Estrenos de teatro. En Yo también me llamo Hokusai Iván Hochman muestra su talento histriónico

Yo también me llamo Hokusai
Yo también me llamo Hokusai

Texto original: José Emilio Hernández Martín. Adaptación: Tomás Masariche e Iván Hochman. Dirección: Tomás Masariche. Intérprete: Iván Hochman. Diseño de video y sonido: Maga Clavijo. Escenografía y vestuario: Laura Copertino. Iluminación: Matías Sendón. Teatro: El Picadero, Pje. Enrique Santos Discépolo 1857. Funciones: miércoles, a las 22. Duración: 95 minutos.

Si bien comienza el espectáculo haciendo alusión a su trabajo en la serie El amor después del amor, y hasta canta y comanda unos teclados en vivo, a la manera de Fito Páez, lo de Iván Hochman en Yo también me llamo Hokusai no pasa por usufructuar la imagen del músico al que da vida en el envío de Netflix ni por rendirle pleitesía. Sólo se trata de una introducción, graciosa y descontracturada, en la que confiesa su temor a quedar “pegado” al personaje, como Daniel Radcliffe y Elijah Wood con Harry Potter y Frodo Bolsón; y toma partida por Robert Pattinson, el protagonista de la saga Crepúspulo, “quien supo dar una vuelta de timón en su carrera a tiempo”.

Dicho todo eso, y a instancia de un importante artista plástico que le recomienda aprovechar sus cinco minutos de fama para crear un unipersonal que le permita exhibir sus “verdaderos dotes actorales”, a Hochman se le ocurre una idea tan disparatada como peligrosa: robar del The Art Institute of Chicago el cuadro “La gran ola”, del eximio grabador japonés del período Edo Katsushika Hokusai, famoso por desprenderse de sus obras tirándolas al océano. ¿Y para qué? Para intentar reconquistar a su novia, María, de profesión geóloga, que lo abandonó y se marchó al exterior a detectar a tiempo el movimiento de las placas tectónicas y así salvar al mundo. Yo también me llamo Hokusai es, además, la historia de un escritor sin nombre que pena por la ausencia de su amada y que, hundido en la más profunda de las tristezas, decide utilizar su prosa para volver a convocarla. Como nunca logra escribir nada su empresa no tiene éxito y todo se transforma en una parodia. De esta manera, el complejo texto de José Emilio Hernández Martín se transforma en una suerte de juego de cajas chinas, con un argumento “encastrando” dentro del otro, hasta fundirse en uno solo (no sin antes generar cierta confusión, hay que admitirlo).

En resumidas cuentas, de eso se trata Yo también me llamo Hokusai. Pero eso no es lo importante, aquí lo que vale son los temas que van surgiendo a lo largo de las peripecias del protagonista: el amor, la amistad, el éxito, el fracaso y la búsqueda de un propósito personal, que además pueda modificar el mundo. Todos ítems importantísimos para la generación Z que siente la desolación y la incomprensión muy intensamente. Y en ese sentido se podría decir que el espectáculo cumple su cometido: el público, notoriamente joven (de 18 a 30 años), se muestra absolutamente identificado con la propuesta (aún con sus zonas menos claras), porque responde efusivamente ante cada una de las ocurrencias del personaje de Hochman, como si todos fueran Hokusai, ese ser desvalido y sensible (y también algo torturado) que sólo reclama amor.

Hacia el final el unipersonal se convierte en una obra para dos personajes cuando irrumpe en escena el director de la misma, Tomás Masariche, quien le “roba” estelaridad a Hochman en el rol del amigo dispuesto a ser cómplice en el hurto. Es sin dudas uno de los momentos más graciosos de la propuesta, a la que, sin embargo, le vendría bien una síntesis profunda, digamos unos cuantos minutos menos de duración. Así, la propuesta que mucho abreva en el género del stand up y hasta reserva un espacio para la participación de algunos espectadores, resultaría más efectiva. En cuanto a Hochman, si su objetivo era mostrar un arco interpretativo más amplio que el que le permitió desarrollar el papel de Fito Páez en El amor después del amor, se puede quedar bien tranquilo: aquí no sólo luce sensible, melancólico y nostálgico (cuando corresponde y en su justa medida) sino también desopilante, carismático e histriónico. ¿Nace una estrella?