Es el espectáculo de rock más genial de Ann Arbor y casi todo el mundo tiene más de 65 años

Judith Cawhorn (izquierda) y George Fahmie (centro) en la "Geezer Happy Hour" en Ann Arbor, Míchigan, el 6 de enero de 2023. (Nic Antaya/The New York Times)
Judith Cawhorn (izquierda) y George Fahmie (centro) en la "Geezer Happy Hour" en Ann Arbor, Míchigan, el 6 de enero de 2023. (Nic Antaya/The New York Times)

ANN ARBOR, Míchigan — Todos los viernes por la noche, de septiembre a mayo, en un club nocturno afuera del campus de esta próspera ciudad universitaria, un grupo de acérrimos aficionados de la música se reúne para bailar al ritmo de algunas de las bandas en vivo más dedicados del sureste de Míchigan. Hay mujeres con vestidos rojos ajustados, hombres de pelo largo que beben botellas de cerveza y parejas que coquetean en el rincón que hay junto a los baños.

De hecho, solo una cosa distingue a este público de casi cualquier otro espectáculo de rocanrol en una ciudad pequeña de Estados Unidos: casi todo el mundo tiene más de 65 años.

Bueno, dos cosas: el espectáculo empieza siempre a las 18:30 y termina a las 21:00, a tiempo para irse a dormir a una hora razonable.

El nombre oficial de la fiesta es “Ann Arbor Happy Hour at Live”, pero mucha gente la llama “Geezer Happy Hour”, “Geezer Dance Party” o simplemente “Geezers”. La organiza Randy Tessier, catedrático de la Universidad de Míchigan y profesor de composición literaria de 72 años, quien ha tocado en grupos de rock y jazz desde que se mudó a la ciudad en 1972, cuando era un centro de la contracultura estadounidense oloroso a pachuli.

Desde su oficina sin ventanas de Angell Hall, decorada con carteles de Karl Marx, Miles Davis y Jimi Hendrix, Tessier contrata grupos y dirige la página de la comunidad en Facebook, que cuenta con 2700 miembros.

“Yo nos llamo el tsunami plateado”, comentó Tessier. “Somos muchos y todavía queremos roquear”.

“Geezer Happy Hour” es la última iteración de una hora feliz musical semanal que se viene celebrando (casi) sin parar desde que comenzó a principios de la década de 1970 en un bar de un solo ambiente llamado Mr. Flood’s Party. Con el paso de los años, el público ha ido envejeciendo junto con los artistas e intérpretes; algunas personas llevan 50 años acudiendo a los conciertos.

De izquierda a derecha: Peter Madcat Ruth, Rich Dishman y el organizador del evento Randy Tessier, en la "Geezer Happy Hour" de Ann Arbor, Míchigan, el 6 de enero de 2023. (Nic Antaya/The New York Times)
De izquierda a derecha: Peter Madcat Ruth, Rich Dishman y el organizador del evento Randy Tessier, en la "Geezer Happy Hour" de Ann Arbor, Míchigan, el 6 de enero de 2023. (Nic Antaya/The New York Times)

La concurrencia de un viernes reciente por la noche era la habitual: una agradable mezcla de hippies bien conservados, activistas, profesores, lugareños, músicos aficionados y un surtido de más de cien personas mayores de 60 años que simplemente no pueden dejar de bailar.

Iban vestidos con un estilo desenfadado: llevaban chaquetas con flecos y sombreros de fieltro, camisas de vaquero y pajaritas, pañuelos de arcoíris y barbas trenzadas.

También había tapones para los oídos y una que otra andadera.

“Toda la gente ha envejecido y sigue aquí”, afirmó Tom Kenny, un veterano de la hora feliz que vestía una camisa morada teñida estilo tie-dye y anteojos redondos tipo John Lennon.

A lo largo de los años, la hora feliz ha transitado por el centro de la ciudad de un local a otro (el Blind Pig, el Cavern Club, el Heidelberg) antes de establecerse en el Live en 2013. Los grupos musicales van desde los casi famosos (dos miembros de Sky King, que sacó un disco en Columbia en 1975, tocaron en el concierto más reciente) a los famosos por solo una noche. Tocan rock, blues, soul, jazz y country: cualquier cosa que haga mover al público, lo cual no es muy difícil.

