Enrique “Zurdo” Roizner, una leyenda de la música argentina: de tocar con Vinicius, Piazzolla y Sinatra a los duros golpes que le asestó la vida
A los 83 años, Enrique “Zurdo” Roizner es de esos músicos a los que les cabe el “tocó con todos”. Su batería sonó en el Octeto Electrónico de Astor Piazzolla, en imborrables grabaciones, como la de Vinicius de Moraes con María Creuza y Toquinho (La Fusa) o Chapter One: Latin America y Chapter Two: Hasta Siempre, de Gato Barbieri; en los conciertos de Frank Sinatra en Buenos Aires, en decenas de registros en estudios argentinos, en orquestas inglesas y en grupos como Anacrusa y La Banda Elástica, además de The Nada, el grupo que hace años acompaña a Kevin Johansen.
La Legislatura Porteña lo nombró hace poco más de un lustro Personalidad Destacada de la Cultura y este martes, a las 20.30, será homenajeado en la 39° temporada del ciclo gratuito de conciertos Jazzología, del Centro Cultural San Martín, donde participarán Daniel “Pipi” Piazzolla, Kevin Johansen, Ricardo Lew, Belén Pérez Muñiz, Manuel Fraga y Carlos Acosta, entre otros.
Se pierde el pelo pero no las mañas. La raleada cabellera de este porteño modelo 1939 todavía conserva un largo mechón que se extiende por la espalda y se ata a la altura de la nuca. Ese es uno de sus sellos. El otro es la pipa, una de tantas que tiene y que lo acompañan desde que era treintañero. Se podría decir que la pipa y la batería son sus fieles compañeras.
“Es una compañía porque en mis comienzos se empezaba a grabar por secciones. Y quizá quedabas mucho tiempo encerrado esperando, dentro del estudio y como en ese momento se podía fumar, yo tenía un amigo que fumaba pipa y así empecé”, dice Roizner sentado a una mesa de café.
-Con tantas grabaciones, grupos, orquestas, espectáculos musicales, ¿qué tanto puede influir haber estado en el lugar correcto en el momento indicado?
-Es medular. Una bendición. Siempre digo que como los buenos estaban ocupados, me llamaban a mí, para mi suerte.
-Más allá de la modestia, no llegaste a tocar en la orquesta de Sinatra o con Piazzolla porque los buenos estaban ocupados. ¿Por qué pensás que fue?
-Creo que al haber comenzado de chico a tocar el violín me dio la posibilidad de leer música y en aquella época no había muchos bateristas que leyeran música. En eso fui afortunado. Era importante para hacer un reemplazo en una orquesta. Te ponían el papel y tocabas. Ahí tenías un amplio espectro para jugar porque, además, la mayoría de los arregladores no sabían escribir para batería, entonces había espacio para crear cosas. Yo estaba muy al tanto de los ritmos de todos lados. Escuchaba música de todo tipo. Tenía cierto conocimiento de estilos y eso me daba la posibilidad de tocar en la mayoría de los géneros. Y como empecé a viajar temprano, me puse al tanto de todo. A los 18 ya había ido a Chile y estuve un año en Colombia.
-¿Ya te ganabas la vida como baterista a los 18?
- Sí, siempre. Nunca viajé por placer. El placer venía en el viaje. A Colombia fui con un grupo armado en Argentina en el que estaba Chico Novarro en el contrabajo. Estuve un año porque fue el tiempo que necesité para juntar la guita para volver. También anduve por Brasil, tres meses, para ponerme al tanto de la bossa nova, que estaba pegando fuerte.
-¿Así fue que llegaste a tocar con Vinicius de Moraes?
-No. Antes de los shows en La Fusa, Vinicius vino con Dorival Caymmi. Tenían que actuar en un café concert muy grande con un escenario en su proporción. Vinicius le dijo al productor [Alfredo] Radoszynski que quería sumar a un baterista y a un bajista. Y él le recomendó a Mojarra Fernández y a Zurdo Roizner. Vinicius no quiso a Roizner porque “surdo” en portugués quiere decir sordo. Por suerte, la mujer de Radoszynski, que era brasileña, le explicó que yo no era sordo sino canhoto [o sea, zurdo].
