Doctor Zhivago: una calurosa filmación muy lejos de Moscú y un autor que murió sumido en la pobreza y la desesperación
Cuando se estrenó la versión cinematográfica de Doctor Zhivago, una monumental superproducción de Carlo Ponti dirigida por David Lean, su autor Boris Pasternak ya era toda una celebridad mundial gracias al libro homónimo. También era famoso por ganar el Premio Nobel de Literatura en 1958 (lo aceptó “agradeciendo” a través de una carta), y poco después por rechazarlo (“Debo rechazar este premio inmerecido que se me ha concedido”, escribió). Años después, otros dos libros, La novela blanqueada. El doctor Zhivago de Pasternak entre la KGB y la CIA, de Iván Tolstói, y El expediente Zhivago, de Peter Finn y Petra Couvée, dan cuenta de cómo detrás del poeta ruso de una sola novela se desarrollaba una auténtica guerra de espías con epicentro en el Nobel y en Doctor Zhivago. Pasternak no pudo disfrutar del premio que llegó en 1989 a manos de su hijo ni tampoco del éxito en la pantalla del film -luego de su premiere el 22 de diciembre de 1965 en Nueva York- porque había muerto cinco años antes del estreno acosado permanentemente por la KGB.
De Rusia a España
Pero si las peripecias policiales y políticas que rodearon a su autor hacían suponer que nada podía ser más difícil después, en rigor, sólo fueron el prólogo para uno de los rodajes más singulares de la historia del cine cuando todo se inició, el 28 de diciembre de 1964 en Madrid, muy lejos de los perfiles imperiales del derrumbe de la Rusia zarista de la novela y también del frío invierno que pinta de blanco las doradas cúpulas bulbosas herencia de la arquitectura mongol. Fue una filmación que se inició en el clásicamente tórrido verano español con un promedio de 35 grados a pleno sol y culminó 232 días más tarde. Los actores se derretían dentro de la abrigada ropa del invierno ruso porque en la acción hacía frío y había nieve.
Doctor Zhivago pudo llegar a la pantalla gracias al mítico productor italiano Carlo Ponti, que adquirió los derechos en poder del editor Giangiacomo Feltrinelli luego de que el periodista italiano Sergio D’Angelo le acercara el original prohibido que había logrado sacar de Moscú para convertirlo en el libro del año. Al menos esa es la versión romántica de una historia secreta que tiene otra menos épica y que se traduce en largas negociaciones de Feltrinelli con el soviet y con el partido comunista italiano para poder publicar el ejemplar. Algo es seguro: este conspicuo representante del comunismo italiano se hizo inmensamente rico con Doctor Zhivago y con Il Gatopardo, que había sido rechazado por Mondadori.
Ponti convenció a Feltrinelli de cederle los derechos a la Metro Goldwyn Mayer de producir el film y a David Lean de dirigirlo. Solo no pudo persuadir a este último cuando clamó por el papel de Lara para su mujer Sophia Loren y, en buena medida, destino final de tantas negociaciones. Lean sostenía que era imposible otorgar verosímil de inocencia y castidad a una Lara encarnada por tamaña actriz pero enorme mito erótico del cine italiano. Curiosamente después de tantos esfuerzos, Ponti estuvo de acuerdo y fue Lean quien eligió a Julie Christie.
Un libro argentino resume el derrotero del realizador que cerraría su trayectoria con Pasaje a la India en 1984, es David Lean, el rey de los momentos, de Juan Carlos Fauvety, editado por el Festival de Mar del Plata. El ejemplar recorre la filmografía de Lean, analizando a lo largo de diecisiete páginas Doctor Zhivago: “El dato más importante partía en comenzar la película con un prólogo que fuera el encuentro entre el hermanastro de Zhivago con la hija ilegítima de Zhivago con Lara. De esta forma, el espectador ya tendría claro que entre ellos hubo una historia de amor, aunque hay que esperar casi tres horas para visualizarlo. David Lean quería enfocar la película en el retrato humano de los personajes, sin valías filosóficas. El lema de Lean, ante todo, era contar”, escribe Fauvety sobre la elaboración de un guion que se inclinaba por el drama romántico y no por la convulsión política.
