Elizabeth Karayekov: la bióloga que canta swing, lidera su propia big band y quiere desmitificar que los científicos son “gente medio aparato”

Elizabeth Karayekov, la bióloga y cantante de jazz, al frente de su big band
Elizabeth Karayekov, la bióloga y cantante de jazz, al frente de su big band

Su apellido podría ser el de un personaje de una novela de Fiódor Dostoievski, su profesión como científica siempre llama la atención por lo raro de su especialidad y su pasión por el canto la define como una cantante de swing, aunque no interpreta temas tradicionales sino covers de los más diversos, echados por el tamiz de una Big Band. Elizabeth Karayekov pone a prueba sus dotes de crooner una vez al mes sobre el escenario de La Trastienda, al frente de su propia orquesta. El espectáculo vuelve a ese escenario el 14 de junio y el 4 de julio. Lleva temas de Whitney Houston, Charly García, Sandro o AC/DC al formato de aquellas orquestas que fueron furor en los Estados Unidos a partir de la década del 1920. Esa es la pasión de Elizabeth, que luego de pasar por coros gospel tomó esta forma, hace alrededor de una década.

Hija de padres uruguayos y antepasados rusos, esta porteña eligió Rosario hace un par de años como su lugar para seguir creciendo. Su labor como científica en el Conicet la llevó hasta allí por un proyecto de seis meses y luego de esa experiencia, decidió afincarse. Desde allí arma sus shows y el trabajo de una orquesta dirigida por Ernesto Salgueiro que entre solista y filas de instrumentos incluye a 14 músicos.

Elizabeth Karayekov se presenta una vez por mes con su big band en La Trastienda
Elizabeth Karayekov se presenta una vez por mes con su big band en La Trastienda

“Un día metí a la gata en el auto y me vine”, dice desde Rosario. No le resulta difícil mimetizarse. Le pasaba de chica, cuando viajaba con su familia a Paysandú y regresaba con una tonada que contrastaba con el decir porteño de su infancia. El swing, en cambió, tuvo que ver con una búsqueda mucho más consciente. “El jazz fue algo más de decisión propia, buscando una arista o un nicho para diferenciarme. Hay muchos proyectos lindos, es un género prolífico, en Argentina. Mi identificación comenzó con el góspel y la música afroamericana. Describí una inclinación natural al blues y a lo dramático de la interpretación. Esos fueron mis primeros pasos. Cuando decidí armar mi propio proyecto, viniendo de afuera de la música, pensé qué podía ofrecer”.

-¿Venir de afuera significa que no había músicos en la familia ni pertenencia a un movimiento musical?

-Claro. Yo conocía más biólogos que músicos. La música siempre estuvo presente, pero en espacios más informales o lúdicos. Necesidad de expresión y de conectar. Mientras hice la licenciatura y el doctorado en biología el full time estaba puesto en mi carrera. Una vez que terminé, si me puse más en la música. Miro para atrás y me parece increíble. Para muchos artistas puede ser algo menor, pero, para mi, tener una orquesta tan grande, sostenerla por años y hacer ahora estos shows en La Trastienda y vender todas las entradas, en otro tiempo era un sueño inalcanzable.

-Y con una banda de muchos músicos ¿Por qué buscar lo difícil?

-Supongo que por tendencia al desafío. Yo quería una banda de rhythm & blues con instrumentos de viento. Y cuando fue el momento de armar la big band, había un desafío personal. Cantar con ese entorno sonoro, metida dentro de eso. Y la idea fue agregarle algo hacia el pop. Pudo ser una big band sin agregarle un personaje. Pero acá hay un rol que intenta completar la magia de transportar a la gente, con música. Llevarla a otro contexto. Y la idea es hacerlo con canciones que conozca más. No nos quedamos con los seguidores puristas del jazz. Algunos vienen simplemente porque es una big band. Y hay otra vertiente de gente que viene porque sabe qué hacemos temas de Madonna. Hacemos canciones que llevamos a otro estilo musical, pero tenemos que conservarle su huella digital porque si la gente no las reconoce, no tiene sentido. A mucha gente que nos va a ver nunca se le hubiera ocurrido ir a un show de big band. Pero viene y quizá luego escucha un disco de Tony Bennett.

