El escritor que no quería dar la cara, el recuerdo de Lauren Bacall de sus días con Bogart en México y el papel que John Huston escribió para su padre
En sus memorias, A libro abierto, John Huston cuenta que la novela de B. Traven, El tesoro de la Sierra Madre, publicada en 1935, iba a ser su próxima película para Warner Bros. en 1941, antes del bombardeo a Pearl Harbor y la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Fue el productor Henry Blanke quien consiguió que se la reservaran mientras Huston cumplía su servicio en el ejército. El tiempo pasó, el director filmó varios documentales de guerra como San Pietro (1945) y la postergada Que se haga la luz (estrenada en 1980) y finalmente en 1946 se reencontró con el texto del misterioso Traven.
En el mismo 1941, después de adquirir los derechos para la adaptación, la Warner había contactado a Paul Kohner, entonces agente del escritor, para que Traven viajara a Los Ángeles con el objetivo de discutir los detalles del guion. El autor era reacio a Hollywood y en algunas cartas que cita Huston quedan en evidencia sus reparos respecto a la industria del cine (“En Hollywood todo el mundo piensa en el dinero y nunca en hacer algo extraordinariamente grande”, escribía en 1940). En noviembre de 1941 respondía lo siguiente a la petición del estudio: “No voy a viajar a Hollywood por dos razones: primero, hasta donde yo sé Huston está filmando una película con Bette Davis [era Esta, nuestra vida, estrenada en 1942], y una película con Bette es siempre muy importante, así que no creo que Huston tenga tiempo de pensar en otra cosa hasta que la termine; y en segundo lugar, llevo veinte años viviendo en México y no sería demasiado saludable cambiar de clima”.
El misterio del escritor
En el capítulo dedicado a El tesoro de la Sierra Madre, en su libro Huston ofrece varias páginas para desentrañar la esquiva personalidad de Traven, un hombre ermitaño y desconfiado que borró toda pista sobre su paradero a partir de varios alias (Traven Torsvan, Ret Marut). En ese tiempo vivía en un lugar apartado de México y cuando su editor literario en Nueva York, Alfred A. Knopf, envío un emisario para localizarlo y concertar una cita, Traven no apareció. Ese comportamiento era ya un clásico del escritor para quienes se habían topado con su excentricidad. Huston cuenta una divertida anécdota al respecto: “Traven había escrito durante años cartas de admirador a Lupita Tovar, una actriz mexicana que era como la Mary Pickford de México, y en una ocasión quedaron en encontrarse en una playa pública de ese país. Lupita acudió a la cita, Traven no. Pero más tarde ella recibió una carta en la que el escritor describía sus gestos y actitudes en aquella fallida cita, por lo cual la actriz comprendió que él la había estado observando a escondidas”.
Volviendo a la película, la tajante negativa de Traven de viajar a Los Ángeles coincidió con el inicio de la guerra y cuando finalmente el proyecto cobró nueva vida, Huston se decidió a escribir el guion en solitario. “Escribí el guion y le mandé una copia a Traven a la dirección de un apartado postal en Acapulco. Me remitió una respuesta de 20 páginas, llena de detalles y sugerencias respecto a la construcción de decorados, la iluminación... Yo estaba ansioso por conocerlo. Conseguí una vacilante promesa de reunirnos en el Hotel Bamer, en Ciudad de México. Hice el viaje y esperé. Nunca apareció”. Huston permaneció una semana en México y una mañana despertó en su hotel al amanecer y vislumbró a un hombre parado frente a su cama. El desconocido le extendió una tarjeta que decía: “Hal Croves. Traductor. Acapulco y San Antonio”. Además le presentó una carta escrita por Traven en la que el novelista se excusaba por su ausencia debido a una enfermedad e introducía a Croves como su mejor amigo, “quien sabía tanto de la obra como él mismo y estaba autorizado para responder cualquier pregunta”. Huston decidió reunirse con Croves más tarde, ya repuesto luego de esa aparición fantasmal, y discutieron el guion en detalle. Croves lo había leído y lo aprobaba por completo. “Noté que tenía un ligero acento”, recuerda Huston, “no parecía alemán pero sí europeo. Entonces pensé por primera vez que bien podía ser el mismísimo Traven” (el verdadero nombre de Traven era Otto Feige, había nacido en Polonia y escribía en alemán).
