Duilio Marzio, a 10 años de su muerte: el día que conoció a Marilyn, el consejo de su maestro y por qué se cambió el apellido
Duilio Marzio fue uno de los galanes más importantes de su época y quienes lo conocieron coinciden en decir que era todo un caballero. A diez años de su muerte, ocurrida el 25 de julio de 2013, dos de sus colegas destacan su generosidad y su don de gente, además de su talento: “era un ser único, y maravilloso”, lo recuerdan Juan Leyrado y Jorge Marrale para LA NACION. Se formó en el Actor’s Studio, se codeó con Marilyn Monroe y trabajó con Robert Duvall y William Hurt. Se ganó la vida como músico, quiso ser abogado, fue dirigente de la Asociación de Actores, vivió y trabajó en los Estados Unidos y se desempeñó hasta sus últimos años de vida.
Había nacido el 27 de noviembre de 1923 con el nombre de Duilio Bruno Perruccio La Stella y su primer acercamiento al arte fue con la música: su padre tocaba en las orquestas de cine mudo en el Grand Splendid y el Palace y Duilio fue un avanzado alumno de clarinete y piano en el Conservatorio Manuel de Falla. Al principio se ganaba unos pesos tocando en una banda militar e integrando la San Francisco Jazz Band, con el alias de Alan Warren, mientras estudiaba Derecho y trabajaba en un estudio jurídico. El destino torció su historia cuando se cruzó con el maestro de actores Antonio Cunill Cabanellas. Entonces, se inscribió en su taller de teatro y largó todo: le faltaban ocho materias para recibirse de abogado pero no le importó ese detalle.
Fue su maestro quien le dio la primera oportunidad en Fin de semana, de Noël Coward, junto a un elenco estudiantil, en 1949. Llegó al cine unos después, en 1953, con un pequeño papel en Fin de mes, de Enrique Cahen Salaberry, y luego Leopoldo Torre Nilsson lo convocó para participar en Días de odio y La Tigra. En 1955 filmó El amor nunca muere, con Zully Moreno, y El jefe, con Alberto de Mendoza y El candidato, con Alfredo Alcón y Olga Zubarry. En 1958 rodó En la ardiente oscuridad, de Daniel Tinayre y junto a Mirtha Legrand, y en 1959 volvió a trabajar con Torre Nilsson en La caída. También filmó Paula cautiva, de Fernando Ayala; Un guapo del 900, La Raulito, Plaza Huincul, Pobre mariposa, Guerreros y cautivas, La peste, de Luis Puenzo; De quién es el portaligas, de Fito Páez; Silencios, Horizontal Vertical, Las manos, de Alejandro Doria y en 2012 filmó su última película, La cacería.
Jorge Marrale fue su compañero en Las manos y así lo recuerda: “Era un ser excepcional, generoso, inteligente, de abrazar al otro y de una honestidad maravillosa. Gran actor y gran persona. Lo conocí en Los 100 días de Ana y lo recuerdo especialmente por algo muy particular. Yo vivía en Flores Sur y la novela se grababa en el viejo ATC, entonces me iba a hasta la casa de Duilio, en Caballito y juntos viajábamos en su auto hasta el canal. Y después compartíamos las grabaciones, horas de charlas en camarines. Fue una experiencia notable en la que quedó a la vista su generosidad. La última vez que trabajé con él fue en 2006, en la película Las manos, de Alejandro Doria, y que hablaba sobre aspectos de la vida del Padre Mario. Duilio hacía de un cardenal o un obispo, no recuerdo bien, pero tan perfecto y encuadrado... Todo lo que recuerdo de Duilio es hermoso. Tengo la imagen de un ser íntegro, ocupado en ayudar y colaborar. Cuando era chico veía sus películas en el cine de barrio, en blanco y negro y después trabaje con él. Todo lo que tengo para decir es para ponderarlo. Y fue alguien que se ocupó mucho en desarrollarse en la profesión, con el método de Lee Strasberg, en el Actor‘s Studio. De alguna manera fue un adelantado. Es uno de los grandes que uno extraña. No siempre uno se cruza en la vida con alguien que lo cambia y le da mucha esperanza por su honestidad y franqueza. Gran tipo”, concluye.
