El dilema de la gratificación inmediata: ¿son más impacientes los niños de hoy que los de generaciones anteriores?

¿Estaremos haciendo las cosas como se debe? ¿Estamos en lo correcto cuando premiamos a nuestros hijos cada vez que ellos obedecen a las órdenes que les damos? ¿Seguirá siendo eficaz la recompensa inmediata?

Los años han pasado y con ellos los modos en que concebimos la educación idónea para los menores de la familia. Ahora se tiene mucho más en cuenta el cuidado de su salud mental, se fustiga el abuso emocional y se rechazan las tácticas de disciplina que aprendimos de nuestros padres.

Getty creative
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En los últimos 50 años, no solo han cambiado nuestras prácticas como padres y madres, sino también la noción del autocontrol en los niños.

La prueba de malvavisco, el famoso test ideado para medir el autocontrol de los menores, sigue generando más preguntas que respuestas.

Conocido como The marshmallow test, el experimento le propone a un niño tomar un malvavisco en ese preciso momento o, si es capaz de esperar un período de tiempo determinado, recibir dos. Durante décadas, esta prueba aspiró a medir la capacidad de los menores para retrasar la gratificación. Sus resultados colocaban a quienes eran capaces de ganarse la doble recompensa en un nivel de mayor éxito en la adolescencia y más adelante.

La capacidad de esperar -y por tanto no exigir un premio inmediato- es importante para el aprendizaje, el logro académico, el comportamiento, en el manejo efectivo del estrés y la frustración, y juega un papel en la responsabilidad social y las relaciones positivas con sus compañeros, y hasta para lograr un índice de masa corporal saludable.

¿Pero las habilidades de los niños para retrasar la gratificación han mejorado o empeorado con los años? A pesar de que en nuestros tiempos muchos llaman la atención sobre el posible efecto pernicioso de dispositivos electrónicos como las tabletas y los teléfonos inteligentes, el último de los estudios indica que los niños de hoy sí son capaces de esperar por recompensas a sus buenas acciones y comportamiento.

¿Qué ha cambiado en las últimas décadas?

Según John Protzko, investigador de la Universidad de California en Santa Bárbara, luego de haber reunido y analizado los resultados de más de 30 pruebas de malvavisco realizadas entre 1968 y 2017, “cada año corresponde a un aumento en la capacidad de retrasar la gratificación en otros seis segundos”.

A esta misma conclusión llegaron otros investigadores en un nuevo estudio publicado por la American Psychological Association: que los más jóvenes de hoy sí pueden retrasar significativamente la gratificación con el objetivo de obtener esa recompensa adicional.

“Aunque vivimos en una era de gratificación instantánea en la que todo parece estar disponible de inmediato a través de un teléfono inteligente o Internet, nuestro estudio sugiere que los niños de hoy pueden retrasar la gratificación más que los niños en las décadas de 1960 y 1980 —puntualizó la psicóloga de la Universidad de Minnesota, Stephanie M. Carlson—. Este hallazgo contrasta con la suposición de los adultos de que los niños de hoy tienen menos autocontrol que las generaciones anteriores”.

Esta vez, el marshmallow test fue realizado con niños de 3 a 5 años, a quienes se les observó seguidamente desde detrás de un espejo para ver cuánto tiempo eran capaces de esperar. Luego se les comparó con estudios similares, pero de décadas pasadas. Y los resultados fueron igualmente halagüeños: desafiando las expectativas, los niños que participaron en sus estudios en la década de 2000 esperaron un promedio de dos minutos más que los de la década de 1960, y un minuto más que los evaluados en la década de 1980.

Al final, los investigadores consideran que la mejora en los niveles de espera de los niños de hoy pueda deberse a un aumento estadísticamente significativo en los puntajes del coeficiente intelectual en las últimas décadas, relacionado al aporte de las tecnologías, así como a un perfeccionamiento en el pensamiento abstracto, igualmente asociado al empleo de la tecnología digital, herramientas que pueden contribuir al mejoramiento de las habilidades de la función ejecutiva.

Según Carlson, también podría ser significativa la aplicación de la educación temprana, habida cuenta de que, en 1968, apenas el 15.7% de los niños de 3 y 4 años en EEUU asistía a la educación preescolar, mientras que para el año 2000 ya la cifra llegaba al 50%.

Sin embargo, aunque los niños de hoy tienen la capacidad de esperar por las recompensas, las quieren demasiado rápido.

El perjuicio de la recompensa instantánea

Una encuesta online realizada por la propia Carlson y sus asociados con 358 adultos estadounidenses arrojó que el 72% considera que los niños en la actualidad esperan mucho menos que los menores de la década de 1960, además de que el 75% de los mismos cree que los infantes de hoy dan muestras de un menor autocontrol.

Un niño que no sabe esperar o está acostumbrado a la recompensa inmediata puede ser irritable y crecerá con dificultades para lidiar con las frustraciones y con falta de autocontrol. Ese, de hecho, es uno de los efectos de aplicar constantemente la gratificación instantánea.

Una posible causa de la impaciencia es el temor a que el premio que no se concede de inmediato no llegue nunca.

En una versión actualizada del célebre marshmallow test, la estudiante de ciencias cognitivas Celeste Kidd, de la Universidad de Rochester, partió de la misma estructura, pero en la mitad de los casos optó por romper su promesa de ofrecerles a los menores un segundo premio. En su lugar, solo les transmitió una disculpa.

Cuando el experimento fue llevado a cabo de nuevo, la mayoría de los niños que había recibido el regalo prometido en la primera vuelta pudo esperar para recibir el segundo, pero aquellos menores que habían sido engañados antes y que se fueron con las manos vacías no se mostraron dispuestos a esperar, así que devoraron sus malvaviscos casi inmediatamente después de que los investigadores salieron de la habitación.

De ahí que, según el portal VerywellMind, los especialistas recomienden un par de tácticas para aumentar la capacidad de retrasar la gratificación en nuestros hijos y así lograr que estén mejor preparados para la vida:

1) Ofrecerles plazos definitivos: si los niños no están seguros de cuándo recibirán una recompensa esperada, mantenerlos al tanto sobre cuánto tiempo tendrán que esperar puede ser beneficioso. Como mismo las estaciones suelen publicar los tiempos de espera para la llegada de un tren, padres y educadores pueden darles a los menores una fecha, una hora, un momento límite definitivo tras el cual ellos recibirán la recompensa prometida.

2) Establecer plazos realistas: con esto evitamos fomentar las falsas ilusiones y sobre todo huimos de las salidas engañosas que al final tanta frustración, incomprensión y rabia van a generar en los niños. Un objetivo mucho más realista les permitiría palpar los resultados reales de sus esfuerzos.

Aprender que el premio a los esfuerzos no llegará en dos segundos es clave para formar individuos perseverantes y capaces de lidiar con las constantes frustraciones de la vida adulta.