Estrenos de teatro. Israfel, el mundo de Poe, con la mirada del gran Abelardo Castillo
Autor: Abelardo Castillo. Versión y dirección general: Daniel Marcove. Intérpretes: Aldo Pastur, Juan Manuel Correa, Cristina Allende, Marcos Woinski, Julieta Pérez, Miguel Sorrentino, Diego Sassi, Mario Petrosini, Christian de Miguel, Martín Fiorini y Ezequiel Moyano. Sala: Centro de la Cooperación, Corrientes 1543. Funciones: Viernes a las 19; sábados, a las 22.30. Duración: 90 minutos.
Profundo admirador del poeta y narrador norteamericano Edgard Allan Poe, Abelardo Castillo concibe Israfel a comienzos de la década del 60, demostrando cabalmente su capacidad para introducirse en el campo dramatúrgico (con anterioridad había escrito El otro Judas) y que por entonces la crítica saludó con notable pasión. “Me acojo con placer a las bellas tradiciones olvidadas de nuestro teatro, al saludar, en Abelardo Castillo, el advenimiento de un dramaturgo; aparición siempre milagrosa. Palabras mayores”, escribió Edmundo Guibourg en el prólogo a la primera edición de la obra publicada por Losada, en 1964.
Poe es el gran protagonista de la pieza y a quien Castillo observa con una mirada muy piadosa, aunque nunca deja de reflejar el mundo en el que el artista se desarrolla. Poe pareciera ir siempre a contra corriente de una sociedad que está demasiado enfrascada en unos valores morales tan compactos que resulta difícil para un ser como él adaptarse a ellos. No solo porque su interior está extremadamente convulsionado por los mandatos de un tutor que termina dejándolo en la más extrema soledad y miseria sino, sobre todo, porque su intento por demostrar que es un gran escritor y que tiene los méritos suficientes para ocupar un importante lugar en el mundo literario de su país se ve continuamente frustrado.
El poeta no ceja en su intento, sigue creando y se aferra al alcohol y a las drogas. Su vida se transforma en un verdadero calvario del que solo escapa gracias a su trabajo creativo y a su amor por su esposa Virginia.
En la versión creada por el director Daniel Marcove aparece Castillo en escena. Abre el espectáculo y comenta algunos momentos de la trama. En ese papel Aldo Pastur consigue ir encajando algunas piezas y desde un lugar muy sensible. Evitando todo protagonismo logra dar aliento a ese camino desolado por el que transita el protagonista.
La acción casi continuamente se desarrolla en el ámbito de una taberna. Allí Poe reflexionará sobre su existencia y despotricará sobre una sociedad más interesada en cuestiones económicas, en valores que sostienen a las clases pudientes, en detrimento de los individuos que afanosamente trabajan diariamente siguiendo sus necesidades personales y sueñan y necesitan ser reconocidos.
Marcove construye un espectáculo en el que la historia se desarrolla, por momentos, a un ritmo pausado que expone a los personajes de manera muy simple , no lleva a la mayoría de los actores a profundizar en cada una de sus conductas o sus objetivos dentro de cada escena. Las situaciones se juegan con cierta corrección pero hay un universo poético (tan propio del autor) que no se explora a fondo y entonces esos intérpretes no llegan a acompañar con fuerza a ese magnífico protagonista que sostiene el espectáculo que es Juan Manuel Correa . Su recreación de Poe es verdaderamente notable. El actor posee una muy interesante capacidad a la hora de transformarse en ese ser que tan bien delineó Abelardo Castillo. Extremadamente irreverente por momentos, tierno y amoroso por otros. Tan perfecto e imperfecto, tan delicado y revulsivo y siempre sumamente apasionado.
Hay otro muy buen actor en este elenco que sabe ingresar en el juego que arma Correa, Miguel Sorrentino (Thomas, en la ficción). Las escenas entre ambos resultan realmente conmovedoras. Entre ellos aparece una intensa comunicación, un entendimiento tan notable que logran que el espectador encuentre, a través de sus recreaciones, la definición exacta de la conflictiva personalidad de Edgard Allan Poe.
Es indudable que estos logros son el resultado de la guía del director pero, a la vez, debemos reconocer que la misma calidad no se obtiene en la totalidad de la propuesta.