Detrás del rodaje: qué pasó con los niños de La historia sin fin, el film que cautivó a toda una generación y que tuvo una gran polémica
A mediados de la década de los 80 llegó a los cines de todo el mundo una película que probablemente haya hecho más por la promoción de la lectura que cualquier otra. Se trató de La historia sin fin, del recientemente fallecido director alemán Wolfgang Petersen, en la que un chico de 10 años, Bastian, lograba meterse tan “adentro” de un libro que terminaba formando parte de él como un personaje más. Basada en la novela del mismo nombre de Michael Ende, con la que el escritor alemán había logrado convertirse en best seller –fue traducida a más de 40 idiomas y vendió millones de ejemplares en todo el mundo—, La historia sin fin fue en el momento de su estreno, en 1984, la película más cara en la historia de Alemania , con un presupuesto de 60 millones de marcos (unos 27 millones de dólares). Rodada mayormente en los estudios Bavaria de Múnich, logró recuperar la inversión con creces al recaudar unos 40 millones de dólares en todo el mundo.
Pero, además, La historia sin fin –cuyo tema principal, compuesto por el famoso productor italiano Giorgio Moroder, sigue sonando en las radios- fue la primera película rodada en inglés por Petersen. Su enorme éxito le permitió al cineasta dar el salto a Hollywood, donde terminaría dirigiendo películas junto a Clint Eastwood (En la línea de fuego, 1993), Dustin Hoffman (Epidemia, 1995), Glenn Close y Harrison Ford (Avión presidencial, 1997), George Clooney (La tormenta perfecta, 2000) y Brad Pitt (Troya, 2004).
Un proyecto distinto para Petersen
Petersen venía de filmar la aclamada El barco (Das Boot), con la que cosechó seis nominaciones a los Oscar, entre ellas la de mejor director, cuando llegó a sus manos el proyecto de La historia sin fin. “Cuando apareció esto pensé: ‘Mi dios, después de tres años de trabajar en Das Boot sería maravilloso ir en una dirección completamente distinta y hacer algo que tenga más que ver con los sueños y deseos de los niños’. Mi hijo Daniel tenía 12 años en ese momento y tenía muchas ganas de hacer algo que él pudiera disfrutar”, dijo el director en una entrevista con el sitio The Nerdist hace algunos años.
El nuevo proyecto no podía ser más distinto. Lejos de centrarse en los conflictos de un grupo de tripulantes encerrados a bordo de un submarino alemán durante la Segunda Guerra Mundial, la novela de Ende transcurría en un mundo de fantasía y tocaba temas como el amor por los libros, el poder creador de la imaginación y la libertad de soñar. El argumento de la película –que abarca tan solo la primera mitad de la novela- podría resumirse así: Bastian es un niño que acaba de perder a su madre y es hostigado por un grupito de compañeros de la escuela. Una tarde visita una librería donde se topa con un libro misterioso titulado La historia sin fin. Bastian decide hacerse la rata y se esconde a leer el libro en el altillo de la escuela, donde pasa la noche sumergido en sus páginas. En ellas se habla de Fantasía, una tierra habitada por criaturas sorprendentes como un duende nocturno, una tortuga sabia, un encantador dragón de la suerte llamado Falkor y un lobo malvado, Gmork. Sin embargo, el reino está desapareciendo ante el avance de la nada, una fuerza que destruye todo lo que encuentra a su paso. Un niño guerrero llamado Atreyu recibe de la emperatriz niña el encargo de salvar Fantasía. Para ello, deberá a sortear varios obstáculos, desde el Pantano de la Tristeza hasta una puerta custodiada por esfinges asesinas, guiado tan solo por un medallón, el Auryn, que le dio la emperatriz. Sin embargo, como le revelará más adelante el Oráculo del Sur, el único que puede salvar a Fantasía es un niño humano. Porque la nada es, en realidad, la falta de imaginación de las personas: sin sus sueños y esperanzas, el reino perece. De esta forma, termina siendo Bastian quien, “acompañando” como lector a Atreyu con su imaginación, vuelve a poner Fantasía en pie.
