Eduardo Yáñez y cómo crecer en una cárcel mixta fue una escuela de vida
Existen historias de vida de actrices y actores que comulgan con el antecedente de infancias difíciles por las adversidades que enfrentaron sus familias. Pobreza, migración o muerte prematura de un padre son marcas que acompañaron la niñez de algunas celebridades. Otras, como la de Eduardo Yáñez, se cuentan desde la cárcel.
Nieto e hijo de mujeres que trabajaron como celadoras de un penal mixto del Estado de México, el actor creció respirando el olor del encierro penitenciario. A diferencia de muchos niños de su edad que jugaban en canchas de tierra o en la calle, él se entretenía entre los pasillos de la prisión e interactuaba con internas e internos.
“Ahí crecí por seis años, de los 6 a los 12. Yo la pasé muy bien. A mí los presos me trataron bien, las presas me trataban muy bien. Yo era un chavito, todo mundo me quería cargar. Allí aprendí a jugar ajedrez”, compartió a la periodista Matilde Obregón en su canal de YouTube.
Como no había con quién dejarlo en casa, y sin figura paterna de por medio, su madre lo llevaba consigo para trabajar. Mientras ella cumplía con sus obligaciones como custodia, Yáñez conversaba con prisioneras y prisioneros. En ocasiones llegó a fungir como una compañía que se dedicaba a escuchar los pensamientos y sentimientos de las personas recluidas.
“Aprendí mucho. Siempre los consejos de un preso están basados en el dolor personal, o en la vida personal, y te ponen ejemplos de su propia vida. Vas viendo la diversidad que hay de situaciones de cada uno y el porqué están ahí”.
La convivencia con reas y reos, inocentes o culpables, lo llevó a formar reflexiones adolescentes diferentes a las de muchachos de su edad. También le abrió el conocimiento para tener criterios respecto a la justicia. En esa etapa conoció mucha gente tras las rejas que le mostró un universo de bondad, es decir, un rostro diferente de lo que se dice sobre las cárceles.
“Hay gente que está castigada injustamente, o por culpa de otros, y hay gente que realmente lo merece. Para ellos estar ahí tanto tiempo… Llegan a tomar conciencia de que hicieron algo que no estaba correcto. La bondad dentro de una cárcel crece mucho por la falta de libertad”.
No podían taparle el sol con un dedo. Supo y vio que al interior de los reclusorios existen “mafias”, esos grupos conformados por unas cuantas personas que cometen ilícitos y significan un peligro para los demás por su alto perfil delictivo. En ese sentido, tiempo después, cayó en cuenta que los bondadosos se tienen que hacer fuertes o malearse para defenderse y salvarse: “Es vida contra vida”.
A pesar de esa infancia “carcelaria” que él recuerda con aprecio debido al trato recibido por la población interna, el amor no le faltó a manos de su madre y abuela. Si bien fueron mujeres “rudas” dadas las circunstancias de su oficio, también fueron amorosas para equilibrar la niñez de Yáñez con gestos tiernos.
Su abuela le dio afecto desde la comida. Ella le preparaba platillos cuyo sabor retiene hasta la fecha en su paladar. Uno de los guisados con plano afectivo que tiene presente es el mole de olla, al que se refiere como “el mejor del mundo”. Aprendió la receta y disfruta de cocinarlo de vez en cuando porque al hacerlo mantiene vivo el cariño de su abuelita. Otro alimento que saborea actualmente es la cajeta, esto derivado de los platos que ella le proporcionaba con este dulce para que lo comiera con pan.
Asimismo, su madre se encargó de hacer lo posible para que se sintiera tranquilo en el reclusorio. Su mecanismo consistió en mantenerlo alejado de la concepción que define a la gente encarcelada como mala o peligrosa. Esquivó las percepciones sociales alrededor de las prisiones para conjuntar a su hijo con esa comunidad haciéndole notar que la única diferencia es que él podía volver a casa y ellos no.
“Yo no alcanzaba a comprender todo eso (lo que era el universo tras las rejas). Mi mamá evitaba que yo alcanzara a comprenderlo. Por eso me combinaba con ellos. En el comedor comía con ellos. No había quién faltara de darme una palmada en la cabeza, o de pasarme el pan, o darme su gelatina”.
Su carácter bravucón y altanero que actualmente lo ha llevado a protagonizar escándalos puede provenir de ese pasado. Y se entrecomilla “puede” porque el propio Yáñez lo percibe como una extensión de lo que realmente cree ponderante en esa personalidad: el ADN. Heredó el carácter de su madre y abuela, mujeres con temperamento fuerte. Por otra parte, el actor atribuye más influencia al hecho de que su mamá se haya casado con un militar (exdirector de la cárcel) cuando cumplió 12 años y no por lo que haya absorbido en prisión.
A la distancia agradece aquellos seis años que debió acompañar a su madre a trabajar porque, sin querer, fue en ese espacio de reclusión donde tuvo la primera revelación de su futuro en la actuación. Allí declamó Cultivo una rosa blanca, de José Martí, un poema que le aplaudieron presas y presos por su recital.
TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR | EN VIDEO
El detalle arquitectónico entre Bellas Artes y la Torre Latinoamericana que le vuela la cabeza a todos