El Apocalipsis causado por los pobres de México, el mejor truco publicitario de la película 'Nuevo orden'
El lanzamiento del trailer de Nuevo orden, quinto largometraje de Michel Franco (México, 1979), a estrenarse el 22 de octubre en México, causó una controversia en redes que, haciendo eco del escándalo que precedió en su momento al estreno del filme de Carlos Carrera El crimen del padre Amaro, es el mejor truco publicitario que esta película podría usar.
No importa que no se haya estrenado más que en el circuito de festivales (en Venecia 2020 obtuvo el león de plata del jurado), ya se le califica como una película racista y clasista por lo visto en los los dos minutos del avance que, editado de modo hábil y conspicuo, sirve para encender ánimos, aunque la historia que anuncia, no es exactamente lo que el público cree.
Franco es un director que activamente corteja la controversia. Así ha sido desde que en 2009 apareció su primer filme, Daniel y Ana, una peliculita que pudo funcionar mejor siendo un corto, en la que dos hermanos son secuestrados, obligados a hacer un video pornográfico y acaban teniendo un colapso mental cada uno a su manera. Pretenciosa y muy derivativa de la obra del cineasta austriaco Michael Haneke, esta opera prima sirvió para establecer la reputación del mexicano. En 2012, Después de Lucía (filme explotativo sobre el bullying, cuya escena final es una copia del desenlace de Funny Games, de Haneke) tuvo un paso polémico por los festivales y tuvo un moderado éxito de taquilla en México. No tuvieron tanta suerte sus otros filmes Chronic (realizado en inglés con Tim Roth como protagónico) y Las hijas de Abril (con Emma Suárez dando estupenda interpretación de un personaje deliberadamente banal), que fueron recibidos más bien con indiferencia.
En esta ocasión, Franco regresa al terreno en que se siente más cómodo: la sátira social realizada con una mirada fría y clínica, contrapunteada con golpes viscerales de melodrama exacerbado, violencia gratuita y una manipulación subjetiva del espectador tratando de seguir los moldes de su ídolo, Haneke, aunque no consigue llegar a los niveles que el austriaco maneja, pero se advierte el esfuerzo del intento que se queda en el camino.
Nuevo orden plantea una realidad semi-distópica, no muy alejada del contraste sociopolítico que ha sacudido a México en los últimos cuarenta años. Franco toma estos elementos y teje con ellos una trama simplona, pero provocativa, acerca de la lucha de clases y sus efectos en ambos espectros. Como ha sido el caso con él de modo consuetudinario, el guionista y director mexicano ha mostrado una morbosa fascinación por la violencia psicológica, y el desequilibrio de situaciones de poder (padres contra hijos, consciencia vs arrebato, vicio y virtud, etcétera) que conducen a extremos brutales. Esta cinta, aborda el tema político y de clase y si el resultado no fuera tan pedante, sería mucho más efectivo de lo que realmente es.
Franco declaró a la prensa internacional (con la que es usualmente abierto y comunicativo, menospreciando a la prensa nacional, con el argumento de que “no lo entienden”) que cuando escribió este proyecto hace cuatro años no podía haber imaginado cuán inquietantemente su ficción distópica encajaría en la narrativa que se vive en 2020 alrededor del mundo, mencionó a las protestas Black Lives Matter en Estados Unidos, así como otros disturbios sociales como síntomas del inminente colapso social en un mundo que exige cambios inmediatos en todas las esferas.
La alusión al 1% que controla todos los recursos está particularmente sesgado en su país de origen, donde el racismo estructural que existe desde la época colonial es evidente aún ahora.
Lo que Franco pretende es, y no lo niega, hacer una exposición más amplia, dada su relevancia, del aterrador clima político actual, extrapolando la actitud de los movimientos autoritarios que incendian valiéndose del odio y la ignorancia, aunque plantea que cualquier similitud con la realidad vigente en México y su clima sociopolítico no es intencional y jura que se trata de una visión imaginaria distópica, al estilo de la exitosa serie de TV basada en la obra de Margaret Atwood, The Handmaid’s Tale o la célebre versión cinematográfica de 1984 de Orwell dirigida por Michael Radford.