Un elenco de niños californianos
Tras el enorme éxito de la novela en Alemania, que no solo cautivó a los niños, sino que convirtió incluso a Ende en una especie de gurú para muchos jóvenes, que vieron en su obra un alegato ecologista y pacifista, el productor alemán Dieter Geissler se hizo con los derechos del libro. Pronto le quedó en claro que para poder adaptar una historia tan repleta de personajes imaginarios iba a hacer falta mucho dinero para efectos especiales, por lo que sumó al proyecto otros productores como el alemán Bernd Eichinger (responsable de films posteriores como La caída, El perfume y En el nombre de la rosa).
Por otra parte, para recuperar la enorme inversión que requería una película así, era necesario que triunfara en la taquilla de los Estados Unidos. Y para eso hacía falta un elenco norteamericano. El elegido para personificar a Atreyu fue Noah Hathaway, quien venía de trabajar en la serie Galáctica y había tenido pequeñas participaciones en otras como Mork y Mindy y Chips. Tenía que ser un niño apuesto, con actitud, que pudiera encarnar al valiente guerrero (en el libro, Atreyu pertenece a la tribu de los “Hombres de Hierba” y tiene la piel verde, pero en la película decidieron dejarle a Hathaway la piel de su color natural. Eso sí, lo mandaron a tomar un par de sesiones de cama solar porque al parecer era demasiado pálido). El chico también debió tomar clases de equitación durante meses para poder grabar las escenas en las que Atreyu monta su caballo blanco, Artax. Fue, además, quien más riesgos corrió durante el rodaje: una de sus piernas quedó atrapada en una plataforma que lo empujó hacia abajo durante la grabación de la escena en el Pantano de la Tristeza y también sufrió golpes en la cara en otra en la que el lobo (un enorme animatronic) se abalanza sobre él.
En tanto, el niño que se pusiera en la piel de Bastian debía tener una mirada dulce y curiosa. El pequeño Barret Oliver se impuso entre más de 200 chicos y terminó siendo uno de los miembros del elenco preferidos de Petersen. Oliver había tenido también algunas pequeñas apariciones televisivas en series como El auto fantástico y después de La historia sin fin actuó en el corto Frankenweenie, de Tim Burton, y en las dos Cocoon. En tanto, la niña que asumiera el papel de la emperatriz debía ser dueña de una belleza “que no pareciera de este mundo”, según dijo alguna vez Petersen. La elegida fue la pequeña estudiante de teatro y danza Tami Stronach, quien debutó en el cine con La historia sin fin y no volvió a pisar un set hasta más de 20 años después . Hoy en día, ni Hathaway ni Oliver se dedican a la actuación. El primero trabaja como tatuador en California y el segundo vive en el mismo estado, donde se dedica a enseñar fotografía.
Un dato curioso: el actor de 1,30 centímetros que interpreta al hombrecito de galera que se desplaza en un caracol gigante es el keniata Deep Roy, quien años después se puso en la piel del Oompa Loompa de Charlie y la fábrica de chocolate (2005), de Burton.
El desafío de recrear Fantasía antes del CGI
Uno de los principales retos que enfrentaron los productores de La historia sin fin fue recrear en la pantalla el vasto mundo de fantasía ideado por Ende en tiempos previos al CGI, que permite generar imágenes por computadora y que hace que hoy en día prácticamente nada sea imposible de filmar. El director de efectos especiales fue el inglés Brian Johnson, quien había trabajado en películas como 2001: Una odisea del espacio, de Stanley Kubrick (1968) y Alien, el octavo pasajero, de Ridley Scott (1979). En tanto, el portugués Ul De Rico, quien venía de participar en Flash Gordon (1980), fue el responsable de diseñar la escenografía, las criaturas y el vestuario de Fantasía. Para mover a Falkor, el simpático dragón blanco de cara perruna, hicieron falta 18 marionetistas (uno para la nariz, otro para los ojos, otro para la lengua, y así...). Petersen solía contar divertido que le habían querido dar al dragón un aire de perro para que los niños lo sintieran cercano, pero que de ninguna manera se trataba de “un perro volador”, como lo solían describir muchos de ellos.