Juan Leyrado también conoció a Marzio haciendo la novela Los 100 días de Ana. “Era un ser único, valiosísimo como ser humano y actor. Hemos trabajado juntos pero lo que más recuerdo es cuando fuimos a la cárcel de mujeres de Ezeiza, un día de Reyes Magos. Íbamos disfrazados de reyes con Osvaldo Laport, él y yo. Fue una emoción tan grande. Me acuerdo de nuestras caras, sorprendidos de lo que sentíamos con esos niños que estaban pasando esos momentos tristes en sus vidas, junto a sus madres. Y un poco nos sentíamos reyes y magos gracias a esta profesión. Duilio era un señor maravilloso”.
Entre 1964 y 1968, Duilio dirigió la Asociación Argentina de Actores y sobre su gestión dijo en una nota, por ese entonces: “De repente, cuando estás en la Asociación ves todo lo bueno y lo malo de la profesión, cómo hay que luchar en ciertos episodios... Al actor que recién empieza a veces no se lo trata bien y ahí está la Asociación para defender esos derechos”.
A finales de los años 50 viajó a Estados Unidos para estudiar con Lee Strasberg y se dice que entonces convenció nada menos que a Betty Davis para venir a filmar a la Argentina, algo que no se concretó porque ningún productor se mostró interesado. Su buen manejo del idioma inglés le permitió hacer giras con unipersonales por distintas universidades norteamericanas, además de poder filmar junto a Leslie Caron, William Hurt, Barbra Streisand, Sally Field y Robert Duvall. Sobre ese momento, declaró: “Lee Strasberg estaba de visita en la Argentina y asistió a una función de El sirviente, que yo hacía en ese momento. Al finalizar vino a saludar y me dijo: ‘Usted tiene adentro suyo cosas que ni imagina’. Y fui a estudiar con él.
Fue en una de esas clases en donde conoció a Marilyn Monroe. “Hacía tanto calor que me saqué el pullover y lo dejé en una silla y de pronto veo una mano que lo estaba acariciando. Era una mujer bellísima, hermosísima y trascartón me doy cuenta que era ella, Marilyn”, recordó en una entrevista.
En teatro participó en La gata sobre el tejado de zinc, Gigi, My Fair Lady, La real cacería del sol, Mi adorado embustero, Trampa para un hombre solo, Un domingo en Nueva York, Indiscreta y Al fin y al cabo es mi vida, entre tantas otras obras. Tras un largo paréntesis regresó con la obra Borges y Perón, por la que ganó los premios María Guerrero, Trinidad Guevara, Florencio Sánchez y ACE al mejor actor dramático, en 1998. Su último trabajo en teatro fue El último encuentro, con Hilda Bernard.
En televisión participó en ciclos como Show Rambler, Alta comedia, Las chicas, A orillas del gran silencio, Malevo, Navidad en el año 2000, Los cien días de Ana, Una voz en el teléfono y Corazones de fuego, entre otros. En una entrevista radial unos años antes de morir, Marzio reflexionaba sobre su profesión: “Siempre hay que trabajar un poco para uno y otro poco para los demás. Es un aprendizaje que el hombre puede hacer. Mi papá era un inmigrante siciliano y le gustaba eso de tener un hijo profesional, así que quise darle el gusto. Pero en la facultad apareció un curso de teatro que daba Antonio Cunill Cabanellas y ahí fui, junto con Pepe Soriano y se me despertó la pasión. Cunill empezó a alentarme y me decía: ‘Tú eres galán, tú de abogado nada’, con ese tono catalán que tenía. Mi padre no quería que dejara los estudios, pensaba que me moriría de hambre con el teatro. Entonces decidí cambiar mi apellido, que es Perruccio La Stella, por si fallaba la actuación. También porque es demasiado largo. Busqué algo que coincidiera con Duilio, que es un nombre romano, pensé en Marcio como el rey Anco Marcio, porque me gustaba cómo sonaba. Solamente que el rey romano es con c, pero la gente lo pronuncia mal y me lo puse con zeta”.