Estrenos de teatro. A Canción de carnaval le falta la locura necesaria que justifique tanto desequilibrio

Luciano Crispi, en Canción de carnaval
Luciano Crispi, en Canción de carnaval - Créditos: @Lucas David Ramirez

Dramaturgia: Ignacio Torres. Dramaturgia escénica: Mariano Stolkiner. Intérprete: Luciano Crispi. Diseño de Iluminación: Julio López. Asistencia técnica: Tomás Capelli. Asistencia de dirección: Lucas David Ramírez. Diseño de movimientos: Sofía Rypka. Dirección: Sofía Rypka, Mariano Stolkiner. Sala: El Extranjero, Valentín Gómez 3378. Funciones: sábados, a las 20. Duración: 60 minutos.

Autor de textos como Acuario y Solo hay ligación si la complementariedad es exacta, Ignacio Torres viene desplegando una intensa labor como autor, actor y director. En Canción de carnaval recrea la relación de un profesor de literatura (Lautaro) con uno de sus alumnos (Amador) en una ciudad pequeña, signada sin duda por ciertas pautas morales que no resulta sencillo sobrepasar.

Entre ellos asoma una profunda historia de amor que moviliza mucho a Lautaro, el personaje que narra la historia. Y si bien al comienzo los encuentros entre ellos no parecen resultar más que juegos intensos que se dan en un marco de intimidad que pareciera no querer proyectarse más allá de la habitación de un monoambiente, poco a poco la pasión va ganando espacio. Y esto parecería provocar una profunda conmoción en Lautaro quien, en más de una oportunidad, tratará de encontrar las palabras más adecuadas que definan lo que sucede entre ambos o, fundamentalmente, aquello que lo inquieta tanto a él.

Mientras Lautaro se debate en cómo manejar ese amor que lo conmociona y lo obliga muchas veces a replanteos inesperados, Amador asoma como un ser cuya libertad le posibilita hasta plantear vivir esa relación a fondo pero en una gran ciudad, escapando de ese ámbito social que parecería a veces condenarlos.

Frente a ese panorama que trastoca la identidad del narrador, éste opta por tomar una decisión horrorosa, tan desmesurada que impacta en la atención de los espectadores y que lleva a preguntarse si en verdad una intensa relación amorosa puede resolverse eliminando al otro, devorando así todos los deseos y, sobre todo, pensar que la felicidad puede estar ligada al horror.

Si bien el texto de Torres es simple en su estructura y al cabo de su desarrollo deja demasiados espacios sin resolver, ya sean cuestiones que tienen que ver con las personalidades de ambos individuos o la descripción de un marco social y académico que sin duda no los acompaña, el texto impacta por su resolución pero, para llegar a ella el espectador deberá hacer un esfuerzo por completar esos campos vacíos a los que hacíamos referencia.

Desde la dirección Mariano Stolkiner y Sofía Rypka no logran movilizar adecuadamente la sensibilidad del intérprete Luciano Crispi. Él apenas deja que su cuerpo se deje atravesar por esa historia que pareciera no pertenecerle. Ni siquiera su imaginación puede recrear las situaciones que expone en ese espacio totalmente despojado que no puede terminar de habitar, excepto cuando baila. Su Lautaro distancia los hechos que presenta, no le propone al público ingresar en ese viaje que protagoniza. Lautaro y Luciano parecerían preferir mantenerse al margen de los hechos. Es cierto que puede resultar demasiado doloroso lograr compartir una historia de amor que no consigue llegar a un estado ideal de complicidad, pero también lo es el hecho de que el teatro da la posibilidad de jugar a fondo con las mínimas sensaciones que pueden promover unas situaciones que expresan afectos, fantasías y hasta, como en este caso, el dolor más profundo.

El carnaval puede llevar a desarrollar acciones desbordadas en muchas ocasiones y en gran cantidad de personas pero, a esta canción, le falta esa locura necesaria que justifique tanto desequilibrio . En escena hay un cuerpo que no reacciona a unos estímulos que dispara ese relato de pequeña estructura. Sobre el final, además, Ignacio Torres propone que entre carnaval y canibalismo hay una muy débil línea de separación que, al atravesarse, derrumba cualquier instancia que posibilitaría dar forma a una verdadera e intensa construcción amorosa. Ese registro está ausente en el espectáculo.