La diva que no quiere ser estrella: Joss Stone volvió para seducir al público porteño con un concierto a puro soul
Paz, amor, naturaleza, libertad. Un telón de fondo con símbolos y características de imagen de caleidoscopio, intervenido por un batik psicodélico. Todo artista de la música pop internacional que se precie de tal debió colocar en ese espacio gigantesco, detrás del escenario, una pantalla gigantesca. Pero Joss Stone nunca se preció de ser pop. De ahí que el concierto que dio anoche en el Movistar Arena fuera el más fiel reflejo de su actitud al momento de hacer música, por fuera de los cánones de la moda y de los signos culturales de estos tiempos.
Su rostro es tan bello que ni siquiera necesitaría cantar para convertirse en “ídola” mundial. Pero lo suyo, va por otro carril. Afuera la pantalla central. Con el telón de fondo dijo lo que tuvo ganas de decir y su rostro apareció (por supuesto que apareció, el público no fue privado de verlo) en las pantallas verticales de los costados.
La sofisticación de su larga figura y el toque hippie chic, la necesidad de que la música se imponga sin coros de baile detrás, sin que ella misma tenga que desplegar coreografías. Todo lo que hace Joss Stone sobre un escenario tiene ese toque absolutamente clásico y, al mismo tiempo, transgresor. Porque hoy hay cierta transgresión en lo que puede ser considerado clásico. El modo que elige para abrir los conciertos de este tour denominado Ellipsis, tiene ese tipo de guiñó a los shows de los grandes hoteles internacionales, con intros y medley de canciones. Pero la energía que lo impulsa, al mismo tiempo hace que la cantante y su grupo tomen distancia de ese tipo de espectáculos con tantos lugares comunes.
Que durante el primer tema (o mejor dicho, el popurrí de apertura) baje de escenario, camine entre los fotógrafos y se trepe al vallado para estar más cerca del público habla de una artista que tienen claro lo que quiere decir en el momento que lo quiere decir, pero con la capacidad para hacer de todo eso una vivencia descontracturada. El primer “Canten conmigo” que pronunció, no vino desde una arenga explicita y en un modesto castellano sino en inglés y como parte de la coda de una de las canciones.
Y de allí en adelante, el resto de sus parlamentos no actuaron como una predicación sino, en parte, como nexos de su repertorio. Recordó que en su última visita a nuestro país estaba “muy” embarazada de su hijo. Y cuando fue el momento de canciones como “Walk With Me” recordó los tiempos de pandemia en los que los médicos dejaban todo por salvar vidas y era “el tiempo para el amor, no para la gente que intentó dividirnos”.
También apeló a alguna muletilla (“papacito”, largo, como si fuera una morisqueta) en una frase que, según dijo, es la única que sabe en castellano, y que ya había dicho el stand up de su visita anterior. Pero más allá de estas situaciones pre elaboradas, siempre la música fue el vehículo más genuino.
Su perfectísima banda estuvo a la altura de su voz, con todos los matices y el groove que el soul necesita. No es nada habitual escuchar a artistas que canten realmente bien. La armonía vocal con el trío de cantantes de su coro es realmente lo que termina de empastar el color de su sonido. A los ojos, lo que dominó fue el blanco de la vestimenta de los músicos y el tono entre blanco y natural del finísimo vestido de Stone, que hacía juego con la mantilla que suele colgar de los micrófonos. A los oídos, esa interpretación tan precisa y, a la vez, visceral. Joss Stone conoce los recovecos de ciertas canciones y su banda es un mecanismo infalible para que ella haga todo ese recorrido.
