Drama, competencia, romance y política: con Gran Hermano en el aire, no hace falta ficción en la TV abierta
Qué lejos quedaron aquellos primeros tiempos en los que se discutía si Gran Hermano (GH) era el mayor experimento sociológico creado por la televisión en toda su historia. No había pasado mucho tiempo desde que a Jan de Mol se le ocurrió, allá por 1999, transformar desde los Países Bajos en formato televisivo una fórmula irresistible para estimular secretamente al máximo dos conductas paralelas que confluyen de manera inexorable: la pulsión voyeurista del observador mediático y el deseo natural de mostrarse (o de exhibirse, si llevamos las cosas más lejos) por parte de quienes salen a conquistar fama y popularidad desde la pantalla.
En esas primeras experiencias, no lo olvidemos, el interés por GH en todas partes se concentraba en la compilación de videos con los “grandes éxitos” de los participantes más desinhibidos. Con ellos hasta podría escribirse parte de la historia (la que transcurre entre 2001 y 2011, con las primeras seis ediciones) de la versión local del programa. Algunos de los que quedaron bajo ese lente tan indiscreto, en vez de resistirse, aprovecharon la ocasión al máximo para integrarse con suerte dispar a la arena mediática.
Ahora pasa lo mismo, pero ya no se alienta como antes al televidente por seguir GH por la posibilidad única de seguir la intimidad de personas anónimas que con tal de que se hable de ellas en la tele consienten ser capturadas por la cámara en paños menores o en situaciones íntimas. Ahora resulta, como anunció con entusiasmo el conductor Santiago del Moro el lunes pasado, que GH es “el programa que ve la familia”.
Llegar a ser “celebridad”, con todo lo que significa esa condición en semejante contexto, sigue siendo el máximo objetivo de todo aspirante a formar parte del universo GH. O de la “casa más famosa de la televisión”. A esta altura, casi todos los competidores levantan ese propósito como ruidosa bandera. Renunciar por completo a la vida privada no es un obstáculo y ni siquiera un desafío, sino una necesidad. Un medio imprescindible para alcanzar el fin propuesto. Las cámaras dispuestas en todas partes y el micrófono que el participante debe llevar puesto hasta para dormir hacen el resto.
Lo que pasó en el medio es que aquella vieja alianza entre espectadores curiosos y participantes vanidosos ahora queda a la vista en un reality show que muestra por fin su verdadero sentido: GH nunca quiso ser un experimento sociológico. Es televisión en estado puro. Una competencia con todas las letras, una muy particular carrera de obstáculos que exige para ganar habilidades de distinto tipo: destreza física, capacidad de resistencia, algún talento estratégico, mente fría, astucia (o cinismo, según se mire), sentido de la oportunidad.
Un cuarto de siglo después de su aparición, GH mantiene plena vigencia en buena parte del mundo. Y en países con economías estables, el premio mayor tiene un valor intrínseco. Allí están los 750.000 dólares que se llevó el mes pasado el ganador de la temporada 25 del Big Brother estadounidense. En la Argentina, en cambio, ese tipo de recompensa es lo de menos. Lo que todos quieren es el certificado virtual que recibe el ganador como testimonio de haber cumplido todos los requisitos que acreditan su pertenencia al mundo mediático.
Si a los ojos del público y de los competidores participar de GH resulta una experiencia fuera de lo común también es porque, a diferencia de la inmensa mayoría de las versiones del programa, aquí tiene el poder suficiente como para ocupar directamente el lugar del canal que lo cobija. La inesperada, sorprendente y extraordinaria repercusión que tuvo la décima edición del ciclo, iniciada en octubre de 2022, llevó a Telefe a una situación inédita.
Ya sabemos que el liderazgo del canal en los últimos años se apoya en una sucesión de formatos competitivos muy exitosos que se suceden de manera rotativa en el horario central (La Voz, Talento argentino, las distintas versiones de MasterChef) y a partir de allí irradian su influencia al resto de la programación. Pero nunca se llegó tan lejos como en el décimo GH, que fue capaz hace un año hasta de llegar hasta los despachos de la presidencia de la Nación.
