Estás rodeado de estafadores

Poseer una computadora o un teléfono inteligente (es decir, involucrarnos con el mundo digital a cualquier grado) es convertirnos en un blanco. (Toma Vagner/The New York Times)
Poseer una computadora o un teléfono inteligente (es decir, involucrarnos con el mundo digital a cualquier grado) es convertirnos en un blanco. (Toma Vagner/The New York Times)

Abres los ojos y buscas con la mano hasta encontrar tu celular. Revisas la bandeja de entrada de tu cuenta de correo electrónico y descubres decenas de correos no deseados que lograron evadir el filtro.

Pasas a la aplicación de Instagram y encuentras una solicitud para una supuesta colaboración con una marca en tus mensajes privados. Mientras tanto, tus notificaciones de WhatsApp constan exclusivamente de desconocidos que te piden invertir en una casa de cambio de criptomonedas.

Un gerente de reclutamiento te contacta a través de LinkedIn para decirte que están “impresionados con tu experiencia y trayectoria únicas” y desean conversar sobre “oportunidades de trabajo emocionantes” en varias empresas de la Fortune 500.

Mientras revisas las redes sociales en tu hora de comida, ves a Tom Hanks promoviendo un plan dental y a Taylor Swift ofreciendo un sorteo de utensilios de cocina. (O al menos eso es lo que parece).

En el trayecto del trabajo a tu casa, recibes una alerta por mensaje de texto de FedEx con un número de rastreo y un enlace de internet para actualizar tus preferencias de entrega (excepto que no recuerdas que haya ningún envío pendiente a tu casa).

¿Deberías darle clic al vínculo? ¿Contestar la llamada? ¿Buscar esa oportunidad de trabajo? ¿La persona que te acaba de mandar un mensaje de texto en el que se lee: “Ey”, desde un número que no reconoces es alguien que sí conoces?

Poseer una computadora o un teléfono inteligente (es decir, involucrarnos con el mundo digital a cualquier grado) es convertirnos en un blanco. (Toma Vagner/The New York Times)
Poseer una computadora o un teléfono inteligente (es decir, involucrarnos con el mundo digital a cualquier grado) es convertirnos en un blanco. (Toma Vagner/The New York Times)

Bienvenido al mundo de las estafas, la capa ilícita justo debajo del mundo en el que vivimos todos los días. Está repleto de estos mensajes de texto falsos, llamadas telefónicas no deseadas e intentos de “phishing”.

Al parecer, cada faceta de la vida diaria ahora tiene su correspondiente estafa (incluso la muerte, cuando los detalles proporcionados en los obituarios en línea son utilizados para cometer robo de identidad). Además, Pamela Rutledge, directora del Centro de Investigación de Psicología de Medios en Boston, afirma que la posibilidad de que seamos engañados en cualquier momento “nos hace sentir siempre vulnerables”.

Rutledge aseguró: “Esa falta de confianza significa que no puedes asumir la información como te la presentan. Estás en un estado más alto de vigilancia”.

‘Preparado’ para ser engañado

En los primeros años de la cultura digital, la frontera entre el mundo real e internet era sólida. Navegar por la web durante una hora o dos en la tarde se sentía como un pasatiempo alejado de los asuntos de la vida cotidiana.

Ahora, llevamos internet a todos lados en nuestros bolsillos y dependemos de eso para prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana. Rachel Tobac, directora ejecutiva de SocialProof Security, una compañía de ciberseguridad, mencionó: “Estamos dentro de la computadora”.

Vivir nuestra vida en línea ha engendrado una confianza injustificada pero necesaria. Sería difícil usar TikTok, Uber y Gmail todos los días si creyéramos que hacerlo conlleva un gran riesgo. Tobac aseveró que muchas personas “apagan sus cerebros” cuando usan estas aplicaciones y plataformas, “porque es muy estresante tomar en cuenta que estas interacciones podrían ser dañinas”.

Sin duda alguna, todavía hay muchos defraudadores y estafadores en el mundo real, algunos de los cuales (como Anna Delvey y Sam Bankman-Fried) han despertado la fascinación de muchas personas. Sin embargo, Cory Doctorow, un periodista y autor de ciencia ficción que ha escrito sobre el internet desde sus inicios, señaló que “un reino digital crea un embudo aún más grande (a menor costo) para las estafas”.

Doctorow destacó que, de la misma manera en que el internet ha hecho que las tareas rutinarias sean menos pesadas, también ha causado que los engaños sean mucho más fáciles de lograr. Imagina una sala hace algunos años en la que estafadores parlanchines hacían cientos de llamadas telefónicas en un esfuerzo para quitarles sus ahorros a desconocidos, indicó Doctorow. Ahora, regresa a la actualidad, a 2024, cuando los estafadores pueden enviar millones de mensajes de texto y correos electrónicos de “phishing” con la ayuda de bots.

Doctorow explicó: “Si puedes automatizar parte del proceso, puedes lanzar una red mucho más extensa”.

La Comisión Federal de Comercio (FTC, por su sigla en inglés) informó que las estafas a través de mensajes de texto lograron engañar a los estadounidenses hasta quitarles 300 millones de dólares en 2022. Ese mismo año, los estadounidenses recibieron 225.000 millones de mensajes de texto no deseados, un incremento del 157 por ciento en comparación con el año previo, según un informe de Robokiller, una compañía que vende una aplicación que bloquea los mensajes no deseados.

