente, siempre traté de hacer lo que me gusta. La vida te va llevando a más conciertos, a más viajes. Si querés hacer una carrera tenés que pagar un precio. Dentro de los objetivos quizá te dicen: tenés que hacer doce producciones por año. Yo no: hacía una y me volvía a descansar. Eso se paga. Pero yo no hubiera aguantado otra cosa. Tuve propuestas de discográficas incluso. Siempre cuento esta anécdota, la de un muchacho que iba a cantar al coro de la iglesia conmigo. A los 40 años se infarta. Y dice: “lo que puedas hacer en cinco años hacelo en diez, pero viví tranquilo”. Mi objetivo se complementa con el de Vera. No tenemos la locura de tomar aviones. Además, dentro de una carrera tradicional o lo que está en la cabeza de la música clásica, si venís de cantar en la Opera de Roma, ¿cómo vas a cantar a Rosario, por un cachet que no tiene nada que ver con el de allá? Nosotros lo hacíamos. Las cosas empiezan a andar cuando uno deja hablar al espíritu de uno. Cuando uno empieza a poner cosas en el medio, la cosa se desvía. Al menos eso me pasa a mí. En 2001 trabajé muchísimo. Viajé muchísimo por hacerme un nombre. Iba a los Estados Unidos y después a Japón con una diferencia horaria de catorce horas. Cuando volvía no sabía ni como me llamaba. En 2002 me agarré una peritonitis que si me agarraba en un avión, ni la contaba. Y me di cuenta de que eso no iba para mí. Nunca necesité mucho: para lo que otros son cien pesos para mí es un millón. Me organicé así. Trabajo desde los 8 años. Muchos años fui fletero. Sé lo que se necesita para vivir con poco y con libertad. Conocí colegas que pasaron solo quince días al año en su casa. No es para nosotros.
-¿Hasta que no llegaste al coro de la iglesia no te pensabas cantante?
-Para nada. Comencé a estudiar canto a los 19 cuando volví de la Guerra de Malvinas. Conocí a José Crea, mi maestro. Tuve seis o siete años vocalizando, haciendo técnica y cantando las cosas de la iglesia. Estudié música por mi cuenta; tengo la suerte de tener oído absoluto, entonces puedo estudiar solo, no necesito un pianista. Una vez que sé las melodías ya está, las empiezo a leer. Es decir, no hay reglas que haya tenido que seguir. Solo me metí en la Marina a los 15 para retirarme a los 40 como suboficial mayor y poder hacer lo que quisiera. Porque tenía esa idea de que a los 40 debía estar libre para hacer lo que quisiera.
-No fuiste a la guerra como colimba. Esa mirada de la vida evidentemente no te la cambió Malvinas.
Volonté: -Fui como cabo segundo maquinista. Si uno sigue lo que siente, el camino se aligera. Hay esclavos de lujo. Hay gente que necesita 30.000 dólares por mes para vivir. Y los gana. Hay gente que paga un precio; hay gente que vive muy feliz así. A mí no se me cruza por la cabeza. Tal vez lo habré vivido 50 vidas atrás. Muchas veces, cuando uno vive en pareja con otro artista, hay caminos que se tocan. Lo importante es no interferir en la vida del otro ni en la de uno. En cuanto a la guerra, yo tuve suerte. El efecto de la guerra deja marcas. Al día de hoy son más los que se suicidaron que los que murieron allá. Eso pasa en todo el mundo. En mi caso fue una oportunidad a nivel espiritual. Me bauticé en el cristianismo católico. Luego, en el cristianismo apostólico comencé a cantar. Después me interesé por la espiritualidad de Oriente. El hinduismo. Después Lao Tsé, que fue el que más me cacheteó en un panorama general, justamente por la guerra. Para tratar de ir más allá del bien y de mal. Por qué la gente muere, por qué se salva. Por qué unos nace en países ricos y otros debajo de un trapo de piso. Siempre me sentí un alma vieja en el sentido de que tuve y tengo posibilidades de hacer cosas enormes pero no me interesan porque no las siento. Una carrera u otras cosas que me ofrecieron. Mi familia, el trabajo, la vida cotidiana, me interesan. La guerra dejó algún toc: si el subte para fuera de la estación, ya estoy mirando cómo se abre la ventana. Pero no me dejó cicatrices, al contrario, me enseñó a valorar la vida. Lao Tsé habla del tao eterno del que todos salimos y al que, en determinado momento, tenemos que volver. Y todo está en la mente. A medida que la vida de uno avanza te das cuenta de las cosas que tenés como tesoro.
