¡Escándalo! David E. Kelley abandonó a los ricos y famosos de California y Nueva York por los privilegios y secretos de la política británica
Las historias de escándalos siempre tienen un atractivo adicional, más allá de la irrupción de un secreto que debió permanecer oculto de la vida social. Suponen el desmoronamiento de una perfecta fachada, de una representación de cara a la luz pública que se agrieta dejando sus costuras a la vista. La fascinación por esos espectaculares derrumbes se hace más obscena cuando los protagonistas son figuras encumbradas en la sociedad. Políticos, millonarios, socialités se convierten en el blanco predilecto para ese escarnio expuesto a los ojos de la tribuna de ávidos espectadores.
Esta idea germinó con vigor en la imaginación del guionista y productor David E. Kelley, quien ya exploró varias de sus aristas en exitosas ficciones. Primero fue Big Little Lies (2017, disponible en HBO Max), basada en la novela de Liane Moriarty, ambientada en la soleada Monterey, California, en la que un grupo de ‘mamis’ millonarias asisten al desmoronamiento de su paraíso privado luego de un asesinato que las toca de cerca; luego vino The Undoing (2020, disponible en HBO Max), ubicada en el corazón de la Park Avenue neoyorquina, donde los ribetes de un crimen sexual salpican a un médico prestigioso y a su esposa terapeuta, y ahora Anatomía de un asesinato –la serie más vista en Netflix, donde se estrenó la última semana-, situada en el círculo íntimo de la política parlamentaria británica.
En cada una de las series, más allá de los hilos del misterio y su investigación, lo que se convierte en la esencia del drama es el efecto devastador del escándalo sobre la vida de los protagonistas. En Big Little Lies era ese pequeño mundillo de amistades ocasionales convertido en el escenario de un pacto de silencio para proteger varias culpabilidades, el esplendor de una vida perfecta, de casas suntuosas y autos deportivos, fiestas de fin de semana y conversaciones diplomáticas que se desintegra ante la verdad del abuso y el maltrato puertas adentro, y los verdaderos rostros de quienes detentan esos privilegios. En The Undoing el escenario era la otra costa de Estados Unidos, los rascacielos de Manhattan y el círculo artístico e intelectual de Nueva York, donde también se alojaba el crimen y la perversión, las máscaras descubrían su artificialidad y la investigación penetraba puertas adentro de la intimidad convertida en materia de juicio y escarnio.
Anatomía de un asesinato elige el mundo de la política británica como territorio perfecto no solo para la exposición de las tensiones entre apariencia y realidad sino para destejer el sombrío presente en el pasado que permanece silenciado. La historia comienza con la decisión del ministro conservador James Whitehouse (Rupert Friend) de hacer pública su infidelidad con la investigadora parlamentaria Olivia Lytton (Naomi Scott) y así frenar el impacto de un inminente escándalo. Su declaración es coordinada con el primer ministro (Geoffrey Streatfeild), uno de sus amigos de los años universitarios en Oxford. Ante la confesión, su esposa Sophie Whitehouse (Sienna Miller) asiste impávida al derrumbe de su perfecta vida familiar y a la imagen de felicidad conyugal que el matrimonio y sus dos hijos ofrecían al mundo. No solo la desconfianza la sume un una angustia profunda y una creciente desorientación, sino que ese rol de compañera leal le depara las más crueles humillaciones ante la mirada pública.
Basada en la novela de Sarah Vaughan, la miniserie da una vuelta más al caso cuando la infidelidad se convierte en una denuncia por violación contra el ministro. La estrategia narrativa combina entonces dos puntos de vista: por un lado el de Sophie, presionada para creer en su marido y apoyarlo en el juicio al mismo tiempo que junta los trozos de esa foto familiar ahora escrutada en los medios de comunicación y en la corte de justicia; y la de la fiscal Kate Woodcroft (Michelle Dockery), encargada de la acusación contra el funcionario, la defensa de la víctima y la aspiración a su propia integridad como profesional. Más allá del resultado estético –no muy sofisticado en la puesta en escena de S. J. Clarkson (con unos planos circulares e inversiones de encuadre inexplicables, y personajes que gravitan en términos simbólicos de manera risible)-, Anatomía de un asesinato se concentra menos en cuál es la verdad, si la que afirma Whitehouse o la de su víctima, que en los efectos catastróficos que tiene la investigación en todo su entorno.
