Los estrenos de la semana: las críticas de streaming, cine, música y teatro, de Wakanda por siempre al regreso de El Jefe
Las propuestas para el fin de semana están marcadas por un film de un tono inusual para la factoría Marvel, construido alrededor de la pérdida de una de sus luminarias, el actor Chadwick Boseman, y el regreso de Bruce Springsteen en modo intérprete, tomando algunas de las canciones más memorables del soul para cantarle a los años oscuros en los que vivimos. La guerra, en toda su insidiosa actualidad, es puesta en perspectiva histórica con la adaptación de la novela pacifista por antonomasia, Sin novedad en el frente, escrita en 1928 por Erich Maria Remarque y centrada en la Primera Guerra Mundial, pero que le habla claramente al presente.
Cine
Pantera negra 2: Wakanda por siempre. Wakanda por siempre tiene un condicionamiento casi determinante: la inesperada muerte de Chadwick Boseman en agosto de 2020. Toda la película está atravesada por ese duelo, explica Marcelo Stiletano en su crítica. Como T’Challa, el enérgico y patriarcal monarca de un desconocido (y poderoso) reino africano que se suma a los Avengers con su disfraz oscuro de rasgos felinos, Boseman había logrado convertirse en guía y referente carismático de toda una corriente de pensamiento y acción que encontraba a través de Marvel espacio para afirmarse y llegar a todas partes. En ese camino vuelven a tallar fuerte aquí los grandes personajes femeninos que ya se lucieron en Pantera Negra. Un conjunto preciso y muy bien desarrollado, tan capaz de sostener la historia en términos dramáticos como de liderar con enérgica disposición las grandes escenas de acción: la valerosa Shuri (Letitia Wright), la teatral Ramonda (Angela Bassett), la aguerrida Okoye (Danai Gurira) y la astuta Nakia (Lupita Nyong’o), a la que se suma una joven prodigio surgida del MIT llamada Riri Williams (Dominique Thorne). El antagonista de los habitantes de Wakanda es el mutante Namor (Tenoch Huerta), que lidera una especie de Atlántida (un mundo subacuático de formidable diseño visual habitado por seres de piel azul y habla precolombina llamado Talokan) que busca una alianza con Wakanda para evitar que el resto del mundo desarrollado y sobre todo Estados Unidos (la “superficie”) se apropie del vibranio, material del que está hecho el escudo del Capitán América y en el que se funda la riqueza de Wakanda, orientando la trama hacia un costado geopolítico en el que Coogler prefiere no profundizar. Nuestra opinión: buena.
Discos
Bruce Springsteen, Only the Strong Survive. En su segundo elepé de canciones ajenas, dedicado a la era dorada del soul y el R&B entre los 60 y los 80, El Jefe apuesta a echar un manto de luz sobre una época oscura, pondera Diego Mancusi en su reseña de este álbum. Mientras las “grietas” se multiplican en todo el planeta, Springsteen elige correrse y hacer su parte para descomprimir: “Son canciones que fueron como una epifanía para mí, que me hacen feliz, y que si las canto también pueden hacer felices a mis fans”, explicó. Esa es su motivación: contagiar alegría. Para eso eligió un set sin hits rutilantes (hay canciones de The Temptations, Aretha Franklin, Diana Ross & The Supremes, The Commodores, The Four Tops, Al Kooper...) del que se adueñó sin tampoco volverlo irreconocible. Cuando se apartó del arreglo original (por ejemplo en “Don’t Play That Song”, interpretada por Aretha) lo hizo para darle entrada a un sonido fibroso, de banda numerosa y presencia de las guitarras, pero no descartó las cuerdas o los coros femeninos en pos de una pretensión rockera. En otras canciones (como “Nightshift”, que en sí misma es un tributo a Marvin Gaye y Jackie Wilson) se limitó a respetar las estructuras para que el gran cambio a notar sea su voz. Se lo nota divertido, vibrante, lúdico, a años luz de la hiperproducción del pop actual. Y mientras tanto las letras, cargadas de amor y desamor juvenil, son un pasaje a épocas más simples en las que todavía se podía ser inocente. Sin intenciones de sonar actual, el Jefe nos regala la celebración de un anacronismo que es muchísimo más que haber envejecido y no congeniar con la onda de hoy: es, por el contrario, una batalla personal por demostrar que lo bello que funcionaba ayer puede seguir funcionando hoy, que las experiencias individuales pueden traducirse a lo grupal y que nunca es tarde para encontrarse con una melodía que nos doble la vida. Así, Only the Strong Survive cumple con su objetivo revulsivo: las canciones pasan y las sonrisas quedan. Nuestra opinión: muy bueno.