A pesar de su conocimiento del mundo digital y de que es muy precavido, Doctorow no es inmune al “phishing”.

En diciembre, mientras vacacionaba con su familia en Nueva Orleans, recibió una llamada de su banco para preguntarle si había gastado 1000 dólares en una tienda Apple en Nueva York. En realidad, quien lo llamó era un estafador que obtuvo el número telefónico de Doctorow y el nombre de su institución bancaria (tal vez mediante alguno de los muchos vendedores de datos que recolectan información personal y la venden a terceros) y, después, usó software de suplantación de identidad para aparecer como su banco en su identificador de llamadas.

Durante la llamada, Doctorow dio los últimos siete dígitos de su tarjeta de débito (información suficiente para que el defraudador aplicara cargos a su cuenta).

Un presente distópico

El autor de ciencia ficción William Gibson, quien acuñó el término “ciberespacio”, hizo a un hacker el protagonista de su novela de 1984, “Neuromancer” (“Neuromante”), que se desarrolla en la década de 2030. Alrededor de 25 años después de que la escribió, comenzó a ambientar sus libros ya no en el futuro distante, sino en el presente.

El tenso panorama de la década de 2020 parece especialmente gibsoniano: una rutina desestabilizadora y agotadora en la que la propia tecnología de la que dependemos nos hace dudar si lo que vemos y oímos es real.

Dos incidentes recientes revelan cuán fácil es ser arrastrado hacia el mundo de las estafas.

En febrero, un trabajador de finanzas en Hong Kong fue víctima de un engaño y transfirió 26 millones de dólares del dinero de su compañía a estafadores que se hicieron pasar por sus colegas en una videollamada. El fraude hizo uso de recreaciones de ultrafalsos (“deepfakes”) tan sofisticadas que estas le hicieron pensar que hablaba con su jefe y otros miembros del personal. (Las promociones falsas que muestran a Hanks y Swift usaron tecnología similar).

Días después de que Bloomberg informó sobre el complejo engaño en Hong Kong, The Cut publicó un relato en primera persona de Charlotte Cowles que llevaba el encabezado: “El día que metí 50.000 dólares en una caja de zapatos y se la entregué a un desconocido”.

En el inicio de la historia, Cowles, una periodista de finanzas que también ha colaborado con The New York Times, escribe que “una mujer educada con un ligero acento me dijo que llamaba del servicio a clientes de Amazon para verificar una actividad inusual en mi cuenta”.

Lo que ocurrió después fue un drama psicológico digno de Hitchcock: luego de que se le informó a Cowles que había sido víctima de robo de identidad, la transfirieron con un investigador de la FTC y, posteriormente, con un agente de la CIA. Ahí se enteró de que era investigada por crímenes federales y que su teléfono había sido intervenido.

Tobac manifestó que el suplicio de varias horas (un drama completamente fabricado por los estafadores a través de la línea telefónica) tenía todos los ingredientes de una estafa moderna.

“Están suplantando la identidad del servicio al cliente, creando autoridad con detalles delicados tomados de sitios de venta de datos, usando la urgencia y el temor, y apelando al respeto a las autoridades”, precisó Tobac.

Las reacciones al relato no fueron universalmente de empatía y Cowles entendió las quejas de los críticos que la consideraron ingenua.

En una entrevista, Cowles confesó: “Ciertamente, antes de que esto me pasara, yo era alguien que no se consideraba vulnerable a las estafas”.

No obstante, los números desmienten esa reacción.

El año pasado, se reportaron más de 600.000 casos que involucraron estafas por impostores en Estados Unidos, lo que costó a los estadounidenses más de 2000 millones de dólares, según la FTC. Entre las víctimas se encuentran el conductor de Bravo TV Andy Cohen, quien asistió al programa “Today” de la cadena NBC en enero para advertir a los espectadores sobre cómo había perdido miles de dólares ante una persona que se hizo pasar por un representante de su banco.

‘Cortésmente paranoica’

Tobac, la experta en ciberseguridad, opinó que las estrategias que la gente ha usado para protegerse de los riesgos del mundo analógico podrían no aplicar para la nueva realidad digital.

“Estamos en un territorio fácil para los atacantes. No hemos construido defensas”, puntualizó.

Tobac expresó: “Soy escéptica acerca de casi todos” y relató que, cuando se le contactó para este artículo, ingresó el correo electrónico de este reportero en una herramienta de verificación y empleó un segundo método de comunicación, a través de X, antes conocida como Twitter. Solo entonces se sintió lo suficientemente segura como para aceptar una entrevista telefónica.

Se refiere a esta estrategia como ser “cortésmente paranoica”. Tiene que repetir su proceso de verificación de varios pasos decenas si no es que cientos de veces a la semana. Cortésmente o no, ha aprendido a aceptar la paranoia.

Para subrayar lo que es necesario para mantenerse segura en el mundo de las estafas, Tobac precisó a la mitad de la entrevista: “Por cierto, este no es mi número telefónico real”.

c.2024 The New York Times Company