-El fútbol ha dado grandes zurdos, ¿para la batería eso representa alguna ventaja especial?
-No sé. A mí siempre me trajo dificultades para tocar con la batería de otros. Además de darla vuelta hay que acomodarla.
-¿Seguís tocando bastante?
-Desde hace 20 años como percusionista en la Orquesta del Tango de la Ciudad y con Kevin Johansen.
-¿Te demanda práctica? ¿El paso del tiempo se siente en los brazos del baterista?
-Si no estudio tres horas por día me siento mal. Hay una disminución de la capacidad motriz que para mí es evidente. Siempre pregunto al resto de los músicos, después de los shows. Ellos dicen que no se dan cuenta, pero la pregunta es ociosa porque yo me doy cuenta. Hay bateristas que tocaron hasta los noventa años.
-Siempre mencionaste como tus primeras influencias a músicos como Buddy Rich y Gene Krupa. ¿Aparecieron otros con el paso de los años o hay una influencia mayor?
-Domingo Cura fue el que más me influenció. Domingo era un percusionista excepcional. Le he copiado cantidad de cosas. Además de un gran amigo, era un genio. De ahí me vino la idea que él tenía con la percusión: incorporar la batería en los géneros que no la tenían.
-¿Te sentiste alguna vez muy identificado con proyectos grupales?
-Con Anacrusa sí. Con Anacrusa estuve muchos años y era un grupo tremendo. José Luis [Castiñeira de Dios] es un musicazo que sí sabe escribir para batería. Y me escribía cada moño [se ríe].
-En la labor de sesionista, ¿hubo trabajos de los que te arrepentiste?
-No. Cualquier trabajo te aporta algo, incluso lo que no hay que hacer. Pero a veces hay que hacer ciertas cosas, pasar por ahí, para saber que no hay que hacerlas.
-¿Cuál fue la experiencia de trabajo con Piazzolla y Gato Barbieri?
-Ástor me rompió la cabeza. Porque estuve con ese octeto tres años y los cambios de motivos los conocía, sabía lo que venía pero había algo que siempre me sorprendía. Y eso no lo podía creer. Con Gato la experiencia fue muy buena desde el punto de vista musical. Grabé dos LP con él, acá y en Estados Unidos.
-¿Por qué Gato Barbieri vino a buscarlos para dos de sus discos, no tenía en Estados Unidos percusionistas y bateristas para eso?
-El grupo era, si se quiere, folklórico. Gato decía que había cien maneras de tocar en 6 x 8 y que los americanos lo tocaban de las 99 formas que no eran. En ese grupo había un baterista, Pocho Lapouble, y éramos tres percusionistas. Un día estábamos ensayando en TNT, Pocho tenía que tocar en el teatro Astros y se fue. A Gato no le gustó, entonces me dijo si yo tenía alguna batería. En ese momento tenía seis baterías desparramadas por todos lados. Y una estaba ahí. Seguimos el ensayo. Cuando salió una gira por Estados Unidos y Japón me llamó a mí. Yo lo hablé con Pocho, le conté lo que pasaba y él, que era un caballero, me dijo que fuera. Eso es estar en el momento indicado. Después fuimos a Los Ángeles y grabamos el segundo disco.
-¿Cómo llegaste a tocar en una orquesta inglesa?
-Porque mi esposa era inglesa y yo hice los trámites para poder trabajar allá. Toqué la tercera percusión en la Real Orquesta Filarmónica de Liverpool. Tenía unos 25 años en ese momento. A mi esposa la conocí trabajando acá. Yo tocaba en un espectáculo de ballet y ella era bailarina. Falleció muy joven.
