Al encuentro de la otra Jamaica

Pescadores en Treasure Beach, un paraíso del turismo comunitario donde los visitantes pueden salir de las paredes de los complejos turísticos, en Jamaica, el 1 de febrero de 2023. (Tony Cenicola/The New York Times)
Pescadores en Treasure Beach, un paraíso del turismo comunitario donde los visitantes pueden salir de las paredes de los complejos turísticos, en Jamaica, el 1 de febrero de 2023. (Tony Cenicola/The New York Times)

“Entonces”, dijo el guía de turistas, a la mitad de nuestro viaje por Jamaica. “¿Qué están buscando en realidad?”.

Era una buena pregunta. En la mayoría de los lugares a los que fuimos, a nuestro grupo de cuatro mujeres se le había dado la bienvenida, hecho advertencias y coqueteado. Pero pocas veces nos hicieron muchas preguntas sobre la naturaleza de nuestro viaje. Habíamos volado a Jamaica desde Inglaterra y Estados Unidos a mediados de noviembre, antes de la temporada alta, con la intención de ver el país en un mes y de visitar todos los negocios y las casas de huéspedes de lugareños que pudiéramos.

Viajamos desde el este de la exuberante isla hacia el oeste evitando sobre todo las zonas turísticas de Ocho Ríos, Montego Bay y Negril y buscamos lugares que fueran lo contrario de aquello por lo que Jamaica y muchas islas caribeñas se han hecho famosas: lujo al estilo de los complejos turísticos que no siempre ofrece a los lugareños una tajada importante del pastel turístico. Como nieta de inmigrantes jamaicanos, la búsqueda tenía una resonancia especial para mí.

“Cuando la gente viene al Caribe, se queda atrapada en este viaje del aeropuerto al complejo turístico y eso es todo lo que ve del país”, comentó Riaz Philips, autor del libro de cocina ganador de premios “West Winds: Recipes, History and Tales from Jamaica”. “Por lo general, al seguir el rastro del dinero de ese trayecto, no conduce a ningún beneficio tangible para la gente que vive y trabaja en esos países”.

Nicole Dennis-Benn, quien escribió sobre el lado oscuro del turismo jamaicano en su primera novela, “Here Comes the Sun”, explicó que puede ser difícil para los jamaicanos emprender negocios exitosos. “Es casi imposible si no vienes ya de la riqueza. No vas a encontrar muchos propietarios entre la clase trabajadora jamaicana”, afirmó.

Muchas de las playas de arena blanca de las que disfrutan los visitantes extranjeros están vedadas a los residentes y las controlan hoteles y complejos turísticos, los cuales limitan el acceso solo a sus huéspedes. Según un reciente documento de política gubernamental, de los 793 kilómetros de costa de la isla, menos de 5 kilómetros están designados como playas públicas y cerca de la mitad se utilizan en asociación con hoteles. Las playas públicas que existen suelen estar deterioradas y no son aptas para su uso. Esta exclusión es emblemática de lo que algunos lugareños consideran el legado continuado del colonialismo y la historia de la esclavitud en la isla.

Plátanos, yaca, pimientos y otros alimentos locales de la granja a la mesa y comida vegana en el restaurante y bar Living Daylights en la selva de Bonnie View Hill, Port Antonio, Jamaica, el 3 de febrero de 2023. (Tony Cenicola/The New York Times)
Plátanos, yaca, pimientos y otros alimentos locales de la granja a la mesa y comida vegana en el restaurante y bar Living Daylights en la selva de Bonnie View Hill, Port Antonio, Jamaica, el 3 de febrero de 2023. (Tony Cenicola/The New York Times)

Empeñadas en descubrir el país que pocos visitantes pueden ver, nos propusimos darnos a la tarea de ser buenas turistas y viajar a Jamaica más allá de los complejos turísticos.

A las Montañas Azules

Nuestro viaje comenzó con un largo recorrido desde el Aeropuerto Internacional Sangster de Montego Bay hasta Kingston en el Knutsford Express (un autobús equivalente al Greyhound) y luego un taxi hasta las Montañas Azules, en lo alto de la capital, para alojarnos en la casa de huéspedes BlueMountView.

En BlueMountView conocimos a Noel Lindo y a su esposa, Michelle. Lindo, quien se autodenomina “el Rey de la Montaña”, nació en la zona. Tras vivir en Londres la mayor parte de su vida adulta, él y Michelle decidieron mudarse de nuevo a Jamaica en 2011: construyeron su casa y luego las casas de huéspedes. Son expresamente amigables con el colectivo LGBTQ en un país que no siempre da la bienvenida a los visitantes homosexuales, tratan a los huéspedes como si fueran de la familia y tuestan su propio café.

Lindo es paternal, franco y un increíble conversador. Le gusta contar historias dentro de más historias, llevándonos de las calles del Londres de los años setenta a la Jamaica colonial y viceversa.