Streaming
Sin novedad en el frente. La primera adaptación alemana del clásico pacifista de Erich Maria Remarque –candidata de ese país al Oscar al film internacional– está mayormente estructurado como un contrapunto entre los cruentos combates y la escasez, el padecimiento y la precariedad de la vida de los protagonistas en las barricadas, y por el otro, la holgura, la seguridad y la saciedad de las que gozan los funcionarios que comandan la guerra, explica Hernán Ferreirós. Este contraste es acaso demasiado crudo, a pesar del extraordinario trabajo estético y significante sobre los espacios en cada escena: la elegante y severa simetría de los interiores palaciegos frente el ecosistema húmedo, viscoso y laberíntico, sin avance ni salida, de las trincheras, donde hay tanto barro y miedo que casi nunca los soldados tienen colores humanos. Otras oposiciones que dan estructura al film van en la misma línea: la belleza de un amanecer, de las brumas en un bosque o del despertar de unos cachorros salvajes, es decir, la luminosa indiferencia de la vida en el mundo natural, contrasta con las innecesarias fealdad, violencia y muerte manufacturadas en el campo de batalla. La historia parte de una premisa genérica: cuatro amigos van a la guerra en busca de gloria y aventuras y, desde luego, se encuentran con el infierno. En las amistades perdidas en la batalla y en la transformación de sus caras frescas en máscaras rústicas está la resonancia emocional de la película, aunque el escaso desarrollo de los personajes no la fomenta demasiado, salvo en el caso del protagonista Paul (Felix Kammener) y su protector/figura paterna Kat (Albrecht Schuch), que son los únicos soldados que tienen más que un rasgo definitorio. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
The Playlist. Así como el true crime es hoy una tendencia evidente en la producción de las plataformas de streaming más populares del mercado, también hay en la actualidad una gran cantidad de ficciones que giran alrededor de la creación y la evolución posterior de unicornios (empresas que alcanzan una valoración de 1.000 millones de dólares sin tener presencia en Bolsa), apps y negocios tecnológicos que por una razón u otra hicieron mucho ruido en los últimos años. Ahora es el turno de Spotify, el gigante digital que cambió el negocio de la música y que tiene hoy 433 millones de usuarios y 188 millones suscriptores en todo el planeta. La miniserie de seis capítulos que aborda el caso es sueca, como también lo es el creador de la plataforma musical, Daniel Ek. Se llama elocuentemente The Playlist y está basada en el libro de investigación periodística Spotify Untold, de los también suecos Sven Carlsson y Jonas Leijonhufvud. Arranca en 2004 (cuando aparece la idea embrionaria de Spotify en el marco de una altísimo desarrollo de la piratería digital, con el fenómeno The Pirate Bay en el centro de la escena) y llega hasta 2024, cuando el gigante del streaming musical empieza a ser investigado por el Congreso de los Estados Unidos, una hipótesis futura claramente inspirada en el proceso que tuvo que enfrentar Mark Zuckerberg en 2018, escribe Alejandro Lingenti en su reseña. Tiene un tono didáctico y no se tejen demasiadas especulaciones sobre una historia privada que seguramente debió tener tener algunos pormenores interesantes y cuyos detalles solo conocen los verdaderos protagonistas. Este abordaje un poco timorato es una debilidad notoria de The Playlist, más cerca del mandato de la “crónica equilibrada” que del incisivo estudio de un personaje complejo y contradictorio que David Fincher supo construir en La red social. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Resurgir. Jennifer Lawrence no tiene un estilo especialmente expansivo como actriz. Es más sugestiva que evidente, y parece más cómoda en películas que comparten esa moderación, como esta ópera prima de Lila Neugebauer, directora norteamericano que hasta ahora se había dedicado mucho más al teatro y solo había dirigido capítulos sueltos de un par de series. El entrenamiento teatral de la realizadora tiene su repercusión en la película: la dirección de actores es, rotundamente, uno de sus fuertes. Todos, también los secundarios de un elenco reducido, están muy bien, pero quienes se lucen particularmente son Jennifer Lawrence (en su regreso a la actuación tras algunos años de silencio) y Brian Tyree Henry, el conflictuado y egocéntrico rapero Paper Boi de Atlanta, aquí en un rol diferente, el de un hombre de mediana edad que no encuentra a mano motivaciones para intentar recuperarse. Hay toda una extensa primera parte de la película centrada en el personaje de Lawrence, una ingeniera militar que vuelve de Afganistán con serios problemas de salud luego de ser una de las víctimas de un sorpresivo atentado. Cuando vuelve a la casa de su madre, Lynsey no coordina bien sus movimientos, habla poco y muy pausado, parece todo el tiempo perturbada, ajena a su entorno. Una estampa habitual en ficciones producidas por un país con un grueso prontuario bélico, en cualquier caso. Lynsey insinúa con el cuerpo todo aquello que no dice con su voz, un mérito indiscutible de la actriz que interpreta el papel. Disponible en: Apple TV+. Nuestra opinión: buena.
