Estrenos de teatro. Oh, Dios mío: Psicoanálisis versus Antiguo Testamento en una comedia israelí

Gastón Ricaud y Paula Morales, en Oh, Dios mío
Gastón Ricaud y Paula Morales, en Oh, Dios mío

Dramaturgia: Anat Gov. Adaptación: Juan Freund. Intérpretes: Paula Morales y Gastón Ricaud. Voz en off: Benjamín Montagnoli. Escenografía: Vanesa Abramovich. Luces: Matías Canoni y Mario Gómez. Sonido: Pablo Viotti. Producción: Andrea Rodríguez y Juan Cielli. Dirección: Carlos Kaspar. Teatro: Astros, Corrientes 746. Funciones: lunes, a las 20.30. Duración: 80 minutos.

No es la primera vez que Oh, Dios mío, con y sin la interjección, llega a la cartelera porteña. La obra de la guionista y dramaturga israelí Anat Gov, que murió a fines de 2012 a días de cumplir 60 años, pasó primero por el circuito off, hace más de una década, con traducción y dirección de Juan Freund. Después, entre 2013 y 2015, por avenida Corrientes y Mar del Plata. con Thelma Biral y Juan Leyrado dirigidos por Lía Jelín. Ahora, con la adaptación de Freund, vuelve protagonizada por Paula Morales y Gastón Ricaud, bajo la dirección de Carlos Kaspar.

Si bien se trata de una comedia, lo que la define no son los enredos con un final optimista sino el debate entre dos personajes que, de un lado y del otro, exponen sus puntos de vista acerca de un tema controversial que admite distintas lecturas y que podría provocar (en gran parte, es lo buscado) la toma de partido del público por alguno de los dos razonamientos. El riesgo que oscila sobre estos debates ficcionalizados es que lo discursivo aplaste la acción teatral apenas esbozada como excusa para vehiculizar ideas.

En este caso, el encuentro bipolar se produce en el consultorio de una psicóloga (Morales) a quien le cae un inédito paciente que dice ser ni más ni menos que Dios (Ricaud), el dios del Antiguo Testamento, pero que luce más angelical que terrible con un traje celeste claro, camisa con jabot y zapatos “tangueros” negro y blanco. Ante el descreimiento de la profesional, Dios asegura su identidad con pruebas de omnisciencia. Sabe todo acerca de ella: que tiene un hijo autista que nunca la llamó “mamá”, que el marido la abandonó y formó otra familia, que maldijo a Dios y su extraña manera de repartir la suerte. Finalmente, la analista acepta el desafío de atenderlo y tendrá sólo esa sesión para persuadirlo de no destruir a la humanidad.

La terapia a este Dios disconforme con su creación permitirá revisar varios puntos de su tarea desde el Génesis: la creación del hombre como un amigo que lo recuerde, la mujer para que acompañe al amigo, la tragedia infligida al bueno de Job para probar su lealtad (según Dios, fue el Diablo el que le susurró al oído), el misterio de porqué dejó de manifestarse entre los hombres y los dejó solos, y, en especial, porqué abandonó al pueblo elegido a tantos sufrimientos . La psicóloga, a través de su indagación, descubre a un Dios sin autoestima, pendiente de ser atendido y alejado del dolor humano. Para sanar las heridas divinas, le recomienda compasión, misericordia y la fusión en un abrazo, medicinas con la que se irá no demasiado convencido aunque pague puntillosamente la sesión y deje detrás, a pesar de todo, abierta la esperanza.

Si les di todo, ¿por qué lo arruinan?, dice Dios. Si lo puede todo, ¿por qué hay sufrimiento?, dice la psicóloga alejada de la religión. Preguntas universales, siempre transitadas pero nunca envejecidas y que la obra retoma en esta minidialéctica entre el dogma y la ciencia, la fe y la razón. Y lo hace con ironías, algo de humor y mucho ritmo a pesar de tratarse de una larga conversación argumentativa en un living. En ese marco realista, donde se produce un encuentro extraordinario, se adivina la mano detallista del director para mantener viva la chispa de esta insólita sesión sin dejar que se apelmace el texto. Ambos protagonistas, tanto Morales que creció mucho en el escenario como Ricaud que sostiene con convicción a este Dios más pícaro que apesadumbrado, están muy afilados y conectados.

La única objeción que podría hacerse (discutible, por cierto) es que el texto deja afuera por momentos a algunos espectadores. Como la discusión se centra exclusivamente en el Antiguo Testamento, sin ningún tipo de alusión a otra religión, es probable que esto sea claro para gran parte del público israelí o para colectividades con estos saberes implícitos. Pero para quienes no tienen esta formación es probable que la historia bíblica les resulte ajena. De todos modos, no interfiere en la comprensión general.