Pero con el trasfondo de la revolución bolchevique la política no podía estar ausente y no lo estuvo desde el mismo momento en el cual el Kremlin vetó toda posibilidad de rodar en Moscú. De manera que la manifestación obrera contra el Zar sucedió en la España franquista y, por primera vez desde la caída de la República, volvió a escucharse cantar “La Internacional”. A esa escena acudió la Guardia Civil al escuchar el himno obrero que interrumpía el silencio de la noche pensando en cancelar el suceso y luego, enterados del comunismo de ficción, pusieron especial atención en intentar identificar a aquellos extras que se sabían la letra de memoria para una escena que Zhivago mira desde el balcón de una avenida que reproducía al milímetro una calle de Moscú, y que fue montada gracias a 800 técnicos que trabajaron durante meses para que estuviera terminada.
La nieve que no fue
El equipo, con todo el trasfondo bolchevique a cuestas, se trasladó incluso a la vecina localidad de Soria donde esperaron por meses a que nevara mientras el palacio de hielo era, en realidad, de cera y la nieve una ilusión a base de jabón blanco y kilómetros de plástico blanco cubierto de polvo de mármol pero que permitían hacer avanzar el rodaje completando casi todos los exteriores en dicha región. “¿Hace frío en Soria? Lo preguntan los artistas de cine”, rezaban las noticias. “Esta superproducción norteamericana eligió dicho enclave por su belleza paisajística y por su fría climatología, lo más parecida a la estepa rusa. Soria se caracterizaba por sus abundantes nevadas, más en aquella época cuando ni se conocía lo que era el cambio climático. Solo un inconveniente: una vez desplazado todo el equipo no se vio ni rastro de los deseados copos de nieve. Fue el invierno más cálido en 50 años”, explica a LA NACION el cineasta Pedro Estepa Menéndez, miembro de la Academia de Cine de España y enormemente vinculado a Soria.
“En ese lugar había que rodar las 4 estaciones. Había que rodar escenas de invierno, con nieve. Teníamos escenas de primavera, los de efectos especiales pusieron hojas y pintaron los árboles y pusieron flores. Y para el otoño pintaron las hojas de colores otoñales. Todo estaba hecho a mano”, destaca un sonriente Omar Sharif en un documental que puede verse en YouTube. El actor egipcio de ascendencia libanesa se convirtió en el Dr. Zhivago luego de que se pensara en Peter O’Toole y Max von Sydow para ese papel.
“Doctor Zhivago dejó en la provincia gran cantidad de millones de las antiguas pesetas y fue una auténtica revolución para Soria, que apenas contaba con 15 mil habitantes. Se contrataron cientos de figurantes, especialistas y técnicos locales. Se alquilaron granjas y naves para convertirlas en almacenes y oficinas. Aquella experiencia cinematográfica increíble interrumpió bruscamente la vida soriana. Los habitantes, sorprendidos, se encontraban con las estrellas de Hollywood por la calle”, confirma Estepa Menéndez. En esos exteriores casi acontece una tragedia real cuando la mujer que se sube al tren tomada de las manos de Zhivago cayó bajo las vías; comprobado que sólo había sufrido heridas menores fue derivada a un hospital y la escena, con su carga de dramatismo amalgamado entre la ficción y la vida misma, quedó en el corte final de la película.
Doctor Zhivago fue un éxito internacional con la historia de este médico, marido y amante inmerso en la revolución bolchevique e hizo a David Lean inmensamente rico. “Solía bromear que había ganado más dinero que su amigo William Wyler por Ben-Hur”, destaca Fauvety.
El realizador británico estaba casi convencido de que se llevaría, en 1966, su tercer Oscar a casa, tras alzarse con el premio tres años antes por Lawrence de Arabia, y en 1957 por El puente sobre el río Kwai. Wyler fue justamente quien lo preparó para lo que iba a venir: “En Hollywood no se da tres veces seguidas el mismo premio”. Lean no se llevó el premio esa noche, tampoco lo hizo Wyler -nominado por El coleccionista-, sino que la estatuilla fue para Robert Wise, por La novicia rebelde. La novela Doctor Zhivago, en tanto, se publicó en Moscú recién en 1988, un año antes de la caída de la Unión Soviética; Pasternak había muerto en la extrema pobreza casi tres décadas atrás.