Divididos y su noche histórica: un Vélez colmado, todos los clásicos y la sorpresa de La Renga
Artista: Divididos. Músicos: Ricardo Mollo en guitarras y voz, Diego Arnedo en bajo y Catriel Ciavarella en batería. Músicos invitados: Gustavo Santaolalla, Javier Casalla, La Renga, Leticia Lee, Nadia Larcher y otros. Show: celebración de los 35 años de la banda. Estadio: Vélez Sarsfield. Nuestra opinión: excelente.
Divididos tuvo su noche con la historia. Un show que por momentos parecía ser el sueño de todo fanático ya no sólo de Ricardo Mollo, Diego Arnedo y Catriel Ciavarella sino del rock argentino en su totalidad. Y de alguna manera eso pasó por la cabeza del trío en los momentos previos, mientras “craneaban” el festejo perfecto.
Cerca del final, ya cuando el partido hacía rato que estaba ganado por goleada, Ricardo Mollo soltó prenda de esa línea argumental que sostenía la arquitectura escénica: “Queríamos convertir este lugar en el Teatro de Flores, pero gigante. Ojalá esa haya sido la impresión. El viejo Teatro Fénix, que apareció reproducido en pantalla en la primera hora de show, mientras el combo entonaba “Vida de topos”, es probablemente el escenario más visitado y más caro al sentimiento de Divididos dentro de la ciudad de Buenos Aires. La misma en la que volvería a tocar sorpresivamente La Renga invitada por los huéspedes. Porque si primero sorprendió Mollo invitando a Chizzo a subir al escenario, luego de que juntos hicieron “Sobrio a las piñas” más la versión hard rock de “Quién se ha tomado todo el vino”; instantes después el asombro sería aún mayor: “La Renga hace mucho tiempo que no toca en Capital, así que vamos a dejar el escenario para que toquen”, se despachó el cantante y guitarrista con un gesto generoso. “Está guitarra me la prestó Ricardo cuando grabamos Despedazado por mil partes”, introdujo Chizzo y enseguida su banda en pleno largó con “El final es en donde partí”. El público estalló como si se tratara de un festival, después de ver a una gran banda y a punto de ver a otra de similar calibre.
Decíamos que el de este sábado era el sueño de todo rockero y así lo entendieron los Divididos. Mollo citó a Pappo antes de que el trío arremetiera con una versión “química” de “Sucio y desprolijo”: una que pareció verter sobre un tubo de ensayo dosis exactas de precisión, emoción y homenaje. “Un guitarrista que me voló la cabeza... Yo pensaba solo en Jimi Hendrix y de pronto apareció Norberto Napolitano. Yo tenía 12, 13 años... ¿Eso se puede hacer acá? Pensé. Pappo fue el faro que me marcó el camino”. Y así como apareció el Carpo en el recuerdo y también en ese plano el Flaco Spinetta (”la última vez vine a acompañar a Luisito en las Bandas Eternas”, recordó el guitarrista su visita anterior a Vélez, en 2009, más allá del show propio de Divididos en 1994), otros estuvieron de cuerpo presente, como los mencionados “rengos” y Gustavo Santaolalla.
Vaya si valió la pena la espera. Casi una hora después de la hora señalada el público seguía ingresando tanto al campo como a las plateas del estadio José Amalfitani. Cerca de las diez de la noche las enormes pantallas que cubrían de punta a punta el escenario (dos laterales, dos centrales y otras dos inclinadas, para que la sensación de extensa pared se reprodujera con cada imagen unificadora) mostraron un amanecer campestre, con un hombre mirando al horizonte. El mismo que subiría luego a una aplanadora que avanzaría con fuerza por los pastizales hasta desembarcar simbólicamente en la noche de Liniers y arremeter, ya convertida en trío de rock indisoluble, con “Paisano de Hurlingham”.
Ricardo Mollo tiene puesta una remera negra similar a la de cualquier otra noche. En ella sobresale el símbolo de la paz que Woodstock volvió icono. En la pared de Marshall, más que su sombra la que parece proyectarse es la del mismísimo Hendrix al que nombraría tiempo después y al que citaría con sus solos a lo largo de toda la velada. Un “buenas noches, muchas gracias” fue lo único que pronunció en ese primer tramo, donde la cara de concentración le ganaría a la sonrisa que se dibujaría cada vez con más frecuencia a medida que el show transcurría según lo pactado y a medida que las emociones se acumulaban por encima de lo esperado.
Los primeros acordes de “Another One Bites the Dust”, de Queen, enseguida dieron lugar a “Sábado”, el segundo tema del show. En las pantallas se dibujó en letras rojas la palabra Divididos primero y Besáme después. Entre las letras y empastándose con ellas, las figuras enormes de los tres grandes protagonistas de la noche. Se suceden “El 38″ y “Cuadros colgados”, para mostrar ya en el tramo inicial que Acariciando lo áspero, el segundo disco de la banda, tendría una fuerte presencia en la lista de temas seleccionada para celebrar los 35 años (en total, 9 temas de este disco sonaron en Vélez), e inmediatamente “Haciendo cosas raras”.
Como el volumen 5 de Pappo’s Blues, en escenario Divididos más que un trío es un triángulo: un dibujo geométrico, un campo magnético impenetrable. Más allá del vértigo, una vez más, la precisión, la velocidad y la sensación de perfección que acompaña a cada una de sus performances, en esta noche de sábado sorprendieron a su público con pequeños gestos que mostraron que no todo es tocar bien y rápido. Y con una puesta robusta, que no necesitó de fuegos artificiales sino de pantallas de LED y de unas cuantas luces que tuvieron su momento protagónico. Como las ubicadas por detrás del escenario, a los costados, que recordaron al Cerro de los Siete Colores en el instante que Divididos tocaba “Guanuqueando”, después de hacer “Vientito de Tucumán” con Nadia Larcher.
Más que un pasaje, el momento folklórico se robó una porción del show y estuvo matizado por alguna que otra gema rockera en el medio, como la melodiosa “Spaghetti del rock”. Pero lo cierto es que desde que Gustavo Santaolalla (”Hace 30 años viajamos muy lejos con un ángel que nos hizo hacer un hermoso disco”, lo presentó Mollo) y el violinista Javier Casalla subieron al escenario para hacer con Divididos “Qué ves?”, la música de tierra adentro se apoderó del trío. Hasta que los ojos de Atahualpa Yupanqui aparecieron para mirarnos fijos desde la pantalla y una nueva versión de “El arriero” se desatara sobre nosotros pero ya no interpretada por estos tres muchachos sino por aquellos otros, por el “sauna de lava eléctrico” de Spinetta y los Socios del Desierto.
“La vida que todos queremos, esa vida que soñamos está dentro nuestro”. Las palabras provinieron de quien probablemente fue uno de los hombres más felices del país en la noche del sábado. El mismo que sorprendería a su público dejando el escenario principal para ubicarse al menos por un tema en uno bien pequeño, en el centro del campo (”Un tiro para el lado de la justicia”, espetó). El mismo que no pararía de decir en loop, en continuado, “gracias” y que hasta bromearía con repetir el “gracias totales” que Gustavo Cerati volvió marca registrada.
“Sisters” precedido por el instante inicial de “Despiértate nena”, de Pecado Rabioso; “Amapola del 66″ con la poderosa voz de Leticia Lee, “Crua Chan” encendiendo a todo el estadio y “Ala delta” y, otro clásico de Sumo, “El ojo blindado”, en una faena tan extensa que no parecía tener fin, completaron el sueño. Uno que se vivió con los ojos bien abiertos, por momentos vidriosos y con las gargantas encendidas.