“Es maravilloso”, dijo Dan Mulholland, músico de Ann Arbor desde hace mucho tiempo. “Esta gente baila cualquier cosa”.

Entre los bailarines de aquel viernes estaban Judith Cawhorn, de 76 años, y George Fahmie, de 84, ambos jubilados. Se conocieron en Match.com en 2010. Cawhorn llevaba años acudiendo a la hora feliz y no quiso hablarle a Fahmie de la fiesta hasta cerciorarse que él sabía bailar de verdad. (“Era mucho mayor que yo”, dijo).

Así que, en su primera cita, Cawhorn lo puso a prueba en otro bar. Fahmie aprobó. Ahora, le dice “mi cielo” y la pareja fue de las primeras en llegar a la pista de baile y de las últimas en marcharse.

“A mi edad la mayoría de las personas están muertas”, señaló Fahmie, “Pero dale dos golpes a la mesa y me pararé a bailar”.

‘Es lo más maravilloso de mi vida’

El personal de Live, que se transforma en un centro nocturno con bebidas y mesas para jóvenes profesionistas cerca de las 10 de la noche, adora al público de la tercera edad.

“Son los que se divierten más”, aseveró Chelsea Anderson, cantinera de 31 años que lleva seis trabajando en la hora feliz. “Todos se adoran. Es una gran diferencia con el público del horario posterior, donde todo el mundo está molesto y vomitando”.

Además, Anderson dijo que los clientes habituales de la hora feliz son “criaturas de costumbres” que rara vez modifican las bebidas que ordenan; los únicos inconvenientes, añadió, son que pierden cosas con mucha frecuencia y que, en algunas ocasiones, han necesitado una ambulancia.

Aquella noche, vestido con una camiseta de estrellas y pantalones de mezclilla, Tessier tocó el bajo y cantó en una banda lugareña de cinco músicos veteranos. El público estaba especialmente emocionado por ver a Peter Madcat Ruth, un virtuoso de la armónica ganador de un Grammy. A lo largo de dos participaciones, el grupo cantó 20 canciones, entre ellas “Ticket to Ride” de los Beatles, “Cissy Strut” de los Meters y “Samba De Sausalito” de Santana.

“Son la élite de los roqueros de Ann Arbor”, afirmó Corky Wattles, vendedora de automóviles jubilada de 66 años.

Entre un concierto y otro, Wattles y una decena de personas salían a la calle South First para drogarse.

Ann Arbor es sinónimo de activismo en torno a la marihuana desde hace medio siglo. Una manifestación de diciembre de 1971 para liberar al activista John Sinclair (amigo de Tessier), que en ese entonces cumplía una condena de 10 años de cárcel por posesión de dos cigarrillos de marihuana, reunió a 15.000 simpatizantes que vieron las actuaciones de Lennon y Stevie Wonder, y escucharon discursos de Bobby Seale y Allen Ginsberg. Cuatro meses más tarde, después de que el Tribunal Supremo de Míchigan declaró inconstitucional la ley estatal sobre delitos graves relacionados con el cannabis, los parranderos celebraron el primer Hash Bash (un evento como el Mardi Gras, pero para la marihuana) en el campus.

“Llevamos 50 años haciendo esto”, dijo Ruby Butler, de 73 años, mientras fumaba en una pequeña pipa de cristal, “¡solo que ahora es legal!”.

Entre los marihuanos también estaba Griff Griffin, un consultor informático jubilado de 70 años que se describió a sí mismo como un filósofo moderno. Griffin llevaba un collar multicolor con el signo de amor y paz y una única rasta amarillenta que, según dijo, no se había cortado desde el inicio de la primera Guerra del Golfo, en 1990.

“Es lo único que sigue creciendo”, afirmó.

Para sus devotos, la fiesta Geezer no solo es un vínculo con el pasado, sino un ritual comunitario que los mantiene. Wattles se refiere a sus miembros como su “tribu” y al evento como la “iglesia de la danza”.

“Es lo más maravilloso de mi vida”, señaló Maggie Levenstein, otra asidua. “Me hace feliz cada semana”.

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