De este modo, Franco y su director de fotografía Yves Cape exploran en Nuevo orden una Ciudad de México “alternativa” donde compara los cinturones de miseria con los distritos de fasto y lujo, intercaladas estas imágenes por flashes de disturbios y saqueos, incluyendo una notoria toma de la suntuosa boutique Louis Vuitton de Mazaryk (la 5ª Avenida de la capital Mexicana) manchada de verde, como anticipo del presente símbolo de una protesta social – es interesante que sea este comercio el afectado en la cinta, cuando en la realidad las protestas en México suelen patentar sus manchas en monumentos institucionales, generando más controversia de este modo.
Las primeras tomas de aproximación, convulsas y al parecer inconexas, sirven para meternos en la situación, aclarándose poco a poco: así vemos personas que son arrastradas por pasillos mientras gritan; pintura verde que salpica y deforma, mientras paralelamente una joven rubia se pone su vestido de novia; vemos muebles arrojados desde un balcón y oímos más gritos enfurecidos; son todas alusiones poco sutiles a las representaciones artísticas de la violencia – Francis Bacon, El Bosco y Picasso vienen a la mente del espectador.
Poco a poco se revela el sentido: la expulsión de numerosos pacientes de un hospital público para dejar espacio a los manifestantes heridos, muchos de ellos salpicados con pintura verde. Entre los desplazados se encuentra la esposa de Rolando (Eligio Meléndez), quien trabajó para la familia Novello varios años antes. Ricos, elegantes y bien afianzados en la esfera inmobiliaria, los Novello, Iván y Rebeca (Roberto Medina y la siempre sólida Lisa Owen aquí más o menos desperdiciada) están preparando hasta el último detalle de la boda de su hermosa hija Marianne (la espléndida y luminosa Naian González Norvind, que demuestra ser una de las mejores actrices de su generación), con Alan (Darío Yazbek Bernal, quien como en La casa de las flores, sirve de adorno completamente inútil) en su suntuosa mansión de Polanco.
Los novios son el ejemplo perfecto de la jeneusse dorée que se ve en la publicidad y las revistas de modas y de sociales; ellos y sus amigos y parentela – que incluye en lo que es básicamente un cameo glorificado planeado para provocar, a Diego Boneta, el Luis Miguel de la telenovela biográfica de gran éxito – son elegantes, sofisticados, y sobre todo, blancos y privilegiados. Entre los invitados está Víctor (Enrique Singer), un hombre de mirada torva, pero muy carismático, que es un alto funcionario del gobierno con conexiones militares.
Mientras el abundante personal de seguridad (que es de piel morena, naturalmente) monitorea la situación en las áreas circundantes donde se llevan a cabo las protestas, Rolando aparece en la puerta para pedirle a Rebeca un préstamo para cubrir los costos de admisión a la clínica privada de su esposa, que necesita urgentemente una operación. Rebeca trata de deshacerse de él, ya que está muy ocupada (y tacañamente solo le da una fracción de lo que necesita). La dulce y sensible Marianne, cuya belleza angelical no es causalidad, siente un genuino afecto por el antiguo sirviente y su esposa; se ofrece sin dudarlo a darle el dinero y monta en cólera cuando se entera de que su hermano mayor, Daniel (Boneta), fue mezquino con Rolando y trató de ignorarlo, cosa que le recrimina. La empatía de Marianne con “los de abajo” es un punto crucial en el argumento, aunque conduce a una manipulación cruel por parte del director, de manera maniquea (piensen ustedes en el trabajo de Nicole Kidman como Grace en Dogville de Lars von Trier, pero sin la toma de poder al final).
Acompañada por Christian (Fernando Cuautle, una revelación), hijo del ama de llaves, Marta (una siempre excelente Mónica del Carmen), para que la lleve por las calles bloqueadas por la policía y los manifestantes, Marianne se dirige a la casa de Rolando con la intención de acompañar a su esposa a la clínica y cubrir sus gastos, sin importarle que deja en casa de sus padres la fastuosa recepción saturada de beautiful people con beautiful problems. La partida de la joven novia es el punto de inflexión del que se vale Franco para mover sus piezas y elicitar el pavor, el ansia y hasta la náusea de su audiencia cautiva.