Esa sospecha no se extinguió en la mente del director, pese a que Croves, tenso y reservado en su forma de expresarse, contradecía la imagen del escritor que se desprendía de su literatura y de su correspondencia. Unos días después de la charla sobre el guion, Huston se reunió con Croves en Acapulco, en compañía de su reciente esposa, la actriz Evelyn Keyes, y su amiga Paulette Godard. Decidieron ir a pescar merlos, afición que Huston había adquirido por los artículos de Ernest Hemingway en la revista Esquire y que quería llevar de la lectura a la práctica. Croves aseguró que lo sabía todo sobre la pesca del merlo, así que todos salieron en una barca alquilada en la costa. Pasaron las horas y nadie pescaba nada, hasta que Croves enganchó un merlo enorme que salió a la superficie, bailó sobre su cola durante 50 metros y dejó a Croves en estado de pánico hasta que logró soltar la caña. El merlo se escapó. “Ahí comprendí que Croves no sabía nada de pesca y pensé seriamente en tirarlo por la borda. Luego Evelyn y yo pescamos un pez espada cada uno y cuando nos tomamos una foto en el muelle al regreso, Croves volteó su cabeza para que no se le viera la cara. Si bien quería pensar que lo hacía en mi honor, para no quitarme protagonismo, la implicación era, naturalmente, que él era el misterioso B. Traven”.
Problemas en Tampico
El tesoro de la Sierra Madre fue una de las primeras películas de Hollywood que se filmó íntegramente en exteriores fuera de los Estados Unidos. Eso coincidía con la vocación aventurera de John Huston, quien siempre había huido de estudios e interiores para aventurarse en la naturaleza. Convencer a Jack Warner de esa inversión fue una tarea difícil pero finalmente el productor Henry Blanke consiguió el visto bueno para buscar locaciones en México. Huston viajó con el director de arte, John Hughes y el jefe de producción mexicano, Luis Sánchez Tello, hasta elegir como enclave de la acción las montañas que rodean al pueblo de Jungapeo, cerca de San José Purúa. Antes de la llegada del equipo completo, el director y algunos colaboradores comenzaron a filmar las escenas con los dobles y algunas vistas para fondos en la región de Tampico. “Llevábamos una semana filmando en Tampico –recuerda Huston- cuando llegaron órdenes de las autoridades de la Ciudad de México de interrumpir la filmación. Un periódico local había publicado que la película constituía “un descrédito para México”, que la población mexicana había reaccionado con indignación y había arrojado piedras contra el equipo de rodaje y que estábamos amenazados de muerte. Nada de ello era verdad. Pronto descubrimos que cuando se deseaba hacer algo en Tampico, el procedimiento habitual era visitar al director del diario y ofrecerle una ‘mordida’ para no tener problemas”.
Ante ese contratiempo, la Warner Bros. comenzó gestiones con el gobierno mexicano, ya que el estudio había planificado la mayor parte del rodaje en ese país. Huston recibió el apoyo de su amigo Miguel Covarrubias y, en comitiva junto al pintor Diego Rivera, consiguieron una entrevista con el presidente de México, Miguel Alemán Valdés, para que envíe un representante oficial al rodaje y certifique que no existían problemas. “Ese fue el comienzo de un procedimiento que se convirtió en habitual en todos los rodajes en México -explica el director-: el envío de un emisario del gobierno cuando un equipo cinematográfico extranjero filma exteriores en el país. El director que escribió noticias falsas sobre nosotros fue asesinado dos o tres semanas más tarde. No por lo que nos había hecho a nosotros, sino por un marido celoso que lo encontró en una cama que no era la suya”. Para entonces, la historia de tres buscadores de oro en la Sierra Madre ya comenzaba a darle dolores de cabeza a Jack Warner, el jefe del estudio, cuando los gastos semanales comenzaron a dispararse y el presupuesto no era lo que se había imaginado para un western clase B en las montañas de México. “¿Sabes qué oro están buscando? ¡El mío!”, le gritó Warner al productor Henry Blanke mientras firmaba los últimos cheques.