Cuando se habla de música la sonrisa de Enrique emerge sola, cuando aparecen esos recuerdos familiares más dolorosos su voz se apaga. En la vida de Enrique hay logros musicales y pérdidas familiares. La muerte de su padre, cuando era chico; la viudez, cuando era joven y tenía tres hijas muy chicas, de 6 y 3 años y la menor de seis meses. La mayor de sus hijas falleció a los 36. “Es una historia larga y trágica”, comenta.
-¿Cómo hiciste para seguir adelante?
-Al principio con mi vieja, que me ayudaba mucho y con una persona que venía a casa. Luego, una nueva pareja a la que le debo la vida. Fue una madre para mis hijas. Mi abuelo decía que Dios pega, pero con una sola mano. Nunca me olvido de eso.
-¿Qué cosas te levantaron de esos golpes?
-El cariño familiar es fundamental. La música también. Sobre todo, porque yo tenía una actividad muy densa que a veces no te daba tiempo a pensar. Solo podía pensar en lo que tenía que hacer. Mi vida era eso, ir de estudio en estudio .
-¿Dudaste de seguir tocando?
-La música fue una de las puntas salvadoras. En esa actividad frenética que había estuve, una vez, 48 horas seguidas trabajando sin parar. Recuerdo que los estudios estaban tan completos que con Nana Caymmi grabamos en Buenos Aires de noche. Fui de RCA a Phonogram, después a Odeón y de ahí al teatro El Nacional, que había un espectáculo de revista. Después a ION. Y al día siguiente lo mismo. Me alimentaba a garrapiñadas y café para darme energía. Me ayudaba para seguir.
-¿En algún momento estuviste sin trabajo?
-Sí, cuando se disolvió La Banda Elástica. Era un grupo muy demandante, no tenía tiempo para otra cosa. Y cuando se disolvió me quedó un vacío de trabajo que me costó recomponer. En ese tiempo hice mucho las fiestas sociales. Igualmente, ya desde finales de los noventa no fue lo mismo, sobre todo por el auge de las máquinas rítmicas.
-Hay músicos que te aprecian muchísimo. Kevin Johansen, por ejemplo. Hasta sos la tapa de uno de sus discos.
-Y yo lo quiero como si fuera un hijo, realmente. A él y a su familia. El tenía un tema llamado “Astor’s Place”, porque en Nueva York hay un lugar que se llama así. Un día buscó un baterista que conociera el trabajo de Ástor y un productor de Los Años Luz le habló de mí. Me invitaron a uno de los shows de Kevin en Niceto y la verdad que el grupo me encantó. Después me habló de este tema y lo fuimos grabar al estudio de León Gieco. Antes le pedí un cassette. Me dio uno que tenía como 20 temas. Como lo escuché todo, cuando fuimos al estudio grabamos el tema “Astor’s Place” y otros diez que fueron al disco Sur o no Sur. Pero nunca quedó el tema de Astor [se ríe]. Con el tiempo, el baterista del grupo, que también era un chef muy conocido, le costaba dejar su otro trabajo en un restaurante y yo iba de cambio a los shows. Un día Kevin le dijo que no se ensamblaba la cosa de la misma manera si tocaba él o yo la baterí. Por eso dejó el grupo.
-¿Qué cosas te quedaron pendientes?
-Volver a tocar con Leopoldo Federico el “Concierto para bandoneón y orquesta”.
-¿El de Piazzolla? Pero lo tocaste con él.
-Sí y con la Filarmónica de Buenos Aires. Pero me hubiera gustado volver a tocarlo con él. Porque Leopoldo es una figura imborrable. Al escenario tenía que subir con alguien que lo ayudara, pero cuando se sentaba a tocar era un león. Era tremendo. Ástor mismo escribió un tema que se llama “Pedro y Pedro”...
-Por Laurenz y Maffia.
-Claro. Y se lo escucha en una grabación decirle a un amigo que había escrito un tema que no podía tocar y que se lo iba a mandar a Federico. Y Leopoldo lo grabó. Como decía un amigo mío: Esas cosas te ponen “los pelos de gallina” [se ríe].