Teatro
Dos bacalaos noruegos (Centro Cultural de la Cooperación). En la sala más pequeña del centro –que este mes cumple 20 años– se presenta un espectáculo de varieté, que es una de esas joyitas, que cada tanto ofrece el teatro y si se las detecta, es para no perdérselas, afirma en su crítica Juan Carlos Fontana. Mace de una creación colectiva, entre sus dos intérpretes, su directora y el dramaturgo Patricio Bazán. Aunque el personaje de Popovoski, el clown que interpreta Octavio Bustos, es una creación propia del actor que data de 2003, luego en 2005 le añadió otras peripecias y ahora lo vuelve a traer a escena, con nuevas vertientes metafísicas y de una seguidilla de situaciones tan absurdas, como existencialistas y desopilantes. Dos teloncitos de fondo y un banco de plaza, todo en color gris acerado, que va modificándose con la iluminación, completan su ambientación escenográfica. En ella, Popovoski (Octavio Bustos) y Yoko Onda (Leticia Torres), se sacan chispas a partir de dos interpretaciones tan meritorias, como delirantes y certeras. No sólo en el exacto manejo del tiempo dramático, también en ocurrencias y espontaneidad. Ambos artistas tienen una sólida formación en el género clownesco, también en técnicas físicas e interpretativas y en escena, mediante una sucesión de bien estudiados matices, dan en el blanco para hacer brotar la risa casi constante de los que observan. Sus ocurrencias parten de lo cotidiano, a las que les añaden una cuota de surrealismo y de elementos metafísicos y simbólicos a sus situaciones. Popovoski y Yoko parecieran ser el anverso y reverso de una misma moneda, cara o ceca, vivir o morir, disfrutar o sufrir. Nuestra opinión: muy buena.
Carniceros de la lírica (El astrolabio Teatro). Telch y Albretch, una pareja de carniceros de barrio, aspiran a salir con vocación de artistas del tedio existencial de un negocio al que amenaza el surgimiento de un supermercado vecino. Ella es la letrista y él es el compositor de “La virgen de la morcilla”, el tema que ensayan durante la pausa del mediodía en la carnicería, la invocación casi religiosa con que buscarán la consagración en la convención de carniceros. Los personajes de Carniceros de la lírica se asemejan en su expresividad a los de los populares calendarios Alpargatas, de Florencio Molina Campos, pero insertos ya en el paisaje urbano de los años 50 y 60. Se respira un aire de arrabal en transición en ese trajinar de medias reses y en la vocación por el canto con la guitarra, escribe Juan Garff. Pero también en la presencia de la pobreza urbana, que irrumpe corporizada por un tercer personaje, Don Hugo, un viejo anarquista marginado, que pide un poco de carne picada o algún chorizo para el gatito que cita como excusa, en un vano intento por ocultar su hambre. Alberto Muñoz, el guionista de Magazine ForFai y Okupas, el músico que creó MIA (Músicos Independientes Asociados) con Lito y Liliana Vitale, el autor de Misa Negra, poeta con independencia de los géneros que transite, le dio al texto de palabras cuidadas y ritmo musical un poder evocativo que dentro del grotesco salta a través del humor a consideraciones filosóficas. “¿Tenés corazón?”, pregunta Don Hugo, “Sí, algo queda”, contesta la carnicera. Nuestra opinión: muy buena.