Rodaje en Jungapeo
El rodaje en Jungapeo comenzó en abril de 1947 cuando llegaron a la ciudad el director, su equipo y los tres actores protagonistas: Humphrey Bogart, Tim Holt y Walter Huston. Bogart era para entonces la gran estrella de la Warner, y si bien en la primera lectura de la novela, en 1941, el estudio tenía en mente a George Raft, Edward G. Robinson y John Garfield para la tríada estelar, el nuevo elenco resultó uno de los grandes aciertos de la película. Bogart brindó a Fred C. Dobbs, un hombre progresivamente consumido por la desconfianza y la codicia, una compleja humanidad. Holt, quien había demostrado su talla en el protagónico de Soberbia (1942), de Orson Welles, como el joven terco y orgulloso de los Ambersons, ahora brindaba a Curtin, un buscavidas en las áridas praderas de México, una madura consciencia sobre la lealtad. Y el gran Walter Huston conseguía el papel de su vida y cumplía el sueño de su hijo de verlo triunfar bajo su dirección. “Una de las razones por las que yo quería hacer esta película era porque el personaje del viejo cascarrabias, Howard, me parecía perfecto para mi padre”, confiesa Huston en su libro. “Le dije que el viejo Howard tenía que ser sabio, astuto y desdentado, así que él tenía que quitarse la dentadura para el papel. ‘¿Tengo que sacármela? ¿En serio?’, me preguntó desconcertado. Al final lo aceptó, aunque sin gran entusiasmo”.
Las primeras semanas de filmación fueron expeditivas gracias a los nativos mexicanos que emprendieron el trabajo con notable energía. Según relata el propio Huston, trasladaban grandes cactus de un lado para el otro para que sirvieran como atrezzos en primer plano y transportaban las cámaras y los implementos de iluminación a través de la jungla o en ascenso por las montañas. “Los nativos bajaban de los montes tanto para aparecer como extras como para observar el rodaje. Les expliqué que cuando diera la orden de ‘¡Silencio!’ debían permanecer callados. Durante la siguiente toma el silencio era tal que se podía escuchar el zumbido de los insectos. Cuando miré a mi alrededor descubrí que la mayoría de los indios se habían tapado la boca con las manos”. Por entonces, Bogart ya había llegado al balneario de San José de Purúa junto a Lauren Bacall, su flamante esposa. Según cuenta la actriz en su autobiografía, Por mí misma: “el equipo de mexicanos era muy amable, regresaban del trabajo todos los días cantando. Con Bogie aprendimos a tomar tequila y compartíamos todas las noches jugando al bowling con Walter [Huston], John [Huston], su nueva esposa Evelyn [Keyes], Tim [Holt] y alguno más del equipo. El único desastre era la comida: nos servían un pez entero con ojos saltones que parecía crudo. Así que pedí latas de sopa y jamón y luego de cocinar algunas veces me convertí en la heroína del lugar”.
Debido a los tratamientos de fertilidad para poder ser padre y a la deficiencia de vitamina B por su pasado alcoholismo, Bogart estaba perdiendo el pelo y debió usar una peluca en la película. Ese primer malhumor que ocasionaba ocultar la peluca en las escenas en la selva, agobiado por el calor y la constante humedad del sudor, no fue comparable con la bronca del actor cuando descubrió que Huston no terminaría la película en la fecha que había prometido. Bogart estaba ansioso por participar en una regata en Honolulu con su flamante barco, el Santana . La regata comenzaba apenas terminara el rodaje, por lo cual cualquier demora ponía en peligro su participación. “Bogie tenía puesto todo su corazón en la empresa y yo estaba ansiosa por viajar a Honolulu –recuerda Bacall-, pero para John el principal interés era la película, además le gustaba México y no tenía ningún apuro por terminar”. Para Huston las cosas eran siempre a su manera, no estaba dispuesto a permitir que la regata interfiriera en su calendario y extendía las escenas si lo creía conveniente. En una de las extensas jornadas, hizo repetir una escena varias veces porque creía que su padre podía estar mejor, pese a que Bogart consideraba que la primera toma había sido buena. A la noche la pelea siguió en la cena: “Bogie se inclinó en la mesa insistiendo en algún punto de la discusión y yo extendí la mano y le agarré la nariz entre el dedo índice y el mayor y cerré el puño. Hubo un silencio en la mesa. Betty [como la llamaban a Lauren Bacall] no pudo resistirlo y me dijo que le estaba haciendo daño. ‘Lo sé, es lo que quiero’, le respondí y le retorcí un poco más la nariz hasta que lo solté”.
