Evitación experiencial, los riesgos de huir de lo que no nos gusta

“las personas harán cualquier cosa, por absurda que sea, para evitar enfrentarse a su propia alma”.
“Las personas harán cualquier cosa, por absurda que sea, para evitar enfrentarse a su propia alma” - Carl Jung [Foto: Getty Creative]

1929 fue un año que quedó grabado con fuego en la memoria colectiva marcando el inicio de la Gran Depresión. Mientras el mundo se desmoronaba, la mayoría de las revistas, películas y programas de radio de la época se mantuvieron relativamente ajenos a la pobreza y el desastre económico. Construyeron una burbuja de normalidad para quienes quisieran refugiarse en ella.

En la vida cotidiana también recurrimos constantemente a ese mecanismo de evitación. Lo hacemos cada vez que evitamos hacer esa llamada que nos incomoda. Cuando evitamos hablar de un tema espinoso. Cada vez que evitamos a esa persona que nos drena la energía. Cuando nos preocupa tanto esa nueva mancha o bulto que aplazamos indefinidamente la visita al médico para que no nos dé una mala noticia…

La evitación experiencial forma parte de nuestra vida. No puede ser de otra forma ya que somos el resultado de una sociedad hedonista en la que se promueven el bienestar y el disfrute mientras se condenan las emociones “negativas”.

Sin embargo, cuando sentirnos bien se convierte en el imperativo de nuestras vidas caemos en una trampa: pensamos que las emociones negativas son nuestros enemigos. Pero la lucha por evitarlas termina amplificándolas y nos condena a sufrir por partida doble aquello de lo que pretendíamos escapar.

Evitación experiencial destructiva

“Cambia tu atención y cambiarás tus emociones” - Frederick Dodson [Foto: Getty Creative]
“Cambia tu atención y cambiarás tus emociones” - Frederick Dodson [Foto: Getty Creative]

Todos tenemos un instinto de supervivencia natural que genera una reacción aversiva ante los sucesos desagradables o que nos hacen sentir incómodos. Ese instinto nos ayuda a evitar situaciones que podrían ser peligrosas o dañinas, pero en ocasiones se vuelve exagerado y nos desconecta de nuestros pensamientos, emociones y sensaciones físicas.

La evitación experiencial es la tendencia a huir de los pensamientos, recuerdos, emociones o sensaciones desagradables. Por una parte, existe la voluntad de evitar las experiencias personales aversivas y, por otra, ponemos en práctica determinados comportamientos que nos permiten alterar esas experiencias indeseadas o los eventos que las provocan.

Por supuesto, evitar las experiencias internas negativas también forma parte de nuestro instinto para protegernos del daño. Nadie quiere sentirse mal. No queremos sentirnos tristes, preocupados, ansiosos o frustrados.

La diferencia entre evitar lo que nos hace sentir mal para proteger nuestro equilibrio mental y la evitación experiencial destructiva consiste en que esta se convierte en el mecanismo de afrontamiento por excelencia ante la vida, incluso cuando somos conscientes de los daños que provoca a largo plazo.

Si nos declaramos la guerra solo habrá un perdedor: nosotros

Cuando intentamos escapar de nuestras emociones y pensamientos creamos un campo de batalla interior. [Foto: Getty Creative]
Cuando intentamos escapar de nuestras emociones y pensamientos creamos un campo de batalla interior. [Foto: Getty Creative]

Irónicamente, la evitación experiencial alimenta la angustia psicológica que pretende eliminar. No importa cuánto intentemos alejarnos de nosotros mismos y de nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones, estamos atrapados con nosotros. No hay sitio lo suficientemente lejos donde podamos escapar.

Cuando intentamos escapar, negar o reprimir pensamientos, sentimientos o sensaciones desagradables en realidad lo que hacemos es crear un campo de batalla interior. Es como si nos declaráramos la guerra. Generamos una profunda tensión interior. Y en ese contexto no puede haber ganadores. Solo hay un perdedor: nosotros mismos.

Es cierto que la evitación experiencial produce un alivio de la incomodidad, la desazón y la angustia a corto plazo, lo cual nos hace sentir bien. Si no pensamos en el problema, no nos sentiremos tan mal. Pero dado que el problema no desaparece por arte de magia, es probable que terminemos afrontando consecuencias más graves a largo plazo.

De hecho, aplicar estrategias de evitación experiencial para lidiar con las situaciones estresantes de la vida se ha asociado con más problemas de salud, tanto a nivel físico como psicológico. Psicólogos de la Universidad de Stanford revelaron que esas estrategias terminan disminuyendo los afectos positivos mientras potencian el estado de ánimo negativo, en comparación con las estrategias de evaluación y afrontamiento asertivas.