“Hay tanto qué hacer en esta montaña. Es increíble”, dijo con entusiasmo, señalando los senderos en el Parque Nacional de las Montañas Azul y John Crow, cascadas escondidas y plantaciones de café, muchas de ellas propiedad de lugareños. Aunque está aislado, descubrimos que BlueMountView está a poca distancia a pie de Strawberry Hill, el famoso hotel del fundador de Island Records, Chris Blackwell. Nos detuvimos en el Eits Cafe, donde nos atiborramos de pescado frito recién hecho, una sopa de jengibre y calabaza calentita y unas deliciosas crepas de plátano macho caramelizado mientras contemplábamos las brumosas montañas, rodeadas por el zumbido de los colibríes golondrina.

Gracias a Lindo acabamos haciendo una excursión de un día para visitar la parroquia de Portland, en la costa noreste de la isla. Aunque tal vez este lugar sea más conocido por sus playas y por ser donde se filmó la famosa película de 1980 “La laguna azul”, tuvimos una experiencia más rural. Nuestra primera escala fue Living Daylights, una granja ecológica, restaurante y bar en la selva de Bonnie View Hill, Port Antonio, que abrió en 2018, con el objetivo de ofrecer a los huéspedes “un pedazo de paraíso”, con un enfoque en la sustentabilidad.

Nuestra segunda escala en Port Antonio fue la comunidad cimarrona autónoma de Charles Town, en el valle de Buff Bay, cuyos residentes descienden de orgullosos africanos que escaparon de la esclavitud huyendo a regiones montañosas. Fue una de las pocas veces en Jamaica en que nos recordaron visceralmente la oscura historia de la isla y su legado permanente.

Una visita al pequeño museo trazó la historia de los cimarrones y cómo han protegido su libertad y su cultura durante siglos, creando sus propias comunidades y sistemas de creencias mientras luchaban contra los esclavistas y colonialistas británicos en una serie de guerras. Marcia Douglas, la actual lideresa de la comunidad (y la primera mujer en ocupar el cargo), sostuvo un pesado grillete otrora sujeto al cuello de una persona esclavizada. Más tarde, otros miembros de la comunidad sacaron tambores y cantaron. Nos enseñaron danzas que unen el presente y el pasado.

“Lo que estamos ofreciendo en el sector turístico es nuestro patrimonio, nuestra herencia cultural”, me dijo Douglas después del recorrido.

Treasure Beach y el turismo comunitario

Otro viaje largo y lleno de baches nos llevó desde las Montañas Azules hasta Treasure Beach, un pueblo de la parroquia suroccidental de Santa Isabel. Tal vez sea la zona de Jamaica más conocida por su turismo comunitario; es decir, viajes de bajo impacto que funcionan en relativa sintonía con la población local. En los últimos 30 años, Treasure Beach, antaño un pueblo de pescadores, se ha convertido en un punto de referencia para los turistas que buscan un viaje fuera de los caminos más conocidos.

Pasamos la mayor parte del tiempo en Treasure Beach, probando los locales más destacados, como Smurfs Café, donde se encuentra el mejor desayuno jamaicano de la ciudad; Eggy’s Beach Bar, que sirve la cerveza Red Stripe más fría sobre la arena, y Gee Wiz, con su sabrosa comida vegana a precios razonables en un ambiente ecléctico: el restaurante está pintado con colores pastel y flanqueado por estatuas de peces de largos picos, mientras que el enorme comedor con columnas luce coloridos murales.

En Floyd’s Pelican Bar, construido con madera encontrada a la deriva y palmas sobre un banco de arena en medio del océano, es sin duda el lugar más conocido de la zona. Construido en 2001 por Floyde Forbes, hoy en día es un lugar de moda, que requiere un viaje en barco que cuesta 40 dólares por persona como mínimo desde Treasure Beach. Pero el ambiente, a un kilómetro de la orilla, es soleado y de otro mundo. El escovitch frito recién pescado y el bammy (un tipo de pan plano de yuca) fueron los mejores que probé en la isla.

Treasure Beach sigue siendo una anomalía en el sector turístico de Jamaica.

“No hay duda de que más del 90 por ciento de las habitaciones tradicionales de Jamaica son todo incluido”, aseguró Jason Henzell, presidente y copropietario del Jakes Hotel, el mayor negocio de la zona, que también dirige una organización sin fines de lucro para apoyar a los lugareños. “Formé parte del consejo del Ministerio de Turismo jamaicano durante ocho años y sé que tenían bastantes dudas sobre el turismo comunitario. No necesariamente en Treasure Beach, sino en general, porque les preocupaba la delincuencia. Esa es la cruda realidad”, aseveró.

El Ministerio de Turismo no respondió a solicitudes de comentarios.