Las crueldades de Huston han sido legendarias desde aquellos días. En El tesoro de la Sierra Madre no hubo miembro del equipo que esquivara esa mezcla de humor caustico y mezquindad que lo caracterizaba. A Bruce Bennett, quien interpreta a Cody en la película, un forastero que se aparece en el campamento de los buscadores de oro y termina invitándose al fogón, le hizo repetir cuatro veces la misma escena solo para verlo engullir hasta el vómito un plato repleto de estofado. Para el papel de “Sombrero de Oro”, el jefe de los bandidos mexicanos, Huston eligió a Alfonso Bedoya, un actor mexicano a quien el resto de los integrantes de la pandilla –entre los que se encontraba un bandido rural de la zona- lo tomaron de punto. Huston se divertía con las palizas que le propinaban sus compañeros y atribuía esa tirria a su forma de presumir insistentemente. Además de un ojo morado o la nariz sangrante, Bedoya siempre terminaba con su orgullo herido, al que rehabilitaba con alguna fábula sobre su condición de amante irresistible. “Una muchacha americana se arrojó por la ventana del hotel mientras todavía estábamos filmando –cuenta el director- y pese a que Bedoya no la había visto en su vida se puso un brazalete negro y se paseó por los bares fingiendo que estaba de luto para que los pobladores creyeran que se había suicidado por él”.
El final de la aventura
Después de México, el rodaje se trasladó por unas dos semanas a Bakersfield, en California. Cuando Huston mostró el primer corte de montaje a Jack Warner, el jefe del estudio puso el grito en el cielo porque no estaba de acuerdo con el final: la progresiva oscuridad del personaje de Dobbs, su paranoia asesina y finalmente su muerte absurda brindaban un cierre desolador a la película. La explícita violencia que estaba presente en la novela ya había sido moderada porque contradecía los dictámenes del Código Hays, todavía vigente en el cine (punto que despertó las quejas de Bogart, quien esperaba una muerte más brutal para su personaje). Huston defendió su corte de montaje de manera firme ante la insistencia del estudio que quería mantener vivo a Dobbs hasta el final y traicionar la letra de Traven. La película era extraña para la inversión que había supuesto, más de tres millones y medio de dólares de presupuesto y un rodaje extenso en México. La decisión de Huston prevaleció pero el estudio nunca supo cómo promocionar la película, ya que no era un western ni tampoco una película de aventuras, no había romance y el final resultaba un retrato poco alentador sobre la condición humana. Y si bien no resultó exitosa en su estreno, sí recupero su inversión y logró ganancias en sus sucesivas reposiciones. Finalmente Jack Warner admitió que era una de las películas de las que se sentía verdaderamente orgulloso.
Cuando llegaron los premios de la Academia llegó el momento de la revancha para John Huston. No solo obtuvo dos Oscar personales, a la Mejor Dirección y al Mejor Guion, sino que obtuvo el premio que más le importaba: para su padre como Mejor Actor Secundario. “Me sentí inmensamente orgulloso cuando mi padre obtuvo el Oscar. El tesoro de la Sierra Madre es una de mis únicas películas que cuando la encuentro en la televisión no cambio de canal. Cuando mi padre baila esa danza triunfal delante de la montaña, lanzando insultos a sus compadres, se me pone la piel de gallina. Un tributo a la grandeza que en mi caso solo he visto en presencia de Chaliapin, del pura sangre Ribot, de Jack Dempsey y de Manolete”. Walter Huston retribuyó el orgullo de ese hijo con el que no siempre había estado en buenos términos, con el que pasaron tiempo distanciados y finalmente encontraron su perfecta camaradería en el cine, con las siguientes palabras de agradecimiento al recibir el Oscar: “Hace muchos, muchos años, crié a un niño y le dije: ‘Hijo, si alguna vez te conviertes en guionista, trata de escribir un buen papel para tu viejo padre’. Por extraño que parezca, eso fue lo que hizo”.
El tesoro de la Sierra Madre está disponible en HBO Max, Qubit TV, Apple TV y Google Play