-¿Cómo fue el paso de la fila del coro Gospel a ser solista, cantando jazz con un apellido que suena a personaje de novela de Dostoievski?

-Bueno [se ríe], cuando edité el primer disco, en 2016, Miss Tape, el merchandising fueron mamushkas. Me interesó jugar con mi apellido, aunque no tuve una transmisión cultural con su origen. Vengo de una familia de laburantes, hasta el día de hoy mis papás tienen un almacén en Paysandú, pero la música siempre estuvo en casa, aunque no se dedicaran a eso . Ellos se casaron muy jovencitos y empezaron con nada en Buenos Aires. Cuando mi papá consiguió trabajo, ahí cambiaron la perspectiva. Yo tuve las oportunidades, ellos ni siquiera la de hacer el secundario. En realidad, mi mamá pudo, pero a los 60 años. Yo me di el lujo de elegir lo qué estudiar. Hice lo que quise: estudiar biología, cantar en serio. Soy consciente de que es una suma de esfuerzos y situaciones. La biología es algo a lo que me sigo dedicando.

-¿Cuánto de suerte y contexto; cuánto de tenacidad para lograr lo que se quiere?

-Son las dos cosas, suerte y trabajar a consciencia en cada una de las etapas. Creo que parte de la planificación en la música tiene que ver con mi formación científica [Elizabeth es Doctora en Ciencias Biológicas y llegó a Rosario para trabajar en el Instituto de Biología Molecular y Celular de esa ciudad]. La big band hoy es una producción muy grande, sobre todo para una sola persona. Entonces fue: me organizo con esto o no hago nada. Cualquier mínimo hecho fortuito lo aproveché al máximo.

El pop y el rock pasados por el tamiz de la big band de Elizabeth Karayekov
El pop y el rock pasados por el tamiz de la big band de Elizabeth Karayekov

-¿Por qué pensás que llama tanto la atención tu profesión, en principio será por la escasez de especies?

-[se ríe] Pero mirá que hay varios. Entiendo que soy un caso raro, pero no soy el único. Trabajé en un instituto donde había un investigador que tenía una banda con mucha exposición. Una vez tocamos el mismo día en Notorious, con nuestros grupos, en distintos horarios. Creo que la sorpresa tiene más que ver con el imaginario con respecto a la ciencia y las artes. Cuando se piensa en un científico, se piensa en gente rígida, pacata, medio aparato. Cuando se piensa en las artes, se imagina a gente creativa, que fluye. Lo que falta en ese imaginario es que se empiece a pensar que para la ciencia hace falta mucha creatividad. Ahí también hay que dejar volar. Para encontrar preguntas en la ciencia hay que ser creativo y ni hablar para encontrar las respuestas. La creatividad está todo el tiempo en juego en las ciencias. Es un punto de conexión con las artes.

-¿Seguís manteniendo una rutina de laboratorio en la semana y escenario el fin de semana?

-Sí. Pero en realidad ahora no es de laboratorio sino en la comunicación pública de las ciencias. Ahora estoy más dedicada a eso. Convirtiendo en noticias lo que hacen los investigadores en los institutos. Y eso me encanta.

-Son tiempos de cambios, tanto para los artistas como para los científicos del Conicet. ¿Cómo lo vive alguien que juega en ambos bandos?

-Esto va desde mi percepción personal: con incertidumbre. Cuando la gente sale a defender el trabajo científico, eso se siente y es nuestro resguardo ante los vaivenes de políticas públicas. Como ha pasado antes, vamos a sufrir consecuencias, pero también como ha pasado antes, reconstruiremos y seguiremos adelante. Como también sucede en el arte, hay algo que no te deja tirar los guantes. Cuando nos pusimos a armar el nuevo show fue un acto de fe y de alegría, entendiendo que más allá de que el contexto no es el mejor, no es una opción “no hacerlo”. Después veremos. Arrancamos el show en mayo, vendimos todas las entradas, volvemos a La Trastienda ahora, en junio, y es un nuevo desafío.