La escuálida televisión abierta de la Argentina encontró en este regreso un combustible inesperado para alimentar su energía. Y un intérprete ideal para ponerlo en marcha. El estilo eléctrico, impetuoso y arrebatado de Santiago del Moro funciona como catalizador de todo ese intenso dinamismo que pretende envolver el desarrollo del juego.
En una pantalla abierta que languidece y casi siempre se esfuerza en vano por llamar la atención, GH parece el único motor en condiciones de funcionar. Entre otras cosas porque el programa parece creado por un diseñador de extraordinaria astucia, lo suficientemente hábil para configurar un mecanismo que tiene en cuenta todas las dimensiones posibles del ADN televisivo.
Así quedó la casa después de la primera nominación 👀 Juliana explotó contra sus compañeros.
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De manera lineal u oblicua, GH absorbe a todas ellas. Consigue insólitamente transformarse en noticia privilegiada dentro de cada uno de los espacios informativos y programas de actualidad del canal. Pero también incluye toda clase de expresiones relacionadas a otro tipo de formatos televisivos: el juego y la competencia, el entretenimiento, el programa de debate con panel, el retrato costumbrista de la sociedad del momento (acentuado y exagerado a fuerza de estereotipos) y, a partir de esta instancia, todo lo que define a las ficciones televisivas.
Por desinterés propio, por la inexplicable pérdida de cualquier espíritu innovador, por pereza intelectual y también por una serie de dificultades objetivas y estructurales, la TV abierta en la Argentina fue resignando cada uno de sus espacios dedicados a la ficción, tan fértiles en otro tiempo y casi extinguidos hoy. Ese espacio vacío lo ocupa hoy GH con una nueva narrativa surgida de la realidad. Con GH en el aire no hace falta ficción alguna, porque también ocupa ese lugar.
¿De qué manera? Hay un modelo narrativo que se activa en forma paralela a la competencia y evoluciona con ella. ¿O acaso no hay un guion encubierto que convierte toda la aparente espontaneidad de la vida dentro de la casa en un muestrario de situaciones ligadas al drama y a la comedia?
El decisivo trabajo previo de casting aporta lo demás. ¿Qué otra cosa podría esperarse, por ejemplo, de una participante elegida por ser madre de cuatro hijos, además de haber superado un cáncer? Era más que probable que se quebrara anímicamente en el primer día de encierro, como efectivamente pasó. ¿Y si ocurría lo contrario? En ese caso, la “insensibilidad de una madre” hubiese surgido de inmediato como disparador de algún otro escenario de características potencialmente dramáticas o tensas.
El mapa social de la competencia alienta de la manera más descarada este tipo de situaciones. En la convocatoria aparece gente de campo y representantes de la vida urbana más acreditada. Emprendedores y personas que nunca trabajaron en su vida. Policías, botineras y asesores financieros. Y ni hablar de sus retratos afectivos, que van (al menos en los papeles) desde la ingenuidad seductora hasta algún instinto depredador. Sumemos a eso todo el componente de diversidad sexual, etaria, económica y social que los responsables del casting tienen siempre en cuenta al elegir a los participantes con criterios ciertamente maquiavélicos.
Teleteatro, entretenimiento, competencia con premios, parodia, debate, big show. ¿Falta la actualidad? Hace un año, en GH se metió la política por primera vez de manera directa. Ahora lo hace en diagonal, de un modo sesgado. El programa se ofrece desde el vamos como eficaz válvula de escape frente a las penurias de un presente marcado por la dureza del ajuste. ¿Será un “escape perfecto”? GH es capaz de vampirizar hasta el nombre del programa con el que convive en el prime time de Telefe.
Mucho más que eso. GH hoy es capaz de activar su energía y poner en penumbras a todo el resto de la televisión abierta. ¿Alguien se acuerda por estas horas de los competidores que siguen en el “Bailando 2023″? Pero en la situación que vive la TV de aire en la Argentina, esa nafta alcanza para un solo programa. Hoy, Telefe es GH. La programación entera del canal líder reducida a un solo programa que lo abarca todo.