El desafortunado final de Chespirito en el cine con una película que pocos recuerdan

Mientras que en la televisión su humor seguía siendo un éxito, en el cine no pasaba lo mismo. Chespirito no pudo acoplarse a los años ochenta.(Photo by: Alfredo lopez/Jam Media/LatinContent via Getty Images)
Mientras que en la televisión su humor seguía siendo un éxito, en el cine no pasaba lo mismo. Chespirito no pudo acoplarse a los años ochenta. (Photo by: Alfredo lopez/Jam Media/LatinContent via Getty Images)

El tiempo convierte al público en juez y verdugo de sus estrellas favoritas. Lo hace mediante la transformación de los gustos. Mueren las épocas y nacen otras, todo cambia. El humor no es la excepción. Mucho menos en México, país con gran tradición y calidad humorística en sus diferentes representantes de la comedia a lo largo de varias décadas. Esos comediantes no pueden escapar al implacable juicio de los espectadores, o mejor dicho, los responsables de su jubilación. Una víctima de ese destino fue Chespirito.

Así como ocurrió con Cantinflas, Tin Tan y Capulina en su momento, Roberto Gómez Bolaños también debió mirarse de frente con el cruel y natural efecto de las transiciones generacionales. Esa confrontación tuvo lugar en la década de los ochenta, un periodo que sepultó en el pasado al humor blanco. Chespirito lo supo demasiado tarde pese a sus intentos por preservar una línea cómica que resultaba caduca y añeja ante las sexy comedias, películas que se caracterizaron por el uso de improperios, albures y lenguaje soez, así como por desnudos explícitos en lo visual. La audiencia que acudía a las salas de cine ya había dejado atrás las historias de gags, pastelazos y chistes nobles.

Chespirito recurrió a la fórmula de tramas adecuadas para risas de antaño, es decir, completamente blancas. Lo hizo como responsable de la escritura y dirección de Don ratón y don ratero (1983) y Charrito (1984). La primera fue contextualizada en un ambiente gangsteril y la segunda en el tono de western. El esfuerzo por introducir la comedia en esos géneros no impactó en la gente. Por el contrario, fueron menospreciadas.

El problema no era con Gómez Bolaños, sino con su incursión en el cine, o en otras palabras, sus películas, pues era una figura respetada por su programa de El Chavo del 8 en televisión.

Por otra parte, la buena recepción que había tenido con El Chanfle (1979) se debió a que el filme fue de corte futbolero y tenía al equipo América como gancho atractivo. Tuvo una secuela, El Chanfle 2 (1982), que no causó interés, pues el furor de su antecesora fue efímero.

Sin poder adecuarse a los ochenta, o sin darse cuenta de que ya no encajaba con las narrativas cinematográficas de ese entonces, Chespirito jugó su última carta en 1988 con Música de viento, un proyecto que lo retiró por la puerta de atrás de la pantalla grande en su faceta de actor. Ese trabajo también le trajo críticas y desaprobaciones de sus seguidores más fieles, quienes consideraron que estaba traicionándose a sí mismo y al humor que supo institucionalizar en la TV con personajes como El Chavo.

En Música de viento interpreta a Quevedo, un publirrelacionista cincuentón y soltero que desarrolla un trauma al presenciar un intento de asesinato con arma de fuego. Las consecuencias de ese episodio es que expulsa flatulencias de forma incontrolable cada vez que ve una pistola, ya sea real a manos de un policía o ilustrada en cualquier gráfico. La historia se concentra en su pánico a las armas y a la expulsión de gases. Quiso acoplarse a a lo que entretenía en aquellos años. No le resultó.

El filme fue un fracaso en todos los sentidos, principalmente en el esfuerzo de Gómez Bolaños por mantenerse como una figura activa de la comedia en el cine mexicano. Significó su despedida en materia actoral dentro del cine. Tan mal le fue a Música de viento que hasta la fecha hay público que no la recuerda, o que desconoce su existencia. Con su creación se albergó en el olvido, nació muerta.

Resignado, con mal sabor de boca por ese trago amargo, y aceptando que el cine ya no tenía cabida para él, se enfocó en su programa Chespirito, contenido que se transmitió hasta 1995. Sin embargo, a manera de una segunda oportunidad, la industria cinematográfica le extendió los brazos para recibirlo como productor. Emilio Azcárraga Milmo, presidente de Televisa, lo nombró director de Televicine, filial productora de la empresa televisiva.

Bajo su gestión como mandamás de la producción destacó por respaldar proyectos como Última llamada (Carlos García Agraz, 1996) y La primera noche (Alejandro Gamboa, 1998). Pero el título más laureado a su cargo fue Elisa antes del fin del mundo (Juan Antonio de la Riva, 1997), que incluso fue nominada al premio Ariel. En su rol de productor, Gómez Bolaños guardó la comedia en un cajón para confiar en otros géneros y tramas que como actor no comulgaban con él.

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