Los manifestantes armados comienzan a trepar por los muros de la mansión y el padre de Marianne es el primero en recibir un tiro. A partir de ahí, la violencia frenética que Franco muestra con una mirada fría y controladora, es efectista e impactante: la fiesta nice deviene en un paredón, mientras que los miembros del personal de catering empacan objetos de valor y obligan a Rebeca a abrir la caja fuerte a punta de pistola. Las palabras pintadas con aerosol "Putos Ricos" se pueden leer en la fachada. No pasará mucho antes de que los personajes en los que Franco buscó reflejar a su público, comiencen a ser torturados y asesinados a sangre fría, por mero efecto de shock (lo que en la obra de este director, es la norma: impacto emocional barato al hacer presión en los botones adecuados).
El director usa esta violencia explosiva y más o menos gratuita, para provocar – como señalaba antes – un cúmulo de sensaciones abyectas, sin excluir el asco y la náusea, por el simple hecho de que puede. Aunque busca ecos de la memorable Canoa de Cazals (1976), aquí los efectos de estilo y ejecución son pedantes y pretenciosos, extensión de la personalidad del director en su creación (por esta razón es que no resulta inadecuado tildar a Franco de auetur, aunque sea por razones muy distintas a las que uno aplica al llamar así a cineastas como Truffaut, o Guillermo del Toro).
Cuando se impone un toque de queda en toda la ciudad y los muertos y heridos salpican las calles, es imposible evitar sentir que esto es causal de satisfacción para el cineasta: le gusta de modo suficiente lo que plantea.
El suplicio de Marianne, que ha sido capturada por soldados que primero afirman van devolverla con su familia, inicia en un centro de detención con otros numerosos cautivos ricos, muchos de ellos invitados a su boda.
Naian González Norvind hace un ejemplo de entereza actoral al participar en morbosas escenas de tortura y violación realizadas al estilo guerrilla, algunas parcialmente fuera de cámara, (aunque no podemos evitar imaginar lo que solo oímos), y los prisioneros que apenas escenas atrás eran gente bien son sistemáticamente torturados para dar el máximo impacto a sus videos de rescate. Las demandas de rescate por el regreso de la inocente, noble y atormentada Marianne son el súmmum de esta trinchera política, ya que provienen tanto de un canal oficial como de una facción traidora dentro del nuevo régimen militarizado, utilizando a los entrañables Marta y Christian como sus peones.
Es bastante obvio que, para evitar el riesgo de que la derecha malinterprete su propuesta como una advertencia de lo que podría suceder cuando el “populismo” tome el control, Franco tiene cuidado de señalar que hay un núcleo corrupto en la nueva clase dominante; en este caso, es Víctor, el “amigo de la familia” que juega un papel decisivo en el brutal desgarrador desenlace, con su frío espectáculo de brutal sacrificio en vano, cuando arranca el corazón al espectador y pisotea sus esperanzas de ver salvarse al personaje con el que buscó la inmediata identificación, y mentiras mediáticas – algo que se parece tanto a la realidad que Franco jura “no imaginó” que llegara a trascender lo imaginario.
El filme tiene defectos abundantes, principalmente vinculados al estilo ya conocido del director y su afán por querer emular el estilo de Haneke (y otros: hay alusiones a Fincher y Polanski, a Béla Tarr y Lynne Ramsay), manipulando al espectador y ninguneando su inteligencia. Su pedantería narrativa y su “crueldad” que acaba por ser gratuita, hacen que la obra se vuelva indigesta y pierda cualquier clase de punto de interés que podría proponer más allá de eso.
Por lo demás, Nuevo orden no es lo que su tráiler pareciera señalar: el clasismo y el racismo a los que las redes sociales aluden – sin que hayan visto el contexto que da la película a esos temas – solo está ahí como un elemento superfluo, un barniz que se disuelve para dejar a la vista temas más impactantes: la ausencia de la moral en la presencia de la corrupción que se da cuando el poder es absoluto; el horror de la violencia sin causa y solo por efecto. Ciertamente es un trabajo hecho para polemizar, y con la controversia generada a priori, llamará mucho la atención, aunque solo se queda como un ejercicio mediano de provocación, petulancia y crueldad efectista – eso sí, con una impresionante y extraordinaria interpretación central por parte de González Norvind – mas que como la obra de arte existencialista y reflexiva sobre los temas de violencia y clase que pretende reflejar.
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