El intento de evadirnos de una realidad que genera estados internos con los que no sabemos lidiar suele dar pie a estrategias desadaptativas que desencadenan comportamientos de riesgo. Refugiarnos en el consumo de sustancias, por ejemplo, puede brindarnos un escape momentáneo, pero también puede terminar generando adicción.

Ahogar las penas en el fondo de una botella puede aportarnos un alivio fugaz, pero la resaca emocional que deja puede ser aún más difícil de gestionar. Así corremos el riesgo de caer en un bucle en el que los problemas crecen y crecen mientras nosotros nos limitamos a intentar escapar de ellos.

La evitación experiencial después de haber sufrido un evento negativo también aumenta las probabilidades de desarrollar estrés postraumático, como comprobaron investigadores de la Universidad del Temple. Por otra parte, psicólogos de la Universidad de Texas descubrieron que las personas que suelen aplicar estrategias evitativas tienen un riesgo mayor de desarrollar depresión en respuesta a las experiencias estresantes de la vida.

La evitación experiencial es como cerrar la puerta de un sótano ardiendo con la secreta e ilusoria esperanza de que el fuego se extinga por sí solo, mientras descansamos plácidamente en el piso superior. El problema es que realmente no logramos relajarnos porque nuestro inconsciente sabe que hay un incendio en curso, aunque nuestra mente consciente haga todo lo que está a su alcance para evitar pensar en ello.

Por eso la evitación experiencial no elimina la angustia, como comprobaron psicólogos de la Universidad de Vermont. Estos investigadores expusieron a un grupo de personas a una situación física desagradable y pidieron a la mitad que inhibieran el estado emocional aversivo y a la otra mitad que simplemente observara su respuesta emocional. Descubrieron que las personas con un nivel elevado de evitación emocional experimentaron mayores niveles de ansiedad y angustia.

La evitación experiencial también puede disminuir nuestro nivel de tolerancia al dolor y nuestra capacidad para resistirlo a lo largo del tiempo, como comprobó un estudio realizado en la Universidad Estatal de Wichita.

Lo opuesto a evitar es aceptar

"Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma” - Carl Jung [Foto: Getty Creative]
"Lo que niegas te somete. Lo que aceptas te transforma” - Carl Jung [Foto: Getty Creative]

La evitación experiencial se ha relacionado con el miedo a las evaluaciones negativas, la preocupación, el miedo a las señales somáticas, a la importancia o el significado de los pensamientos, al miedo a los eventos traumáticos y los estresores contextuales, así como a la dilación”, apuntaron psicólogos de la Universidad de Massachusetts.

Eso significa que, en el fondo, la evitación experiencial descansa en el miedo a sentir y pensar determinadas cosas. En un rechazo a esos pensamientos, emociones y sensaciones. Como dijera Carl Jung: “las personas harán cualquier cosa, por absurda que sea, para evitar enfrentarse a su propia alma”.

El problema es que para escapar de esas experiencias internas ponemos en práctica estrategias de control ineficaces. Nos ordenamos no pensar en lo que nos preocupa o evitar la emoción que nos inquieta. Pero como el miedo y la respuesta de evitación que activa proviene de una zona antigua y rudimentaria de nuestro cerebro, no es susceptible al control verbal.

Lo opuesto a evitar es aceptar. Cuando aceptamos nuestros estados internos, incluso los más desagradables, desactivamos automáticamente el mecanismo del miedo. Nuestro cerebro comprende que no hay razones para escapar. Entonces disminuye nuestro nivel de activación fisiológica y emocional. Podemos pensar, en vez de limitarnos a huir.

Para lograr ese cambio necesitamos reconocer que intentar escapar del dolor emocional no funcionará, sino que seguirá alimentando la angustia psicológica. También necesitamos reconocer que el verdadero problema radica en intentar controlar esos estados internos negativos. A menudo sufrimos más por nuestro intento de evitar el dolor que por la propia experiencia de dolor.

De hecho, la terapia de aceptación y compromiso se estructura alrededor de la necesidad de aceptar todas nuestras emociones, sensaciones y pensamientos como un paso imprescindible para liberarnos de su influjo pernicioso. Para ello, es probable que tengamos que hacer las paces con nosotros mismos. Cultivar la capacidad para conectar con nuestras experiencias internas, incluso con esas partes que nos resultan más aterradoras, dolorosas o desagradables.

El camino no es fácil. Tendremos que derribar muchas creencias limitantes y patrones de respuesta preconcebidos. Pero solo tendiéndole la mano a nuestro lado más inexplorado podremos descubrir nuevos recursos de resiliencia, aumentar nuestra conciencia y recuperar esa energía que usábamos en evitar o escapar para destinarla a llevar una vida más plena y significativa.

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