Pero entonces, Airbnb llegó para cambiarlo todo. “Sucedió a pesar de la reticencia del ministerio. Es casi como si Airbnb se hubiera hecho para Jamaica, ¿puedes creerlo? Porque has de saber que cada jamaicano es un personaje”.

No obstante, la otra realidad de Treasure Beach, es que casi toda la franja costera es propiedad de extranjeros. Henzell, quien ha ayudado a los propietarios a vender terrenos en la zona, me cuenta que estos días la tierra cuesta más de un millón de dólares por acre, lo cual lo pone fuera del alcance de la mayoría de los lugareños.

“Sabemos que el turismo es nuestro ingreso principal. Y muchas veces, cuando la gente vive en una zona privilegiada se le desplaza, sobre todo a los jamaicanos de clase trabajadora”, explica Dennis-Benn, cuya próxima novela explorará la propiedad de la tierra.

La última parada: Mel’s

Nuestra última parada, a dos horas de Treasure Beach, fue Mel’s Botanical Retreat, ubicado en Cave Mountain, en Westmoreland, la parroquia más occidental de Jamaica. El lugar, que cuenta con tres cabañas de madera construidas a mano y una cocina comunitaria, se alza sobre el brillante mar Caribe y está enclavado en la exuberante selva. Actualmente, lo dirige una adolescente llamada Kiara Clayton. Es huérfana de madre y está de luto, pero intenta hacer algo muy especial: mantener vivo el sueño de un turismo comunitario gestionado por una mujer negra.

La madre de Kiara, Melessia Rodney, fundó este espacio, en el lugar donde su familia había pastoreado cabras toda la vida. En el verano de 2021, estaba embarazada de su segundo hijo y acababa de casarse con el amor de su vida. Pero entonces, en agosto, murió. A los 36 años, el COVID se la llevó a ella y a su bebé nonato.

Cinco meses después, Kiara, de 15 años, decidió hacerse cargo del negocio; compaginándolo con sus tareas escolares y su ambición de estudiar para ser abogada o empresaria en Estados Unidos. A pesar de su edad, entiende el poder del legado. Con la ayuda de sus familiares y de los muchos amigos de su madre de todo el mundo, sigue recibiendo huéspedes.

Una noche, Kiara me acompañó a la cocina comunitaria para hablar del negocio y por qué decidió continuarlo. “Ella quería que fuera un negocio comandado por una mujer jamaicana negra. Le encantaba ser fuerte e independiente”, afirmó.

Lo que hace especial a esta propiedad entre las miles de opciones de Airbnb en toda Jamaica es su compromiso con estos ideales. “Es muy raro, en Jamaica, que una mujer nacida en la pobreza tenga tanto éxito como Mel’s con su terreno de pastura”, comentó Stacey Davis, amiga de la familia que ayudó en los primeros días a Mel. “Cada flor en el lugar, cada cosa que ves, la puso ella misma”.

En Benta River Falls, más o menos a una hora de Mel’s, pasamos un día muy alegre en una serie de cascadas y pozas profundas, con la orientación de dos entusiastas guías. El propietario, Stacy Wilson, jugaba al dominó con otros hombres en el pequeño bar al lado de las cascadas, mientras nosotros comíamos un delicioso plato de papas fritas crujientes y reíamos con el camarero de pelo rosa. El primo estadounidense de Wilson, Jahcobee Faith, nos explicó que la familia es propietaria de la zona desde la década de 1970, pero que no abrió el negocio sino hasta 2017, y en el momento en que lo visitamos, cobraba 20 dólares a los turistas y 500 dólares jamaicanos nominales, unos 3,25 dólares, a los lugareños.

Más cerca de Mel’s, la playa de Bluefields tenía toda la arena blanca y el tibio mar azul turquesa que se pudiera desear, además de la certeza de que es una de las pocas playas de la isla que permanece abierta expresamente para los lugareños. La cuida la Bluefields People’s Community Association, que promueve el desarrollo social y económico sostenible. Con las toallas extendidas bajo un árbol, tomamos unos cocteles de ron cargados y jugamos con los niños de la zona en el agua. Éramos huéspedes, pero nos aceptaron.

La realidad es que Jamaica, más allá de los complejos turísticos, es hermosa pero empobrecida y es evidente que sigue recuperándose de la pandemia. Puede resultar cara sin un auto y hay que depender de los taxis para desplazarse, aunque los taxis de ruta, como los que utilizan los lugareños, pueden compensar algunos gastos. El país tiene una advertencia de nivel 3 del Departamento de Estado de Estados Unidos, con algunas regiones catalogadas como de nivel 4, que significa que no hay que viajar ahí, pero no incluimos esas zonas en nuestro itinerario. Es muy seguro viajar en grupo; solo hay que ser prudente y atento.

c.2023 The New York Times Company