También fueron necesarias 25 personas para animar al Comerrocas. Si bien debajo del enorme traje de látex se escondía una persona que actuaba, varios operadores controlaban el movimiento de sus ojos de forma remota. Otro gran desafío fue cómo representar “la nada”, que en la novela es una fuerza invisible. Finalmente, los especialistas dieron con una solución tan original como simple: echaron emulsiones oleosas de colores en un gran tanque de plexiglás con agua y filmaron los movimientos que hacían. Curiosamente, las extrañas formas asemejan una fuerza amenazante de otro mundo.
Sin embargo, una de las escenas más exigentes para el equipo de producción fue aquella en la que Atreyu pierde a su caballo, Artax, en el Pantano de la Tristeza, donde se hunde quien se deja ganar por el abatimiento. Para rodarla se entrenaron dos caballos iguales durante más de dos meses para que no cedieran ante su instinto y salieran corriendo nerviosos cuando quedaran hundidos en el barro hasta el hocico. El resultado final valió la pena: sigue siendo una de las escenas más conmovedoras de la película.
Un estreno empañado por la controversia
Si bien La historia sin fin fue un éxito (incluso tuvo dos secuelas mucho menos conocidas en 1990 y 1994, con otros directores y otro elenco), su estreno se vio empañado por la enorme controversia surgida entre Ende y la producción de la película, al punto de que este retiró su nombre de los créditos.
En un principio, el director se encontró varias veces con el escritor para trabajar juntos en un guion. Pero cuando le presentó el resultado final a Eichinger, este no se mostró conforme con el resultado. “Que seas el escritor del libro no quiere decir que sepas cómo hacer funcionar la historia en el cine. Como director, uno tiene que encontrar su propia visión”, diría Petersen años después. Finalmente, el cineasta reescribió el guion junto al alemán Herman Weigel, quien ya había trabajado como guionista en Yo, Cristina F., de 1981, la dramática historia de un grupo de chicos berlineses adictos a la heroína y primer gran éxito de Eichinger como productor.
Weigel recordaría años después que en una de las discusiones entre Ende y Eichinger, el primero lo acusó de querer convertir su novela en una película de Disney, a lo que el productor le contestó: “¡Por supuesto!”. El enfrentamiento fue tan lejos que el escritor trató incluso de frenar la película con una presentación ante la justicia. Una de las escenas que más lo irritaron es la final, que no forma parte del libro, en la que Bastian sobrevuela su ciudad montado en el lomo de Falkor. Que el dragón de la suerte hiciera este crossover entre Fantasía y el mundo real fue para Ende una apuesta imperdonable. “Lo más importante en esta película era recrear un mundo de fantasía como el de Fantasía. Pero la Fantasía de esta película supera apenas el nivel de un club nocturno promedio. Solo falta la bola de espejos colgando del techo y una troupe de chicas bailando”, señaló por entonces en una entrevista con la televisión alemana. “Todo lo que tendría que haber sido misterioso y mágico se volvió totalmente chato y banal. La Torre de Marfil es representada como una especie de torre de televisión con tres antenas, no sé por qué. Las esfinges son una de las mayores vergüenzas en esta película: parecen dos strippers de grandes pechos sentadas en medio del desierto (...) Es realmente algo indecible. Se convirtió en una historia indecible”, aseguró.
Sin embargo, sus críticas no hicieron mella en los fanáticos de la película, entre quienes se encontraba Steven Spielberg. El director estadounidense, quien venía de filmar la aclamada E.T, era amigo de Petersen y le sugirió algunos pequeños cambios de montaje para su lanzamiento en los Estados Unidos. En recompensa, el cineasta alemán le regaló el Auryn que Atreyu usa en la película. Sin embargo, por más que Ende haya renegado de la versión cinematográfica de La historia sin fin –no fue el único: el crítico del The New York Times calificó el film de “fantasía para chicos sin gracia y sin humor”—, lo cierto es que gracias a la película volvió a vender cientos de ejemplares de su novela. Con lo que quizá sí tuviera algo que agradecerle a Petersen y Eichinger.