El repertorio, de algo menos de una hora de duración, tuvo casi siempre ese pulso soul matizado por músicas vecinas y un anecdotario que la cantante no quería dejar de compartir con el público. “Stoned” fue una de aquellas que no suele cantar con frecuencia. “Loving You” era la canción de amor que le dedicó a su marido. El bloque disco music fue inspirado en los deseos de su hija Violet. Y el toque reggae de “Harry’s Symphony” dio paso al envión final del concierto, donde no faltaron título ineludibles de su repertorio, como “Right To Be Wrong”. Un rato antes, “Mr. Wankerman” se convirtió en “Pendejoman”. Y esa balada que no trae terciopelos sino un fuerte reclamo, termino en un estruendoso final que hizo vibrar las paredes del Movistar Arena. El sutil octavado del bajo y la guitarra dieron paso a un solo de saxo y a ese tutti de la banda.
La maquinaria de la cantante inglesa es ciento por cierto en vivo. Y es aquí donde demuestra uno de sus gestos transgresores desde lo clásico. El grupo está impulsado por batería, guitarra, bajo, teclados, las tres voces del coro y una mini sección de vientos (pequeña pero contundente), integrada solo por trompeta y tenor.
Convicción y estilo
Durante un concierto de Joss Stone no hay que cumplir con un guión que sorprenda en cada tema; hay que estar a la altura de las canciones. Y eso es lo que hace esta cantante, más allá de que pueda conocer perfectamente que tipo de reacción encontrará en el público. Esta fue la quinta visita a nuestro país, desde 2008 (incluyó actuaciones desde el Luna Park hasta el Teatro Colón).
La previa a este tramo de su gira tuvo algunos lanzamientos de cara al nuevo álbum que presentará el año que viene y a dar una vuelta de página a la celebración de sus veinte años de carrera, que festejó el último año.
🫶🏼 Super Duper Love 🙌🏻 pic.twitter.com/k7NqZtMiVv
— Joss Stone Argentina 🇦🇷 (@jossstonearg) September 18, 2024
La constante seguramente sea su actitud frente a la vida y al público; la constante es la alfombra en el centro de la escena y sus pies descalzos frente al micrófono. Joss fue lo que no se esperaba de ella. Acaso debió ser la nueva Janis Joplin, la que completara el camino que Amy Winehouse había dejado trunco o la que podía competir --por juventud y al haber sido agraciada por una belleza hegemónica--, en la misma categoría de pop mundial de algunas estrellas como Dua Lipa o Taylor Swift. Pero eligió el soul y marcar sus propios tiempos. Esos tiempos tuvieron que ver con la maternidad, con elegir con tranquilidad cada paso que iba a dar y de la manera como pensaba hacerlo. Sigue cumpliendo con esas consignas, las incluye en su vida musical (las menciones a su familia siempre suelen estar presente). Y esto no le impide mantener una constancia dentro del negocio de la música. Cuenta con nueve álbumes publicados desde el estreno de The Soul Sessions, que grabó en 2003, cuando tenía apenas 16 años. Llego a vender 15 millones de copias de todas sus producciones, durante esas dos décadas de carrera.
Hubo, por supuesto, un trabajo a prueba y error. Ya lo contaba días atrás, durante una entrevista de Diego Mancusi para LA NACIÓN: “A medida que fui creciendo -y tomó años para que la gente me escuchara- simplemente empecé a decir “no” de una manera cada vez más fuerte, lo que probablemente me hizo parecer un poco mala onda, pero tenía que hacerlo. Y ahora hago lo que quiero y es agradable. Es una libertad encantadora. (…) Me salí de la industria y decidí volverme un poco más cruda con las cosas y abrazar el espíritu hippie. Simplemente caminar por el mundo cantando canciones a la gente. Tenés que adaptarte a los tiempos, pero no podés dejar que eso afecte la música que estás haciendo. La música que hacés tiene que ser algo que venga de vos, no debería estar influenciada por lo que creés que funciona en ese momento”.
Joss busca sus modos, incluso de llegar a cada lugar. Así como en la última visita dio pistas para que sus fans obtuvieran entradas gratuitas, en esta venida, su fundación (Joss Stone Foundation) trabajó en conjunto con Fundación Sumando Manos. La consigna era que quienes donaran alimentos no perecederos antes del show participarían en un sorteo de dos entradas para ver el recital desde la primera fila y conocer a la cantante.