Estrenos de teatro. Bodas de sangre, la arriesgada versión de un clásico

Bodas de sangre
Bodas de sangre

Autor: Federico García Lorca. Adaptación: Cecilia Pavón y Vivi Tellas. Dirección: Vivi Tellas. Intérpretes: María Onetto, Alfredo Staffolani, Claudia Cantero, María Inés Sancerni, Laura Nevole, Nicolás Goldschmidt, Rita Pauls, María Soldi, Nadia Sandrone, Agustín Daulte, Luciano Suardi, Miranda de la Serna, Mbagny Sow, Max Suen, Julián Ekar, Maruja Bustamante, Florencia Bergallo, Pablo Lugones, Eugenia Roces, Nina Loureiro. Música: Diego Vainer. Iluminación: Jorge Pastorino. Vestuario: Pablo Ramírez. Escenografía: Guillermo Kuitca. Teatro: San Martín, Corrientes 1530. Funciones: de miércoles a domingos, a las 20. Duración: 120 minutos.

Escrita en 1933 esta tragedia del español Federico García Lorca demuestra que no ha perdido vigencia. Introducirse en el universo que plantea el autor granadino en el que se mezclan las tradiciones que dominan el modo de vida de una comunidad andaluza de la época con las pasiones amorosas de unos personajes que no logran sobreponerse a su sino trágico, siguen despertando el imaginario de los creadores de distintas generaciones, como si un misterio subyacente estuviera siempre por develarse, aunque los años pasen y las realidades cambien.

La directora Vivi Tellas construye un espectáculo que dialoga con este conflictuado mundo contemporáneo en el que parecería que Bodas de sangre, en tanto historia, tiene poco que aportar. Un drama rural en el que el paisaje termina dando forma a las conductas de los personajes y luego pareciera devorar a algunos de ellos. En muchísimas ocasiones, a la hora de llevar la pieza a escena, hasta se ha resguardado cierto estilo de interpretación clásico, en el que se cuidaba que varios momentos de la acción se expresen con una solemnidad tal que posibilitaran al público reconocer la calidad interpretativa, sobre todo de la Madre.

Tellas escapa a toda solemnidad , respeta el texto original de García Lorca pero, entre otras cosas, decide aventurarse a investigar en ciertas cuestiones de género. Esto hace que aparezcan elementos femeninos en la imagen de Leonardo y El novio. La criada de La novia está interpretada por un hombre que, si bien viste de mujer, mantiene su voz y su postura corporal masculina (creativo trabajo de Agustín Daulte).

En el decir del texto la directora pone énfasis en una actuación más cercana a lo emocional en intérpretes como Claudia Cantero (La Vecina), María Inés Sancerni (La suegra), Laura Nevole (Mujer de Leonardo), Florencia Bergallo (La Mendiga) y Luciano Suardi (Padre). Todos ellos construyen con mucha seguridad y rigor a esos personajes. A la vez, Tellas permite que un grupo de jóvenes actores juegue con libertad los pasajes de los que participan que, por supuesto, no aportan demasiado a la acción.

María Onetto tiene la difícil tarea de construir a una Madre que está muy marcada por una vida desolada. No permite que ciertos valores tradicionales se transgredan y ha perdido a su familia (esposo e hijos) en situaciones de extrema violencia. Todo por lo que ha peleado la ha llevado a una soledad extrema. Y es más, en algunos pasajes de la obra, donde busca imponer su pensamiento, el público ríe porque, en nuestro presente, eso que expresa resulta ajeno a cuestiones que hacen al accionar de hoy. Onetto consigue hacer que su personaje deje en claro que muchas libertades conseguidas por nuestra sociedad ya no puedan reimplantarse.

El trío de enamorados conformado por Miranda de la Serna (Novia), Alfredo Staffolani (El novio) y Nicolás Goldschmidt (Leonardo) se muestra como criaturas atravesadas por una notable debilidad. No logran otorgarles a sus personajes la carnadura necesaria como para que el espectador pueda reconocer en ellos la profundidad del drama que atraviesan. Asoman más como observando esas situaciones que construyen pero no consiguen internalizarlas. El público se llevará, seguramente, la bella imagen de cada uno de ellos pero no se sentirá conmovido por lo que les sucede.

Durante el primero y segundo acto la acción se desarrolla en un espacio casi siempre despojado, en el que la iluminación de Jorge Pastorino ayuda a construir imágenes muy sensibles y logra que el espectador se introduzca en un mundo marcadamente onírico. El escenógrafo Guillermo Kuitca emplea escasos objetos para dividir los espacios por los que circula el drama. En el acto final la imagen es sumamente contundente. El bosque dentro del cual se producirá el desenlace del conflicto posee una presencia impactante. Lamentablemente las escenas que se juegan dentro de él no resultan tan intensas. El pequeño monólogo de la Luna aparece, también, algo desdibujado.