Aquí hay un punto de contacto con dos miniseries británicas que también pusieron en la mesa de discusión sonados escándalos sexuales que involucraban a la clase política y a la realeza del Reino Unido. La primera fue A Very English Scandal (2018), protagonizada por Hugh Grant y Ben Whishaw, sobre el famoso caso de Jeremy Thorpe, un político liberal acusado de mandar a matar a su ex amante para evitar la revelación de su homosexualidad. La segunda es su secuela en un formato de antología, A Very British Scandal (2021), con Claire Foy y Paul Bettany, sobre el divorcio de los duques de Argyll (aún inédita en nuestro país). Si bien en ninguna de estas dos historias hay misterio alguno y las cartas están a la vista de entrada, el epicentro de sus narrativas es la revelación de las vidas de sus protagonistas puertas adentro en claro contraste con la minuciosa construcción de sus máscaras públicas.
Desde un humor corrosivo y con una clara astucia para la sátira, ambas exponen los artilugios de estos personajes para sortear la exposición de sus secretos sin escatimar patetismo ni un agudo sentido de la observación. La clave es menos el morbo de la divulgación que el retrato impiadoso de los andamiajes que deben sostener para su protección y que los dejan al descubierto ante cualquier falla o transgresión.
En ese sentido, Anatomía de un asesinato se refugia más en el estilo novelesco de una historia no demasiado original, pero que brindaba oportunidades para ofrecer un abordaje más sutil y no tan sensacionalista. Sin embargo Kelley repite la fórmula probada en sus dos anteriores éxitos, que consiste en sembrar una intriga, esconder su resolución hasta el final con las consiguientes pistas falsas entregadas en bandeja al espectador, y especular con el impacto del juicio como teatro perfecto para la representación de la farsa. Día a día, el tribunal se convierte en la plataforma de los flashbacks que escenifican la vida de Whitehouse como un rompecabezas: sus años en Oxford, su unión inquebrantable con el primer ministro, el affaire con su denunciante, su seducción devenida en una fatal arrogancia. Pero pese a su protagonismo en el caso, la historia decide pendular entre las miradas de la fiscal Woodcroft –quizás el punto más seguro de anclaje para el espectador– y el estado de progresiva inseguridad de Sophie Whitehouse, quien deja de ser la aliada segura de la defensa para reconsiderar su posición ante cada nueva revelación.
La figura de Sienna Miller evoca el derrotero de los personajes de Nicole Kidman en ambas series apadrinadas por Kelley, Big Little Lies y The Undoing, mujeres atrapadas en palacios de cristal, enredadas en mentiras que sostenían una perfecta fachada, ambiguas en su desencanto y desesperación, rasgo que resulta útil para sostener la intriga. Mientras el melodrama puertas adentro parece erosionar día a día la vida del matrimonio Whitehouse, la miniserie se concentra en el espectáculo público de la desgracia de Sophie, forzando la dinámica del juicio y los testimonios de Olivia para generar ese impacto. Los detalles sexuales se exponen menos como pruebas de un delito que como heridas para la imagen que Sophie tiene de su marido no solo en el presente sino en toda la vida que compartieron. La frase recurrente de “la omertá de los Libertinos” para referir al comportamiento de los egresados de Oxford que hoy ocupan el poder en el número 10 de Downing Street se concentra siempre en el pacto de silencio y conveniencia que sostienen para mantener una imagen pública que el caso Whitehouse expone en sus más oscuros secretos.
Anatomía de un escándalo replica el modelo rendidor de las ficciones anteriores producidas por David E. Kelley, pese a los cambios de novelistas, escenarios y actores que los representan. El contexto británico le permite sí explorar esa apariencia menos desde el glamour y la pertenencia social que desde una serie de rígidas normas cuya transgresión implica un cimbronazo devastador. Y en esa caída también está el atractivo de su espectacularización, convirtiendo al juicio en un perfecto teatro de esa impostura. Más allá de las vueltas de tuerca y giros finales de la trama, para Sophie ser testigo y parte de ese juego, que erosiona la fantasía que hasta ahora era su vida, se convierte en algo más que un privilegio arrebatado. La identificación propuesta siempre está con el que mira ese castillo de naipes convertido en los escombros de una vida perfecta.