-Vera, ¿Tuviste un padre maquinista de barco y venís de un país que ya no existe?
Vera: -Es raro haber vivido con dos hombres que fueron sobrevivientes. A mi padre, en la época del mariscal Tito, lo llevaron a una isla. Estuvo dos años preso junto a otros que no eran partidarios del gobierno. Hubo torturas. La historia de mi padre es, de algún modo, la que Emir Kusturica cuenta en la película Papá está en viaje de negocios. Mi papá siempre dijo que era amigo de un disidente. Incluso, que había guardado un arma de su amigo, que era de la época de la Segunda Guerra. En esa época había muchos soplones en las escuelas y las universidades. Mi padre fue denunciado como un antisistema y lo fueron a buscar. Igualmente, en ese campo había procomunistas y anticomunistas. Una gran mezcla. Mi padre pudo salir junto a dos amigos. Y desde ese momento no habló más. Él decía que por poca cosa “te suicidan”. Mi madre, por ejemplo, era judía. Pero preferían no decirlo. Cuando le preguntaban de donde venía, respondía que de un país muy chiquito y lejano. Bueno, ese país hoy no existe y tampoco existía para él. Darío encontró una forma diferente de supervivencia. Una forma de iluminación. Para mi papá fue al revés: sufrió mucho. Incluso físicamente. Sus pies estaban destrozados por haber caminado bastante tiempo descalzo, sobre las piedras. Y el resto de su vida tuvo cierta bipolaridad.
-Pero rescató a tu mamá. Al menos eso me contaron, una historia digna de película.
Vera: -Mi mamá tenía 26. Era cantante. Estaba en el coro de la Opera de Belgrado. Salieron de gira por todos los países del Este y también en Europa. Eran representantes del gran sistema socialista de Tito. Estando en Francia, mi papá –quizá para acercarse un poco a su país– va a ver una función de Boris Godunov [de Músorgski] que la compañía estaba dando. Se acercó al elenco y conoció a mi mamá. Creo que fue un flechazo. A la semana estaban en Suiza. Mi madre estaba en una historia complicada de la que quería salir, entonces mi padre le dijo: “Es ahora o nunca”. El elenco tenía un pasaporte comunitario. Por eso mi mamá tuvo que dejar todo. No pudo llevar ni una valija. No le dijo nada a ningún compañero. Cruzaron la frontera con la excusa de ir a jugar al casino. Luego cruzaron el Mont Blanc y viajaron hasta el puerto de Ruan donde mi papá, que ya era maquinista de barco, conocía a un comisario que le hizo papeles para poder pedir refugio político.
-¿Tu padre ya tenía documento francés?
Vera: -No. Solo tenía un pasaporte de apátrida. Como trabajaba en un barco de bandera inglesa y quizás llegaba hasta Japón, a veces le preguntaban donde quedaba su país y él decía eso de que era muy chiquito y lejano.
-Y vos naciste en Francia pero viviste una especie de desarraigo de Yugoslavia, un país que no conociste y que ya no existe.
Vera: -Tuvimos que esperar hasta mis siete años para poder conocer a la familia. El país todavía se llamaba Yugoslavia. A los 7 obtuve la nacionalidad francesa. Nos “reconocieron como parte”. Mis padres se casaron, los vi casarse en la iglesia cristiana ortodoxa. Fue con un nacer de nuevo. Hicimos en un viaje de un mes todo lo que no habíamos hecho en siete años. Fuimos al cementerio a llorar a mi bisabuela. Vi por primera vez a las lloronas serbias, con túnicas negras. Ahí conocí a toda mi familia. Mi padre tenía miedo de lo que nos podría pasar. Como tenía amigos periodistas, en caso de que nos pasara algo, ellos tendrían preparada la noticia de que una familia refugiada política había desaparecido en Yugoslavia. Yo siempre tengo la sensación de querer pertenecer a algo, aunque no pertenezco. Para mí hay una tristeza por ese país que no existe más. Francia es el país con el que me siento más identificada, desde la comida hasta una tonelada de amigos. Eso me duele, pero por otro lado mi vida está acá, porque me arraigué.
-Te habrá dado una capacidad de adaptación que no cualquiera consigue.
Vera: -Hay que aprender a renunciar. Y por otro lado me ciento bendecida. Tenemos una familia que es de oro.
-¿Y una hija haitiana?
Vera: -Y una hija de Haití. Sí. Cuando tenía 8 o 9 años, todas mis amigas fantaseaban con los hijos que tendrían y yo les dije: “Adoptaré”. Me miraron medio raro. Quizá fue porque mi padre, que hablaba siete idiomas, un día ayudó a una familia rusa y eso fue algo que me quedó. Pero por otro lado creo que fue porque pensaba que no necesitaba tener un hijo de mi molde. Cuando hablamos con Darío si le copaba la idea, a él le pareció bien.
Darío: -Lo que se dio se dio. Incluso con mi hija más grande. Ni los nombres elegí. Yo solo pongo el apellido (se ríe).
Vera: - Lo más natural era adoptar en la Argentina. Pero los trámites son largos. Y me comentaron que había una médica que había adoptado en Haití. Y bueno, así llegó el gran amor de mi vida que es Liuba, nuestra hija. Ya el primer día me llamó mamá. Puede parecer un poco de cuento de hadas. Realmente lo es. Es el amor universal al hijo. No me interesa haber parido. Daría mi vida por ella, y es tan sencillo como eso.
-No sé si un cuento de hadas, pero con estas historias habría que escribí un guion de película, si no lo han hecho ya.
Darío: - Me han dicho que teníamos que hacer un libro, de esto o de aquello. Pero nosotros vivimos todo esto naturalmente. Solo tenemos un laburo privilegiado. Un cardiocirujano le salva la vida a alguien y va a tener el abrazo de la familia, que ya es mucho. Pero no va a tener la ovación de un teatro. Si vos cantás bien, te ovaciona un teatro. Por eso digo que es un privilegio. Cuando uno ve las cosas que ha vivido a nivel individual o con la familia, hay mucho de milagro. Y el milagro está cuando uno trata de no interferir. Así, las cosas se van ordenando. Incluso lo malo que tenga que venir no será tan malo porque luego algo bueno de eso tiene que salir.
Vera: -Lo importante es vivir a pleno, con intensidad.
-¿Qué viene sobre el escenario?
Vera: -El 31 voy a volver a cantar el disco [Vera canta Barbara, con Lito Vitale], en Circe Fábrica de Arte, con Alejandro Manzoni al piano.
Darío: -Y los dos juntos, con otros artistas, vamos a estar participando en un espectáculo a beneficio de familiares de Malvinas, que será en el Luna Park, el 26 y el 27 de septiembre. El Gobierno de la Ciudad donó un terreno para hacer el primer Museo de Malvinas en Buenos Aires. Será autónomo y se está juntando dinero para eso.
¿Y los viajes al interior?
-Tenemos un motorhome. Lo dejé en el mecánico que le está haciendo los frenos. Tenemos varios formatos para salir a cantar.
¿Un circo lírico ambulante?
Darío: -Algo así. Estrenamos un sistema de audio al aire libre en Cariló; también lo usamos en el Teatro Coliseo de Lomas. Y pensamos que ese motorhome nos va a permitir muchas cosas. Hay miles de lugares en la Argentina para hacer cosas.
Vera: - Tenemos una estructura, independiente de cualquier tipo de obligación.